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El difícil año en España de los refugiados de Ucrania: ayudas que no llegan y familias que regresan a pesar de la guerra

España ha recibido más de 167.000 refugiados, aunque tiene ocupadas menos de 20.000 plazas del sistema estatal de acogida. El empleo y la vivienda son sus principales problemas. Pero la mayoría fue acogida por familiares o conocidos, con escasos apoyos económicos. Algunos han regresado a casa tras meses en España, otros han buscado asilo en otros países europeos.

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Daria Tatarina, refugiada ucraniana, en casa de su prima, en Móstoles, a donde llegó tras huir de Jersón. Tres meses después decidió marcharse a Alemania por su difícil situación en España.-  Jairo Vargas

madrid, Actualizado:

La solidaridad fue abrumadora, caótica en muchos casos. Llegó a nivel social, empresarial y político. Los anuncios de programas y proyectos se atropellaban, todo el mundo quería poner su granito de arena. La Unión Europea abrió sus puertas como nunca hizo. Activó la protección temporal para los refugiados de Ucrania y les permitió vivir y trabajar en cualquier estado miembro de forma temporal.

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Convoyes de coches, furgonetas, taxis y autobuses solidarios llegaban a las fronteras de Ucrania y la gente, sobre todo mujeres y niños, salía por miles cada día. Más de ocho millones de personas han escapado de la guerra hacia países europeos tras la invasión rusa, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

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A España han llegado algo menos de 168.000, según los registros del Ministerio del Interior. Es el quinto país europeo en número de acogidos, aunque muy lejos de la vecina Polonia, que ha recibido un millón y medio, o de Alemania, con un millón. Rumanía y Moldavia, también fronterizos, han absorbido otra gran parte, sin contar a los ucranianos que se fueron a Bielorrusia o Rusia. Dentro de Ucrania aún hay siete millones de personas desplazadas de sus casas mientras la guerra sigue enquistada en el este y aumenta el temor a que Putin lance nuevas ofensivas.

Cuando se cumple un año de la invasión orquestada por Vladímir Putin, el balance de la gestión humanitaria realizada por España es positivo a rasgos generales, "ejemplar", en palabras del Ministro de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social. Aunque son muchos los ucranianos que han decidido volver a casa a medida que la situación se calmaba en diferentes zonas del país. Otros prefirieron irse de España y probar suerte en otros países de la UE con mejores sistemas de acogida para refugiados, con más posibilidades de encontrar trabajo o, simplemente, más cerca de su país.

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Los números son una incógnita para los ministerios implicados, para las propias ONG que gestionan las plazas de acogida y para las agencias internacionales. Solo hay 82.000 refugiados empadronados, aunque no es de todo revelador. No hace falta borrarse del padrón para regresar a Ucrania, aunque sí para pedir ayudas en otros país de la UE.

Alina Korzhynska, de 32 años, y su hija María, de cuatro, apenas aguantaron seis meses. Huyeron de Chernígov, al norte de Ucrania, muy cerca de la frontera con Bielorrusia. La ciudad estuvo un mes cercada por los rusos y la artillería destruyó gran parte de los edificios. Tras una semana refugiadas en su sótano, madre e hija aprovecharon un corredor humanitario para escapar. Acabaron en Lagartera, un pueblo de Toledo a una hora de Madrid que, durante meses, se convirtió en una pequeña Ucrania gracias a la solidaridad vecinal. "¿Por qué vine a España? Yo no elegí un país al que escapar simplemente porque nunca planeé irme de Ucrania", asevera Alina. Llamó a su hermana, que llevaba años en España, se subió a un coche en la frontera polaca y tres días después llegaba al pueblo toledano.

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IZQUIERDA: Alina Korzhynska, una refugiada ucraniana en España, ya de vuelta en su ciudad ucraniana, Poltava. DERECHA: Korzhynska, de 30 años, junto a su hija, en Lagartera (Toledo), que fue su pueblo de acogida duran seis meses. — Cedida.

