Dictadura Franquista La música que el franquismo obligó a componer a los presos republicanos
El régimen utilizó su programa de redención de penas por el trabajo para que los encarcelados crearan diferentes piezas musicales, himnos a las pretendidas bondades de la patria y el catolicismo. Algunos músicos profesionales detenidos al principio de la Guerra Civil fueron fusilados, otros salieron de prisión sin poder continuar su carrera musical y, los que menos, reintegrados en la Sección Femenina de la Falange.
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madrid,
Salir cuanto antes de la prisión era su prioridad. La familia lejana, la penuria carcelaria y el adoctrinamiento que recibían entre barrotes les hicieron aceptar eso que el franquismo denominó como redención de penas por el trabajo. Así se construyó el faraónico Valle de los Caídos, pero esa táctica casi esclava también traspasó las fronteras de las cárceles. Sabedora del potencial de la propaganda ya desde 1938, la incipiente dictadura la incluye en todas y cada una de sus actividades culturales, incluida la música. Así, los presos políticos se vieron obligados a participar en la interpretación de himnos, en misas y otros conciertos de carácter más recreativo.
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En todas las prisiones, independientemente de su tamaño, se formaron orquestas, bandas, coros y cuadros escénicos. "Lo que hicieron fue utilizar la música como elemento de difusión de los valores patrióticos y religiosos", comenta Elsa Calero, experta en musicología e investigadora de esta temática histórica en particular. El nacionalcatolicismo ya había encontrado sus gargantas, tan potentes como enclaustradas. Los cánticos les acompañaban: tras el toque de diana y el recuento de presos en las infectadas celdas, el himno del momento, luego la misa con el coro, también algunas marchas de camino a los talleres.
"Intentaban que la música fuera parte de la propaganda pero también un elemento de castigo. Interpretar todos los días, varias veces, las piezas sonoras más populares del régimen era una especie de alienación del individuo", agrega Calero. En la prisión cada uno tenía su oficio. El carpintero iba a la carpintería y los periodistas al periódico "Redención". Así, los músicos profesionales, que también se las apañaban para componer de forma clandestina, les obligaban a componer el repertorio musical de esos reformatorios dictatoriales.
"No debió ser nada fácil. Entras en la cárcel acusado por la dictadura y luego parece que estás trabajando para el régimen. Tuvo que ser especialmente duro el ser colaboradores de su propia destrucción", en términos de la experta. Todo para salir antes de prisión, pues cada dos días de trabajo se reducía uno de condena.
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Loas a la España que los encarceló
En el caso concreto de los músicos, que participaban en las bandas de la prisión unas cuatro horas diarias, también podían componer sus propias piezas musicales, siempre que se ajustaran a los principios del Movimiento. "Reunidos el capellán junto a las máximas autoridades musicales de la zona, como podía ser el director de la banda del pueblo, tasaban la pieza en días de redención", sostiene la autora de la tesis doctoral "Prácticas musicales en el ecosistema sonoro penitenciario franquista (1938-1948): propaganda, contrapropaganda y clandestinidad", materializada en el proyecto denominado El Silencio Roto.
Eres Madre de Naciones,
¡España! grande es tu historia,
cubiertos siempre de gloria
tus banderas y pendones.
Tu hidalguía es proverbial,
tu sinónimo nobleza,
y tu hidalguía gentileza
es también tradicional.
Desde el Penal de Ocaña
yo lo juro por tu amor
ser digno del gran honor
de haber nacido en España.
Canto a España (1951), de Eduardo Roldán Ojel. Escrita en el Reformatorio de Adultos de Ocaña
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Terminada la Guerra Civil, con unas cárceles insalubres y atestadas de presos, el franquismo ideó unos concursos enmarcados en lo que denominaros "redenciones extraordinarias". El objetivo fue la motivación de la creación musical, pero con unos temas concretos. En varias ocasiones propusieron que fueran los reos quienes crearan un himno con motivo del día de La Mercé, patrona de las prisiones. "Les podían dar la letra escrita, y a partir de ella que tuvieran que crear la música, o que directamente solo dijeran el tema, o que les dieran los acordes para escribir una letra a partir de ellos", continúa explicando Calero.
