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Coronavirus matadero binéfar Muertos por coronavirus y durmiendo hacinados en las calles: así malviven los migrantes negros en La Franja y Catalunya

No es posible entender qué paso en Binéfar desconectándolo de ese submundo laboral y del lumpenempresariado al que tienen que someterse los extranjeros que malviven en la zona oriental de Aragón conocida como La Franja o en algunas comarcas de Lleida como el Baix Segre, La Noguera o el Segriá.

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Un africano pasa el día en el Casco Antiguo de Lleida mientras aguarda a encontrar un trabajo.

"Los africanos somos inmunes al virus", ironiza Nogay Ndiaye cuando le preguntamos por los pequeños grupos de inmigrantes que se reúnen en los depósitos del Pla de l'Aigua, Lleida, para pasar el día o, simplemente, esperando su oportunidad de que alguien los contrate. Cuando uno no tiene ni siquiera un techo (y ese es el caso de no pocos de ellos), la pandemia se convierte en uno más de los males, y no necesariamente el mayor. Tendría verdadera guasa que también los culparan de propiciar la extensión de la pandemia por carecer de una vivienda o que se insinuara de algún modo que los brotes de covid-19 declarado en algunas empresas se debe, en realidad, a que algunos viven hacinados en los pisos-patera del Segriá o el Baix Cinca. Y, por grotesco que resulte, eso es lo que ha hecho UGT para lavar la cara de los propietarios del matadero de Binéfar, según una información aparecida en el Heraldo de Aragón.

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Nogay dice de sí misma que es mestiza, catalana de bien con ancestros senegaleses. Es profesora de Secundaria, afiliada al sindicato CGT y activista de casi cualquier plataforma leridana que tenga algo que decir acerca de las condiciones lamentables en que viven los negros. Proponemos, y casi convenimos, que negro es mejor que moreno o cualquier otro eufemismo mojigato que atribuya algún sentido negativo al atributo físico de negritud. Lo dijo Malcolm X. No a los hombres de color ni al tío Tom ni a plancharse los rizos. "Gueto" es también la palabra que mejor describe al Casco Antiguo de Lleida, toda esa barriada que se extiende alrededor de las murallas de la capital del Segriá.

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A partir de ahí hablamos de esos migrantes que a menudo asumen sin rubor su condición de casi esclavos y que suelen quedar con sus amigos en los aledaños de la Seu Vella, una de las áreas del país con más policías por metro cuadrado de pavimento y donde, recientemente, ha sido puesta en entredicho la conducta de dos o más agentes de la Guardia Urbana. No son pocas las denuncias de agresiones brutales a africanos que ha reunido Fruita amb Justícia Social. Lo explicaba este diario hace unos días. La Paeria, de momento, calla.

A pesar de la ironía de Nogay, ambos sabemos que los migrantes son los más expuestos a ese virus insidioso del que se ignora todavía casi todo. Alguno, de hecho, ha muerto por su culpa. El abogado Antoni Iborra, del grupo de apoyo catalán Càrnies en Lluita, nos ha enviado a petición de la familia un vídeo de un difunto del Punjab (India), Sujdev Singh, en una cama de hospital. Es el hijo del muerto quien desea que divulguemos sin censuras esa imagen de su padre fallecido por si, de alguna forma, apela a las conciencias. Pero no vamos a hacerlo por respeto a su memoria; no vamos a mostrar su rostro lívido, ni a airear la voz de duelo lastimera de su hijo hablando en punjabí, cuyo sentido se adivina. Es una estampa terrible, estremecedora. Mucho más cuando se conocen las circunstancias que precedieron a su muerte.

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Murió a las diez de la mañana del 25 de abril. Y sería uno más en esa larga lista de mártires de no ser porque, según nos cuenta Iborra, veinticinco días antes, Càrnies en Lluita había denunciado al matadero de Gurb (Barcelona) en el que trabajaba -Costa Food Meat- por no adoptar medidas de protección de la plantilla. Ni se repartieron equipos de protección individual, ni se guardaban las distancias, se asegura en la denuncia. Mientras los españoles compartían vídeos hilarantes de africanos con ataúdes, los negros eran literalmente obligados a trabajar casi hacinados para poner algo de carne en los platos de los blancos.