"Al menos 20 ucranianos acabamos allí. La gente del pueblo era maravillosa. Prepararon apartamentos gratis, limpios, listos para vivir, con todos los muebles, vajilla y ropa de cama. Crearon un fondo para los ucranianos, me dieron 400 euros para ropa y medicinas. La Cruz Roja nos daba comida una vez al mes. Nos ayudaron a obtener todos los documentos. Solo tengo palabras de agradecimiento", dice. Pero no veía un futuro en estas condiciones. "Fue una decisión meditada durante mucho tiempo. La sensación de soledad, de estar separada de mi familia, me hacía pensar siempre en volver a casa", explica.

No tiene ninguna queja de su paso por España, aunque también es cierto que no ha dependido del sistema estatal de acogida, no ha tenido que pasar por centros u hostales o buscar un alquiler. Había un pueblo volcado en ayudarles. Aun así, solo quedan tres familias ucranianas de las que llegaron hace un año, explica.

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Respuesta rápida, gestión lenta

España respondió a la crisis rápido. En poco más de un mes puso en marcha cuatro centros de Recepción, Atención y Derivación (CREADE) en Barcelona, Málaga, Madrid y Alacant. La tediosa burocracia del asilo se redujo al mínimo para los ucranianos y en un solo día se podían realizar todos los trámites: documentos que acreditan la protección temporal, Número de Identidad de Extranjero (NIE), tarjera sanitaria, orientación... En los casos necesarios, alojamiento de emergencia en centros u hostales y entrada en la fase cero del sistema de acogida, la primera etapa del circuito de inserción y apoyo a refugiados. Las Oficinas de Extranjería de todo el país se pusieron a recibir y tramitar las solicitudes de Protección Temporal que la UE había dispuesto y las plazas del sistema estatal de acogida fueron aumentando hasta un 150% a lo largo del año, según el Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social.

Un desplazado por la guerra de Ucrania en Centro de Recepción, Atención y Derivación (CREADE) de Barcelona. — David Zorrakino / Europa Press

Pero ha habido problemas que reconocen varias de las ONG que colaboran con el Gobierno en la gestión de plazas y centros. Sobre todo, falta de plazas de acogida temporal que han alargado la etapa con alojamientos y coberturas más precarias y que pueden estar detrás de gran parte de estos abandonos. La barrera del idioma, la dificultad para encontrar trabajo y los precios del alquiler siguen siendo los grandes retos a los que se enfrentan, explica Arturo Sánchez, adjunto a la responsable territorial de Accem, la ONG que gestiona el CREADE de Madrid.

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Unos 2.500 ucranianos habrían decidido abandonar el sistema de acogida estatal

Según los datos del Ministerio, hasta 35.000 ucranianos han pasado por alguna fase del sistema de acogida. En verano eran 21.000 los ucranianos alojados. Unos 18.500 siguen en el sistema, que garantiza a través de diferentes ONG la cobertura de necesidades básicas, alojamiento e inserción sociolaboral.

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Según estos datos, unas 2.500 personas habrían decidido abandonar en algún momento el sistema de acogida desde el pasado verano, bien para volver a Ucrania, mudarse a otro país con mejores ayudas o más recursos púbicos para refugiados, con más oportunidades laborales o donde el acceso a la vivienda no sea un problema tan acuciante. La cifra subiría a 16.500 salidas del sistema en lo que va de año, aunque las razones son diversas. Unos pudieron pasar algunos días acogidos hasta dar con sus familiares en España o porque tenían recursos propios para instalarse por su cuenta más tarde.

"Una casa para nosotras solas es inaccesible con la ayuda económica que recibimos", dice una refugiada

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En cuanto al empleo, según datos de la Seguridad Social, hasta el 31 de enero había algo menos de 14.000 ucranianos dados de alta, el 56% mujeres. La hostería y la construcción son los sectores donde más empleo han encontrado. Diferentes ONG consultadas aseguran que los refugiados que llegan con formación profesional o universitaria están teniendo serias dificultades para homologar sus titulaciones en Europa, lo que unido a la barrera del idioma, les relega a empleos no cualificados y la mayoría a tiempo parcial. Esto deriva en una crisis de expectativas ante una situación que se alarga en el tiempo más de lo esperado y que se une los problemas para encontrar vivienda asequible, según explican desde las ONG.