A los acordes de mi canto
lleno de paz mi corazón
voy caminando sin descanso
en busca de mi redención.
Siempre adelante
sin vacilar
lanzando al viento
nuestro cantar.
Nuestra esperanza
nuestra ilusión
fija en el alma
al son de mi canción.
La disciplina es nuestro orgullo
siendo el trabajo nuestro afán
y el resurgir de nuestra Patria
es nuestro más firme ideal.
Siempre adelante
sin vacilar
lanzando al viento
nuestro cantar.
Nuestra esperanza
nuestra ilusión
fija en el alma
al son de mi canción.
Himno penitenciario (1952), de Nicolás Lamuela. Escrito en la Prisión Provincial de Zaragoza.
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En 1942, uno de esos himnos, llamado "Redención", ganó en la prisión de Valencia. El efecto inmediato fue que se cantara todas las mañanas. "Estas letras no eran muy imaginativas conforme a los temas, centrados en motivos religiosos y de ensalzamiento de la patria. Era la táctica perfecta para el régimen, la comunión entre patria y religión. Por un lado, una forma de redimir los pecados a través del trabajo manual, catolicismo puro y duro; y por el otro lado, el franquismo les reeducaba para ser unos ciudadanos reintegrables en la nueva sociedad", se explaya la experta. En este sentido, no fue hasta los años 50 cuando la desidia empezó a generalizarse, pues en ese tiempo ya no se convocaban tantos concursos.
El músico y su destino musical
La carrera del músico en la cárcel franquista se vio más o menos dañada en función de su grado de participación en la defensa de la legítima Segunda República. Como siempre, el caso más extremo se hallaba junto a la muerte, el fusilamiento. Así ocurrió, tras su detención, con los músicos Antonio José Martínez Palacios, Ángel Bernat, el tenor Carlos Elizondo y la pianista Amparo Barayón, pareja de Ramón J. Sender.
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Tal y como ha podido descubrir Calero, la media de años que los músicos pasan en prisión está entre los 2 y los 10. Ejemplo de ello fue José del Castillo, compositor del himno de Andalucía al que Blas Infante puso letra. Tras su salida de prisión en 1940, le desterraron a Granada y jamás pudo regresar a la capital para reintegrarse en la escena musical, por lo que "malamente se ganó la vida tocando por los cafés", apunta Calero.
Algo parecido sucedió con Ricard Lamote de Grignon, que estuvo 3 años en prisión, desde 1939. "Era una persona muy significada en una Barcelona repleta de actividad antes de su encarcelamiento. De hecho, llegó a componer algunas piezas como consecuencia del bombardeo de Gernika. Cuando salió tuvo que desterrarse a Valencia y hasta 1949 no pudo volver a Barcelona. Como había sido depurado, tampoco podía desempeñar ningún cargo público, y no fue hasta la intervención de otros músicos cuando pudo dirigir la banda de Barcelona", agrega la futura doctora en Historia.
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La nieve pega en mi puerta
nieva que nieva sin fin;
tan hondo se siente el frío,
madre, que pienso en morir.
Ven a ponerme la mano
sobre mi frente febril;
ven, pero no tardes ucho,
que te quiero junto a mi,
para que pases la noche velándome, sin dormir...
¡Madre! Mi madre, yo quiero
de tu cariño sentir
aquél latido en el pecho
de mi recuerdo infantil;
colver a ser como entonces
quererte tan sólo a ti,
vivir siempre en tu regazo
como en el tiempo feliz
que te pasabas la noche
a mi lado, sin dormir...
Entre paredes y rejas.
¡Madre, qué lejos de ti!
Madre, si no vienes pronto
manda tu virgen aquí,
mándame aquella medalla
de fina plata y marfil,
que me colgabas del pecho
y descansabas así,
sabiendo que aquella imagen
me velaba sin dormir.
La nochebuena (1948), de Manuel Garza Balera. Escrita en la Prisión Provincial de Murcia.
