GUATEMALA
Actualizado:La caravana migrante sigue camino hacia Estados Unidos dividida entre dos estrategias y con bajas que deciden retornarse a Honduras. El fin de semana ha sido intenso en la frontera entre Tecún Umán, el último municipio de Guatemala, y Ciudad Hidalgo, la primera ciudad de México. Se ha pasado de la confianza a la euforia, de ahí a la decepción, desesperación y, por último, esperanza ante nuevas oportunidades. Centenares de hondureños han cruzado el río Suchiate, que divide los dos países, y se han convertido en irregulares a los ojos de la migración mexicana. Al mismo tiempo, otro nutrido grupo se mantiene firme en el puente, convertido en campo de refugiados y símbolo del éxodo centroamericano.
“Pedimos a los mexicanos que nos echen una mano, que no nos dejen, y al Gobierno, que no pare la caravana, que no venimos a robar, que buscamos un futuro para nuestros hijos. En Honduras está fea la cosa. Hay mucha sangre, hay masacres. No hay trabajo. Por eso la mayoría se dedican a robar. Jorge Alfredo Padilla López, de 38 años, procedente de San Pedro Sula, se encuentra en la plaza central de Ciudad Hidalgo. Hay ambiente de fiesta. Un respiro después de la tensión acumulada. Reitera las razones que le han traído aquí: imposibilidad de encontrar empleo, una familia a la que alimentar, la violencia, terrible, que paraliza.
A su alrededor se reparte comida, se han instalado esterillas y mantas en el suelo, el grupo se prepara para pasar la noche al raso. Todos los que se encuentran en esta plaza han cruzado a través del río. Solo existe otra fórmula para cruzar, y es cumplir con las reglas migratorias del Gobierno mexicano. Quienes acatan y tienen suerte, porque apenas 300 cruzaron el sábado, tienen que registrarse y subirse a un autobús. Este les traslada hasta la Estación Migratoria Siglo XXI, en Tapachula, a 50 kilómetros de Ciudad Hidalgo. Ahí son nuevamente registrados y se comprueba sus papeles. Dispondrán de 45 días, ampliables a otros 45 días más, para solicitar asilo o una visa humanitaria. Un proceso sobre el que pende la amenaza de la deportación. Por eso la mayoría se resiste a subir a los buses.
La víspera fue jornada de caos y decepción. Tras romper la barrera policial y la verja migratoria, una masa de hombres entrados en años, madres con sus hijos, adolescentes lampiños y jóvenes en edad de trabajar se apelotona ante la verja. Decenas de policías impiden el paso. Durante todo el trayecto de la caminata se repetía un interrogante: ¿qué hará el Gobierno de Enrique Peña Nieto? ¿Permitirá el ingreso de los migrantes o cerrará sus puertas? La respuesta vino en forma de gases lacrimógenos lanzados en puente en el que miles de personas se agolpaban para cruzar a México.
Ahí comienza la desesperación.
Desesperación es ver a un joven que salta desde un puente al río para cruzar a la otra orilla porque ha perdido la esperanza de que le abran las puertas. Desesperación es el rostro de una mujer que emerge entre los antidisturbios, llorando, con su hijo colgado de su cuello.
Por eso, tras aguardar durante 24 horas en el puente y ver que nada avanza, muchos han optado por buscar un subterfugio, que es donde les ha empujado una política migratoria que excluye a muchos de los que llevan días marchando. Por ejemplo, para ser registrado necesitas tener carné de identidad o pasaporte. Pero hay muchos de los que marchan que carecen de cualquier documento legal. Otros, sin sufrir ese problema, no se fían. Creen que los autobuses que les reciben al otro lado de la frontera son un pasaje para la deportación. Entre ellos se encuentra Cesar Armando Rodríguez, de 42 años. “Vengo porque no aguantamos la pobreza en Honduras”, dice. Viaja en una de las balsas que cruza diariamente el Suchiate. Son embarcaciones hechas de neumáticos y madera que, por un precio irrisorio, te cruzan al otro lado, sin pasar por aduana alguna. Este no es un camino nuevo. Suele utilizarse para el paso de mercancías entre México y Guatemala, pero son miles los migrantes que se embarcan antes de iniciar el largo y peligroso camino que debería llevarles hasta Estados Unidos.
