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Campo de Calatrava: éxodo rural, castillos medievales y un aeropuerto sin pasajeros

De Carrión hasta Almagro pasando por los restos de Calatrava la Vieja: un paseo por el Campo de Calatrava, tierra de castillos y cruce de caminos.

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Campos sembrados cerca de Ballesteros de Calatrava. — Alfonso Portabales

Qué va, están todos en Madrid. Yo me apaño bien sola.

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Tres campanas anuncian la hora y cortan la conversación. Son las doce del mediodía y, durante algo más de medio minuto, las tres iglesias, a pocos metros unas de otras, parecen competir por la atención de los pocos paseantes. Espantan a un grupo de palomas, que vuelan por el aire y se pierden detrás de los edificios de la Plaza de la Constitución, hacia los campos de cereal todavía verde.

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La primera torre, al lado del ayuntamiento, emite campanazos agudos. Los de la segunda son graves, enormes. La última tiene un deje a herrumbre, como a vejez, y tañe medio segundo más tarde que las otras dos, casi como un eco, lo que hace que, incluso en medio del ruido, sea la más fácil de distinguir.

Campana de Carrión de Calatrava. — Alfonso Portabales

Es un día de diario, apacible. Un día cualquiera en el Campo de Calatrava, como cualquier otro. Dos abuelas cuchichean y pasean con carritos de tela por la plaza, y otra, con la que hablo, las saluda desde un banco, casi sin mirarlas, como jugando a ser campanas. Un policía observa todo de pie, quieto en un lateral de la plaza, al lado de su coche apagado. El chorro de agua de la fuente cae imperturbable. El cielo está nublado, pero a ratos el sol de inicio de primavera despunta y, cuando lo hace, enseguida calienta y quema.

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Carrión, el pueblo en el que estoy, es uno de los trece municipios que en la actualidad componen la región de Campo de Calatrava. Esta comarca, en el corazón de la provincia de Ciudad Real, de la que han salido hijos ilustres en la época reciente como el director Pedro Almodóvar, el escritor en lengua gallega Xavier Alcalá, la historiadora Clara Delgado, la actriz Sara Montiel o el pintor Antonio López, entre otros, y que cuenta con una personalidad y una estética única, suele pasar desapercibida en el imaginario popular de España. Lo folclórico suele hacer pensar en Andalucía; lo mesetario, en Madrid; lo vacío, en Soria, Zamora o Teruel. Con lo que sí se asocia toda la comarca, y la región de la Mancha es, sin duda, con la figura de Don Quijote.

En la misma plaza de Carrión, ya vacía de palomas, hay una estatua junto a la fuente. Don Quijote aparece de pie, soñador y flaco, y Sancho, sentado sobre una tinaja que dice: "Amigo viajero, estás en Carrión. Bebe su buen vino y te irá mejor". Pensé que ese mensaje era sólo para mí y para las campanas en el viento. Es cierto que el Quijote nunca pasó por aquí, ni dijo eso, pero eso no lo hace mentira, supongo.

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Estatua de Don Quijote y Sancho en Carrión de Calatrava. — Alfonso Portabales

La verdad es que Don Quijote es, por encima de todo, una burla al idealismo y, al mismo tiempo, una carta de amor a los soñadores. La boca que ríe y la que besa son la misma.

Sí, Don Quijote es un loco y tanto él como Sancho son castigados una y otra vez con golpes y humillaciones; pero, al mismo tiempo, en tantas ocasiones, es Don Quijote el único capaz de ver la belleza de los personajes con los que se encuentra, su nobleza por vivir según valores propios.

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Sus ensoñaciones alteran su entorno. Lleva sobre la cabeza la bacía de un barbero convencido (o convenciendo) de que es un valioso yelmo de un hechicero. Además, se enamora de la doncella llamada Dulcinea del Toboso, que es descrita físicamente como "carirredonda y chata", con cabellos como "cerdas de cola de buey bermejo", y dueña de "un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo". A pesar de estas descripciones, es convertida por pura fuerza de voluntad o locura por la percepción de Don Quijote en la mujer más bella y noble, una princesa medieval, ejemplo para el mundo.

Como pequeño apunte: aunque Dulcinea, como era de esperar en una obra del siglo XVI, no tiene opinión ni agencia sobre todas estas percepciones y aventuras, la pastora Marcela, un personaje del libro no alterado por la percepción del caballero de la triste figura, aparece como una de las primeras representaciones de la época de una mujer fuerte e independiente.

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En resumen, Cervantes pareció elegir la Mancha de la época, en ese patetismo romántico, como un territorio intermedio, conquistado hacía pocos siglos por los reinos cristianos, como imagen de un lugar vacío, sin la épica de los territorios míticos de aventuras de caballería como Camelot o la Francia y el mediterráneo de Orlando furioso, para al mismo tiempo, como hacia sus personajes, escribir una carta de amor al territorio que aún perdura y resuena en todo el planeta al oír el nombre de la que es, para muchos, la mejor novela de la historia. Y esa no es una asociación menor.

"Calatrava la Vieja, hijo", me dice la señora del banco tras preguntarle qué podía visitar en la región. Son ruinas. Merecen la pena.

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Restos de la fortaleza de Calatrava la Vieja. - Alfonso Portabales

Y es que es precisamente por caballeros no literarios de los que viene el nombre de esta comarca. El nombre Calatrava deriva de Qal'at Rabah, que significa, según una posible traducción, el castillo (Qal, con mismo origen que Alcalá) de Rabah, el posible primer jefe de la región en la península ibérica del siglo VIII. Según otra, sería el castillo de la rábida, un tipo de fortaleza musulmana común en las zonas fronterizas de la época con los reinos cristianos.