Luis Brage Villar fue encarcelado en Ourense en 1937 hasta 1944. Durante esos años, le obligaron a organizar la banda y orquesta en la prisión de la ciudad gallega. "La prensa cubría todos los conciertos que daba fuera de prisión, en la catedral o la plaza del pueblo", confirma Calero. Cuando salió de prisión, se ganó la vida componiendo y dando clases particulares. El propio franquismo le condecoró con una cruz de honor en los años 60 para honrar la misma trayectoria profesional que la dictadura destruyó al nunca dejarle volver a desempeñar su actividad.
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Arturo Dúo Vital corrió mejor suerte. Encarcelado en Santander unos meses, de 1939 a 1940, él sí pudo depurar su estigma. Tras componer en prisión, organizar las actividades musicales de la cárcel, su banda y orquesta y componer para el coro, luego pudo retomar su carrera como profesor en el conservatorio de Madrid. Similar es la historia de Daniel Antón Cazorla, quien estuvo internado en el también santanderino campo de concentración de Corbán. El violinista, tras salir de prisión, se pudo integrar en la Orquesta Nacional de España.
A los presos de esta cárcel
nos vinistéis a cantar;
releñe y que bien sonaba
la jota en este lugar.
Cuánto agradecimos esto;
nos dio ganas de llorar,
cuando con la despedida
nos recordásteis el 'Pilar'.
A traernos alegría
volvísteis a demostrar
que quien nace aragonés
nace ya con caridad.
Hay un silencio tan grande
al comenzar a tocar
que ni una mosca se oye
ni se siente respirar.
Por muchos días que vengan
y años que 'puean' pasar
recordaremos con gusto
cuando os sentimos cantar.
Esa jotica que eleva
su voz hasta el más allá
nos trajo rumor del Ebro
del Cabezo y del Roncal.
¿Qué haremos, nos preguntamos,
como podremos pagar?
la tarde tan 'remájica'
que nos hicisteis pasar.
Pues mandar al 'periodico'
por si lo 'quien' publicar
ese rasgo generoso
de aragonés 'verdá'.
Y que sepa todo el mundo
nuestra doble caridad
y una vez 'explicao' esto
solo nos 'quea' firmar.
Pero esto es un conflicto
un conflicto solosal
'quien' firmar y no caben
firmo por 'toos' y en paz.
Joticas de gratitud (1948), de Carlos Rodríguez del Barrio. Escritas en la Prisión Modelo de Valencia.
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Lo ocurrido con los músicos de banda, más amateurs, fue diferente. Ellos no pudieron reincorporarse, aunque previamente tampoco vivían exclusivamente de la música. El problema radicó en la convocatoria de una especie de oposiciones donde se renovaron las plazas de estas bandas los años 1941 y 1942. En ese tiempo, la mayoría de ellos seguían encarcelados o depurados.
La música patriótica como doble asimilación
En otros casos, la cárcel creó a los músicos. Así ocurrió con José Fernández Richoly. Sin conocimientos musicales y encarcelado desde muy joven, un maestro que trabajaba para la prisión de Santander le enseñó lo que sabía. Este almeriense se estrenó como músico en un recital en la Universidad Menéndez Pelayo, durante la segunda mitad de la década de los 50. Una vez liberado trabajó para la Sección Femenina, en el ramo de los coros y las danzas de esta pata falangista. "Aunque salía de gira por todo el mundo, él siempre cumplía con la Sección. Era una especie de libertad vigilada", determina Calero.
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Lo ocurrido con Emilio Cebrián Ruiz no difiere demasiado: director de banda, salió de prisión en 1943, aunque fallece poco después. En ese lapso de tiempo, le integraron en la Sección Femenina, en la parte de los coros. "Él trabajó como director de banda pero también tenía que seguir prestando servicios al falangismo. Era una especie de te permitimos que estés pero también trabajas para nosotros, una doble asimilación", agrega la doctoranda. Son diversos perfiles, vidas y represiones que acarrearon diferentes destinos con un mismo denominador común: su paso por la cárcel franquista debido a su previo republicanismo les marcó de por vida, a algunos llevándoles hasta la muerte.