No es posible determinar si Sudjev se contagió en el matadero de Costa Food Meat, pero, según un compañero de trabajo, Abdul Faila, de 46 años, no hay ninguna duda de que "hacía muchos días que se había declarado el estado de alarma y en Gurb se seguía trabajando sin seguridad de ningún tipo. Nos amontonábamos en los vestuarios, en el comedor, en las cadenas de trabajo... Pegados, pegados, sin mascarillas. Y nada de nada de seguridad".

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En realidad, la historia no es nueva. Hace solo unos días, este diario dio a conocer también que la cadena de contagio provocada por los mataderos de Fribin y Litera Meat de Binéfar (Huesca) había alcanzado a más de mil personas. La estimación, en realidad, era muy conservadora, dado que los test rápidos revelaron que al menos 198 trabajadores habían estado en contacto con el virus en Fribin, y otros 250, en el macromatadero del conglomerado italiano de los Pini, conocido por sus actividades criminales en la Europa del Este y por sus abusos laborales, también documentados por Público en su día.

Nadie habla de ello en el gueto negro de Lleida. Ni siquiera saben que a treinta kilómetros se ha declarado un brote de coronavirus que ha afectado a varios cientos de africanos. Muchos de ellos, viven en pisos patera de la capital del Segriá. Los test PCR posteriormente practicados a los infectados demostraron que quince de ellos se hallaban aún enfermos. "Tienen miedo a decirlo porque les echarían de los pisos", nos sugiere un nigeriano.

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La noticia de este contagio masivo se acompañó de espeluznantes revelaciones acerca de las terribles condiciones de trabajo en que la plantilla de Litera Meat -africanos, en su mayoría- venían desarrollando su trabajo. Según el colombiano Gregory Orozco -despedido por los propietarios italianos de ese conglomerado cuyos crímenes se investigan en Hungría y Polonia-, los trabajadores eran obligados a trabajar incluso cuando presentaban ya los síntomas. "Se despedían a quienes se ausentaban por motivos de salud", explicó Orozco a este diario. Una denuncia por lo penal fue presentada por la CNT y admitida a trámite por el Juzgado de Primera Instancia de Monzón (Huesca). Tampoco esto le pilló a nadie de sorpresa. La prensa húngara documentó en su día que Piero Pini solía referirse a sus trabajadores como los "esclavos blancos", y los medios polacos llegaron a divulgar historias de agresiones físicas a la plantilla, semejantes a las descritas por Orozco en el matadero de la capital de la Litera.

Otros testimonios recabados por este diario en Lleida entre trabajadores de Litera Meat -y recogidos en el vídeo que acompaña a este reportaje- confirman la veracidad de los testimonios sobre las coacciones a los empleados. Pero Orozco, hablando en nombre de la CNT, todavía iba más lejos: Litera Meat intentó ocultar a la Guardia Civil que no había adoptado las necesarias medidas de seguridad para preservar la vida de sus trabajadores. "Únicamente les preocupaba producir; no les importan las personas; solo los cerdos".

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La empresa lo negó, como negó también en su día haber cometido el mayor fraude fiscal de la historia de Hungría y de Polonia tras una operación policial en la que intervinieron doscientos agentes, lo que en última instancia condujo a una cárcel húngara a Piero Pini y le obligó a pagar 25 millones de euros para eludir otra prisión polaca. Se ha labrado ya un background en entornos carcelarios. Estos son algunos de los emprendedores que dan trabajo a los migrantes. Es un hecho.

Pero todo lo que ha ocurrido estos días confirma que no es posible entender qué paso en Binéfar desconectándolo de ese submundo laboral y del lumpenempresariado al que tienen que someterse los extranjeros que malviven en la zona oriental de Aragón conocida como La Franja o en algunas comarcas de Lleida como el Baix Segre, La Noguera o el Segriá. Es a esa bolsa de desesperados a las que acuden estos mataderos para cubrir las necesidades de sus cadenas de producción. Los capataces que ejercen de negreros son traídos a menudo de Bulgaria, Rumanía o Polonia.

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Y en el campo, desde hace varios días, varios cientos de migrantes se hacinan en las calles de poblaciones como Aitona o Seros, durmiendo en las calles, en los coches; sin duchas ni acceso a los servicios más básicos. "Los alcaldes se quejaban la semana pasada del uso poco cívico que habían hecho algunos de estos africanos de las fuentes públicas", nos dice Nogay Ndiaye. "Llevan treinta años regresando cada primavera y nadie ha juzgado oportuno todavía buscar alguna solución para darles cobijo. Y ahora además les molesta que quieran lavarse. A partir de ahora, aún va a ser peor, y se les va a considerar los apestados que vienen a traer al pueblo el virus".