"Encontrar casa ha sido lo más difícil", reconocía Irina hace pocas semanas. Tardó cinco meses en encontrar una habitación en Madrid para ella y su hija de ocho años. Los precios y la desconfianza de los caseros para alquilar a extranjeros lo hacían "casi imposible", recordaba. "O te dicen que ya está alquilado o te piden una nómina que no tengo", explica. Vivió momentos de gran desesperación y sabe de primera mano que otras familias ucranianas han pasado o pasan por lo mismo.

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"Una casa para nosotras solas es inaccesible con la ayuda económica que recibimos", comenta. Ella está en la segunda fase del sistema de acogida, llamada de autonomía, que incluye una subvención durante meses para costear el alquiler. Comparte casa con otra familia ucraniana que ya llevaba tiempo en España. "Ha sido la única forma, a través de conocidos de otros conocidos, da más confianza", apunta.

"España ha hecho un gran esfuerzo, y lo agradecemos. Pero no quiero quedarme aquí. Vivo más o menos bien por el momento, pero pienso mucho en volver. He trabajado desde los 15 años y aquí no tengo tiempo apenas para buscar empleo porque tengo que cuidar a mi hija", sentencia. Si no fuera por ella, reconoce, ya habría regresado. Es de Leópolis, una ciudad al oeste de Ucrania, a dos horas de la frontera polaca. "Allí todo es más tranquilo, pero no hay ningún lugar seguro ahora mismo, la guerra sigue", señala. Quizás para verano pueda volver a casa, confía.

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Atascados en centros de acogida

La mayoría de los abandonos, explican desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), corresponden a personas que llevaban demasiado tiempo atrapadas en la fase cero, acogida muy básica que no debe alargarse más de 30 días, hasta que se liberen plazas de acogida en fases posteriores, pero los plazos no se están cumpliendo, ni con los ucranianos ni con refugiados de otros países. En el caso de CEAR, el abandono en esta fase ha llegado al 40% entre sus acogidos, un porcentaje muy elevado, apuntan. Y la mayoría ni siquiera da aviso o explica las razones de su marcha, por lo que se hace imposible saber dónde están.

Según los datos facilitados a Público por ACCEM, que ha atenido a más de 29.000 personas, entre marzo de 2022 y la primera mitad de febrero de 2023,  4.837 abandonaron voluntariamente el sistema de protección que ellos gestionaban, aunque no especifica la fase en la que se encontraban ni los motivos.

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"El sistema no deja de ser una protección social. Llega mucha gente acostumbrada a un nivel de vida determinado, autónomo, y se encuentran con que el sistema no les permite mantener su estilo, que son dependientes. Eso añade más frustración a la que ya genera tener que abandonar tu país por una guerra", resume Mónica López, directora de Programas de CEAR.

Sin ayudas públicas

Más difícil aún es saber qué ha sido de los refugiados acogidos por familiares o conocidos en España, que son la inmensa mayoría. Apenas un 11% de los 167.000 ucranianos que han pasado por España ha recurrido a la acogida estatal, cuyo sistema lleva años con problemas de colapso y precariedad en sus primeras etapas. Las redes familiares les ahorran el paso por centros de acogida u hostales o tener que cambiar meses después de comunidad autónoma porque es donde hay una plaza libre. Pero el peso acaba recayendo casi en exclusiva sobre estas familias, normalmente migrantes y humildes, cuyos salones se convierten en habitaciones improvisadas durante un plazo incierto.

"Dependíamos totalmente de mi prima y la situación era muy difícil", recuerda una refugiada desde Alemania

Daria Tatarina, de 30 años, y su hijo David, de cuatro, pudieron escapar en mayo de Jersón, la primera gran ciudad que cayó en manos rusas, ahora reconquistada por el Ejército ucraniano, aunque sigue castigada a diario por la artillería rusa. El viaje fue atropellado y peligroso, pero valía la pena. En Móstoles (Madrid) les esperaba su prima Yana, que lleva décadas en España. Se instalaron en su pequeño piso, tramitaron la documentación rápido y su hijo fue escolarizado a los pocos días. Pero la situación se hizo insostenible pronto. A los tres meses decidió irse a Alemania, como le recomendaron otros amigos refugiados allí.