En cualquier caso, cuando los reinos cristianos del norte conquistaron la fortaleza de Qal'at Rabah adaptaron el nombre a castellano como Calatrava, y por extensión a toda la comarca que le rodeaba. La fortaleza era una edificación militar musulmana importante, enclavada en la zona de frontera. Estaba, además, ubicada en un cruce de caminos de mucha importancia. A un lado fluía (de manera inconstante, hemos de suponer) el río Guadiana, y por su territorio transitaban los caminos de Córdoba a Toledo, de Mérida a Zaragoza, y algunos de los que unían el Atlántico y el Mediterráneo.

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Estas eran tierras de paso, en las que se llegó a pelear por cada palmo de terreno. Su orografía, con largas explanadas y algunos montes bajos famosos por su caza, hacían que una sola edificación pudiese controlar muchos kilómetros a la redonda.

Una vez la fortaleza de Calatrava fue tomada por los cristianos, desde Toledo, una de las ciudades más importantes del creciente reino de Castilla, se hicieron llamadas a la cruzada santa, a la conquista de toda la península para la cristiandad. La cabeza de lanza era Calatrava, y para ello, en pleno siglo XII se fundó la orden de Calatrava, una orden de monjes-guerreros encargados de defender el castillo y los cruces de caminos.

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Fue precisamente este tráfico y su posición de relevancia estratégica lo que convirtió a la región, durante estos siglos, en una extremadura, la frontera de Castilla, como lo fueron en diferentes épocas Soria, la extremadura de Burgos, la Estremadura portuguesa, y la comunidad autónoma de Extremadura, en España, frontera meridional entonces del Reino de León.

Campos sembrados en los alrededores de Calatrava la Vieja. — Alfonso Portabales

Estas divisiones territoriales no eran estables, y en ellas sólo se avenían los pastores o los cazadores, y rara vez se asentaban agricultores. Eran lo que se llegó a conocer como tierras de nadie.

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En Calatrava la Vieja es sencillo ver esta historia, y el más que posible terror de los soldados de cualquier bando. Subido a una de sus piedras, la vista se extiende durante kilómetros ininterrumpida en cualquier dirección: campos de cultivo, pájaros y nubes.

Sigo mi camino por la región. Desde el pico de un monte bajo veo campos con extensos olivares, un mastodóntico centro de convenciones al que se llega por carreteras de tres carriles desocupados, un par de puntas de campanarios de iglesia en silencio y un aeropuerto vacío.

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Los aviones del aeropuerto no tienen señas distintivas de una aerolínea u otra. Sólo aviones puros recortados contra el horizonte. De la terminal surge un alto puente peatonal que no conecta con nada y termina también en aire. Quizá haya pocas metáforas mejores de ese vacío.

Aeropuerto de Ballesteros de Calatrava. — Alfonso Portabales

Intento hablar con alguien en los entornos de aeropuerto, pero solo pasan pájaros y sus declaraciones carecen de interés.

Si algo parecía poder cambiar este proceso de vaciado fue la crisis de la covid. La vuelta al campo y a los espacios abiertos. Superada la crisis, los centros de las ciudades siguen caros y llenos, inhóspitos pero sin hueco y el campo, tan vacío como antes de aprender lo que era una FFP2.

De hecho, la población en todo el Campo de Calatrava, de una manera muy similar a la de muchos pueblos de lo que hoy es conocido como la España vacía (o vaciada), alcanzó su máximo en 1950, y aunque hay ciertos indicios de recuperación en varios de sus pueblos desde la mitad de la década de los 90, la vuelta a esos niveles de población parece difícil en la actualidad. Al menos nada parece indicar un cambio de tendencia en el corto plazo.

Este vaciado en la década de los 50 de tantos pueblos no es, desde luego, casual. Ya lo cantaba Lolita Sevilla en Bienvenido, Mister Marshall: "Os recibimos, americanos con alegría. Los yanquis [...] con mil regalos. Y a las niñas bonitas van a obsequiarlas con aeroplanos".

El plan Marshall fue un plan de choque contra la extensión del comunismo en Europa. A pesar de que en España no se aplicó, ya que el riesgo de esta extensión era bastante bajo, el gobierno franquista recibió unos 800 millones de dólares a cambio del establecimiento de bases militares en el país.

Con el desarrollo económico de los siguientes años, comenzó el llamado éxodo rural, el movimiento de una parte importante del país a sus principales ciudades. Este es un tema muy de actualidad y que sigue afectando a la estructura social del país, que, en ciertas partes de su territorio tiene de las densidades de población más bajas de Europa. Ha sido tratado por escritores como Sergio del Molino en La España Vacía, y por el propio Gobierno, que ha creado un ministerio encargado de este problema.

La tierra de nadie. Lo que fue, parece que poco a poco vuelve a ser. El Guadiana sigue pasando y escondiéndose, aunque el castillo ya no tiene nada, más que un pasado o una serie de fantasmas que defender.

Calles vacías del casco histórico de Almagro. — Alfonso Portabales

Tras el aeropuerto, visito Almagro, su ciudad más importante, con sus soportales verdes, también engalanados de primavera, su famoso corral de comedias, y sus casas señoriales. Pero la ciudad no está solo en piedra y vidrio y madera, está llena de visitantes y locales.

Como uno de esos platos manchegos nombrados con una sensibilidad especial: duelos y quebrantos, y algo de atascaburras. También un, algo menos original, pisto y unas berenjenas de Almagro. Veo a niños jugar y a abuelos charlar, saludarse con tranquilidad. La ciudad es dinámica y activa, tranquila, también rodeada de campos. El viento sopla por el campo verde y arrastra las espigas jóvenes. Algunas vuelan junto a los pájaros. Dónde han de caer ya es cosa de otros, del futuro.

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