Abdul Faila, ghanés, fue despedido del matadero barcelonés de Costa Food el día 31 de marzo. Algunos días antes se había quejado al encargado, al igual que otros empleados, de las terribles condiciones en las que estaban trabajando y del modo en que, para mantener la producción, la empresa arriesgaba con total impunidad las vidas de la plantilla -migrantes, en su mayoría-, mientras decenas de miles de españoles eran sancionados por aventurarse algunos metros más allá del portal de su casa. "El encargado me ignoró", recuerda. "Es lo que hacía siempre". Es una paradoja esperpéntica, como el hecho de que nadie reparara en las condiciones de trabajo de estos migrantes hasta que se sugirió que podrían estar creando un problema de salud pública. La única oposición local a la creación del matadero de Binéfar partió de un grupo de vecinos que temía que la llegada de extranjeros incrementara la delincuencia.

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Faila fue despedido con distintas excusas por realizar, según afirma, reclamaciones laborales. No tiene derecho a nada. Llevaba once años trabajando, pero la empresa le comenzó a computar la antigüedad a partir de agosto del año pasado. Todo el tiempo precedente había trabajado como falso autónomo, al igual que muchos miles de migrantes que abastecían el grueso de la fuerza de trabajo de la industria cárnica hasta muy recientemente. Fue después de la denuncia de Càrnies en Lluita cuando, según el abogado Toni Iborra, la empresa Costa Food Meat mejoró las condiciones de seguridad, pero para entonces, había ya cinco casos confirmados de coronavirus, y, entre ellos, el muerto. "Esas son las normas que rigen en los mataderos", nos dice un magrebí de Lleida. "Si te quejas u objetas algo, a la puta calle y a tomar por culo. Hay más negros y más moros allá afuera esperando un empleo".

También el mes pasado, el día 22 de abril, dos trabajadores de Le Porc Gourmet fueron arrollados por el río Gurri cuando regresaban de trabajar del matadero de Santa Eugènia de Berga a altas horas de la madrugada. El cadáver del ghanés ya ha sido hallado, pero el cuerpo del punjabí no se ha encontrado aún. Los migrantes tenían que hacer ese camino cada madrugada y sin ninguna alternativa segura de transporte. "Esta es la precariedad que mata", han denunciado el sindicato COS y Càrnies en Lluita. No es simple retórica.

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Solo un mes antes del incidente de los dos trabajadores de Le Porc Gourmet, los médicos de Santa Eugènia de Berga habían denunciado en un comunicado las "brutales" condiciones del inframundo laboral al que acudían cada día esos dos migrantes. En una carta divulgada por el diario La Vanguardia, el Foro Catalán de Atención Primaria aseguraba que los trabajadores de ese matadero sufren "brutales tendinitis" y acuden con frecuencia al médico para que les "pinchen analgésicos musculares que les permitan regresar al trabajo al día siguiente. Nunca los cortes que debemos suturarles son considerados accidentes de trabajo".

"Es una labor de esclavos la de los mataderos. Nada que alguien que no esté desesperado pueda desear. Tengo un amigo que tuvo que dejarlo. Se marchó a Bilbao. Ni los tractores pueden trabajar dieciséis horas al día. Conozco gente que contrajo la tuberculosis cuando trabajaban en Cervera", nos dice un africano con el que conversamos junto a la Seu de Lleida. Su testimonio ha quedado recogido en un reportaje audiovisual realizado por Público, al igual que el de un padre de familia marroquí que trabajó en el matadero de aves de Bonpollo. "Aquello es como la esclavitud. Te empujan a hacer horas extras o te miran mal. Tienes que trabajar a tres grados muchas horas, con las manos heladas y doloridas; te controlan todo el día y te dan solo un rato para comer. Necesitas ya cinco minutos para llegar al bocadillo y otros cinco, para regresar. Los que fuman no comen". No hay gente de Vox, según afirma, salvando España en estos mataderos.