"Tenía que hacerlo porque dependíamos totalmente de mi prima y la situación era muy difícil. Yo apenas tenía dinero cuando nos marchamos de la noche a la mañana", asegura. "Daba igual a dónde acudiéramos. Siempre había cola y pocas respuestas. A veces recibimos ayuda de la Cruz Roja para comida, pero los servicios sociales de Móstoles no podían hacer nada por nosotros. El Estado español tampoco nos ayudó de ninguna manera", recuerda.

DERECHA: Daria Tatarina y su hijo David, en Madrid el pasado mayo, tras huir de la Jersón ocupada por los rusos. IZQUIERDA: Madre e hijo en un parque de Alemania el pasado enero, a donde llegaron tres meses después de ser acogidos en Móstoles por su prima. — Cedida

Nataliia Serdyuk hace un relato similar. Pasó medio año en Leganés con su hijo de apenas año y medio, aunque decidió volver a Poltava hace unos meses, cuando las tropas rusas se concentraron en el frente del este. Está impresionada con la cobertura sanitaria gratuita que han recibido ella y su hijo, pero ahí termina su experiencia positiva. "Cuando llegamos a España nos dijeron que había muchas ayudas, pero no encontré ninguna en los servicios sociales de mi distrito. Ni siquiera pude conseguir una tarjeta para alimentos de la Cruz Roja, e hice cola durante horas varios días, sostiene.

No encontró plaza en guarderías públicas para su hijo, ni siquiera pudo abrir una cuenta bancaria gratuita con tarjeta. "Todos los canales de televisión decían que había varios bancos que las hacían sin comisiones, pero la realidad era que tenía que ingresar cada mes al menos 500 euros en la cuenta. El salario medio en mi región es de 250 euros, no podía cumplir las condiciones ni aunque mantuviera mis ingresos habituales", resume.

Retrasos en la ayuda de 400 euros al mes

El Ministerio de Inclusión acabó lanzando en verano una ayuda para familias ucranianas vulnerables que no estuvieran en el sistema de acogida. Eran 400 euros al mes más cien adicionales por hijo a cargo durante un máximo de seis meses. "Nunca supe si era real o no", comenta Daria.

La ayuda existe, el Ministerio puso 52,8 millones de euros a disposición de las Comunidades Autónomas, encargadas de tramitarlas y ejecutarlas. Pero los plazos están siendo desiguales. Según el Ministerio, todavía hay dos comunidades donde no se ha empezado a tramitar. En Madrid, según informa la Consejería de Familia, Juventud y Política Social, el plazo para solicitarla acabó el 31 de diciembre y se espera que empiecen a entregarse de forma retroactiva antes del 31 de marzo. Hay unas 2.600 peticiones, aunque son más de 23.500 los refugiados que tramitaron su documentación en esta región. Según varias ONG consultadas, hay una importante falta de información accesible para el colectivo.

"Venir a Alemania ha sido la decisión correcta", concluye Daria. En pocos días tramitó su documentación, le asignaron un piso que paga el servicio de empleo, recibe clases de alemán a las que puede asistir con su hijo y tiene cubierta la alimentación y otros gastos. Su próximo objetivo en encontrar trabajo. Lo intentó en España, pero el idioma y el cuidado de su hijo se lo impedían.

"Las diferencias entre países en cuanto a coberturas en la acogida de refugiados y otros recursos públicos está provocando movimientos que ya empiezan a generar preocupación en Europa", considera Blanca Garcés, experta en migraciones del CODOB, que ve muy próximo el debate en la UE sobre la movilidad entre países, que está restringida totalmente para el resto de los refugiados.

"Europa ha dado una respuesta de emergencia, de carácter temporal que ha funcionado también por la gran solidaridad popular. Pero sabemos que la guerra va a durar más tiempo, que pueden aumentar las llegadas y que habrá que pasar a una respuesta estructural donde los países que más acogen —Alemania y Polonia— acabarán demandando cambios en la gestión", considera.

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