Por la mañana, goteo incesante de barcas. A mediodía, parece un desembarco masivo. Hasta la fecha, parecía que lanzarse al agua era una estrategia ajena a la caravana. Hasta que, a mediodía, aparece David López, activista de Pueblos Sin Fronteras y uno de los coordinadores de la marcha. Megáfono en mano y calzando un peto verde, llama a las decenas de migrantes que acaban de llegar y comienza una marcha hacia el centro de Ciudad Hidalgo. “Sí se puede”, claman los migrantes, satisfechos por haber dado un paso más. En ese momento, la plaza es una fiesta y, por unos instantes, se olvida del gas lacrimógeno, el hacinamiento, las ampollas en los pies. De lo que no se olvida uno es de las razones que le llevan a emigrar. Reina Lizet Fuentes Cruz, de 20 años, recuerda: “Donde nosotros vivimos no hay trabajo, hay muchas necesidades, buscamos una vida mejor”. Ha venido con sus dos hijas, que no levantan un palmo del suelo. Imaginen la escena. La joven, muy delgada, con mochilas donde carga mudas y la ropa de las niñas, cruza en una precaria balsa un río de agua marrón que viene crecida. Cualquier movimiento en falso es el desastre. Otros, por ahorrarse el euro que cuesta el trayecto, prefieren realizarlo a nado. Como Darwin José Juárez Calles, de 19 años, de Santa Bárbara, que dice que tampoco es para tanto, que no está especialmente hondo y que la escasez obliga a ahorrar. Puestos a gastar, prefiere hacerlo en comida.
La jornada del sábado es la del surgimiento de los petos verdes, voluntarios mexicanos que quieren ayudar a los migrantes a cruzar. Ellos colaboran en la celebración de asambleas. En la primera de hoy se ha escogido una representación de diez caminantes, cinco hombres y cinco mujeres. En la segunda, se ha tomado una determinación. El domingo a las 7 de la mañana (las 3 de la tarde en España) saldrán hacia Tapachula, que es el próximo punto de encuentro. Antes intentarán convencer a los rezagados, los que se han quedado en el puente, de que cruzar legalmente no es buena opción a corto plazo. Cuando cae la noche, cientos de hondureños gritan desde la orilla a los compatriotas que se mantienen fuertes en el puente. Les avisan que van a seguir adelante, con ellos o sin ellos.
El anuncio genera zozobra al otro lado de la frontera. Hay quienes, como Marvin, uno de los pocos salvadoreños en el grupo, cree que es un error. Que saltarse la ley los deja vulnerables. Que México es país peligroso, con diversos grupos delictivos, entre los que se encuentran varias policías, que convierten a los migrantes en sus víctimas. Él opta por quedarse. Cree las palabras del otro lado que dicen que, a partir del lunes, el registro será más fácil.
La otra cara de la moneda es la plaza de Ciudad Hidalgo. Rodrigo Abeja, uno de los coordinadores, explica la hoja de ruta: salir caminando hacia Tapachula y confiar en que el Gobierno acceda a mantener una mesa de diálogo con ellos. El mismo gobierno que ha reiterado que si entraban sin respetar los procedimientos serían deportados.
Cruzar Guatemala era, probablemente, la parte más sencilla del trayecto. Al final, todos los centroamericanos tienen derecho a transitar libremente entre Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras. Esto es otra cosa. Está la amenaza de ser expulsados, pero también la del crimen organizado. Hasta ahora, la caravana solo se mantiene unida en los albergues, ya que muchos de sus participantes hacen autostop o suben al primer camión que se lo permite para evitar más horas de caminata. Esta por ver si la estrategia funciona en México.
Solo un pequeño grupo ha desistido. El domingo, al menos 400 personas secundaron el llamamiento del presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, y subieron a los buses habilitados para regresar a su país, el mismo que hace una semana querían abandonar a toda costa. Se sienten agotados, algunos enfermos. Como Beyron, de 21 años y de San Pedro Sula, que ha decidido dar la vuelta porque su abuela está enferma. “Padece de la tensión y con el viaje lo está pasando muy mal”, explica, cabizbajo. No descarta volver a intentarlo en el futuro. Ya lo hizo hace dos años y fue deportado de México. Como hace dos años, como ahora y como previsiblemente ocurrirá en el futuro, las razones que han forzado el éxodo centroamericano, la pobreza y la violencia, no han cambiado. Como ejemplo, las marchas que, siguiendo la estela de la primera de las caminatas, se preparan en Honduras y El Salvador. El éxodo centroamericano está muy lejos de cerrarse.
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