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A menos de cien metros del lugar donde charlamos, encontramos a dos docenas de africanos repartidos por el parque de los depósitos del agua. Llegaron hace días y algunos todavía no han hallado un techo. Pero es lo común. En verano, a menudo, se concentran varios cientos de ellos. El olor a orines en los espacios urbanos donde duermen, entre ropas tendidas, bajo el calor asfixiante del verano, es completamente insoportable. Una y mil veces escucha uno sus historias de abusos y de patrones sin escrúpulos que, al igual que los Pini, les roban parte de sus horas o les obligan a trabajar gratis los sábados o a firmar el mismo día el alta y la baja laboral o les cotizan una quinta parte del tiempo que han servido para ellos.

"Hemos tenido gente en el campo que ha llegado a desplomarse, y verdaderos casos de esclavitud real, como aquellos rumanos a los que llevaban a trabajar en furgonetas y a los que les ingresaban los salarios en unas cuentas controladas por la mafia; o aquellos paquistaníes a quienes trataban como a basura y a los que, si no me falla la memoria, liberó la policía", cuenta Nogay Ndiaye. "Y solo hay un culpable de todo esto: la ley de extranjería. Un migrante debe llevar tres años en España para acceder al permiso de residencia: hablamos de mil días y mil noches, en las que tienen que malvivir, casi siempre de la caridad, y comer y disponer de un techo, sin poder trabajar. Cuando consiguen por fin los requisitos para acceder a él, se aferran a él como a un clavo ardiendo porque es lo único que les impide que caigan al infierno. Hasta la tercera renovación, en la que puedes optar a un permiso permanente de residencia, necesitas un trabajo, que es tu botella de oxígeno, por muy mierdoso que sea".

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Ahí entran los Pini y todos los desaprensivos que se aprovechan de esas circunstancias para contratar a trabajadores agrarios en las condiciones lamentables que describen muchos de ellos. Es en este mercado subhumano donde se abastecen. A menudo, es el agricultor humilde el que más se ocupa de sus trabajadores. Otra paradoja.

"El campo -nos dice Ndiaye- es el único lugar donde se dan las circunstancias necesarias para que puedan trabajar las personas sin papeles o que tramitan su obtención. En los picos fuertes de fruta, algunos payeses necesitan recurrir a ellos para coger la fruta. Nos topamos con cualquier situación imaginable. Nos han llegado casos de gente que ha trabajado de mayo a septiembre y que al ir a la Seguridad Social ha descubierto que les habían cotizado doce días. La mayoría tienen que pagarse el desplazamiento al centro de trabajo", añade esta activista, miembro del sindicato CGT.

Esa es también, a grandes rasgos, la situación de los trabajadores de mataderos como el de Litera Meat, que solo empezó a fletar los autobuses a partir del brote de coronavirus, y forzado por las circunstancias y las denuncias. Se da la circunstancia de que la administración aragonesa construyó un colegio en la capital de la Litera. Ahora buscan alumnos porque ni existen pisos en Binéfar ni, aunque los hubiera, los migrantes tienen los recursos necesarios para pagar un alquiler. La situación era fácilmente anticipable pero nadie, en las instituciones, se ocupó del bienestar de estos trabajadores pese a que los socialistas se refirieron muchas veces al descalabro demográfico aragonés para tender su gran alfombra roja a los italianos del entramado delictivo. Varios de estos socialistas, además del número dos de la Policía Local, se han beneficiado de la llegada de los Pini.

A decir verdad, nadie había puesto el foco sobre las condiciones brutales en las que trabajaban hasta que la alerta sanitaria puso en jaque a los blancos y la CNT alzó una voz de alarma. Se da la circunstancia de que la defensa de los trabajadores de ese matadero quedó gravemente comprometida por una maniobra de UGT, que amarilleó las elecciones sindicales e infiltró como delegada de empresa a una oficinista de confianza del patrón. Eligió a la mejor de las dos posibles candidatas elegibles. Litera Meat agradeció públicamente hace unos días su trabajo al sindicato. El abrazo del oso.

"Y el caso de los jornaleros todavía es peor", dice Nogay Ndiaye. "Nadie alquila a los negros, así que tenemos a mucha gente con trabajo y permiso de residencia, y ningún lugar donde dormir. Es algo que viene repitiéndose en pueblos como Artesa de Segre, donde alegan que si les mejoran las condiciones, se activará el efecto llamada, y se les llenará el pueblo de migrantes. Así que duermen en pozos o en cabañas. Los alcaldes de la zona son una panda de hipócritas inhumanos y sinvergüenzas. Qué menos que facilitarles el acceso al agua. Vivimos en una sociedad racista y esta gente discriminada es tratada como la última mierda de la sociedad".

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