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Baldomera, la hija de Larra inventora del timo piramidal que nunca devolvió los millones estafados

El primer Ponzi, el primer Mádoff, el primer timador loquísimo que dibujó pirámides en el aire... era ella. Se llamaba Baldomera y nació en Madrid.

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Baldomera Larra. — WIKIPEDIA

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Pasa cada diez o quince años. Aproximadamente, no es ciencia exacta. Desde luego que no es ciencia exacta, aunque quieran vendértelo como tal.

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Pasa cada diez o quince años, digo. Alguien (alguien) tiene pocos escrúpulos, y se dedica a contactar con otros que también tienen pocos escrúpulos, y que quieren timarlo, y aprovecharse de él. Mira este, qué tonto, regalando algo por nada, y entonces muchos pican, y el primero acaba pirándose con un saco de arpillera lleno de pasta, sonrisa grandota y sensación de qué bien voy a vivir en algún país tropical.

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Igual les suena a los criptobros toda esta historia.

Lo que seguramente pocos sepan es que el sistema (el "sistema") fue inventado por una española. Ciudadana de la Villa y Corte, echá p'alante y con apellido ilustre. Se llamaba Baldomera Larra, y todavía están buscando todos los cuartos que amasó.

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Digamos que Mariano José de Larra (a quien ustedes sí que conocen, seguro) fue persona de contrastes. Icono del liberalismo, se puso absolutista furibundo en juventud. Luego tuvo tórrida historia de amor con Dolores Armijo, pero antes casó con una buena señora de nombre Josefa Wetoret, porque los designios de la vida son inescrutables. Tres años desde el matrimonio y Mariano publica uno de sus célebres artículos. Casarse pronto y mal, lo titula. De forma totalmente inocente, supongo. No duraron demasiado unidos, y tampoco vivió mucho más tiempo Larra. En 1837 se pegó un tiro en la sien. La primera en ver su cadáver fue Adelaida, una de sus hijas. Tenía cuatro años.

Dejó tres huérfanos, el escritor. Cada uno con su historia. Luis Mariano, el chico, que se dedicó a novelerías (malas) y zarzuelas (bastante célebres), aparte de gastar levita y patillas grandes como puños. De Adelaida ya vimos cómo venía marcada por imágenes difíciles de olvidar. Luego fue amante del rey Amadeo de Saboya. Pero amante reconocida, amante con piso propio y mando en Corte. El asunto terminó en un verano santanderino, con la mujer del director de The Times poniéndole los cuernos con el Saboya. Adelaida se lo tomó tirando a mal, así que amenazó con publicar las cartas (bastante subidillas) del monarca. Fue convenientemente convencida de que aquello era mala idea mediante el soborno y una pistola apuntando a su cara... Luego intentó timar al marqués de Manzanedo (que bastante fino iba con su casamiento senil), y se perdió por entre las tinieblas del Madrid decimonónico. Parece que en la familia había cierta querencia por eso del sablazo.

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Pero quien lo llevó hasta sus últimas lindes fue la benjamina. Doña Baldomera Larra, nacida en 1833 e ilustre inventora del fraude piramidal. ¿Sellos del fórum filatélico? Baldomera Larra. ¿Criptomonedas? Baldomera Larra. ¿Preferentes? Oh, sí, también cosa de Baldomera Larra. Veamos.

Todo tiene un contexto, eh, y el de Baldomera trae más miseria y necesidades que ansias de forrarse rápido. La buena mozuca contrajo matrimonio con Carlos de Montemayor, que era médico del Saboya (sí, ese a quien su hermana le practicaba curas poco privadas), y bastante marcado políticamente. Vamos, que andaba fastidiado cuando lo de Martínez Campos, y Cánovas, y la Restauración, y otra vez Borbones. Así que se exilia a Cuba, y la pobre Baldomera queda sola, con tres hijos y poco caudal que transformar en viandas. Así que echó sus cuentas y se le ocurrió algo genial.

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(Genial para Baldomera, claro, para los otros no).

"A ver, es tan simple como el huevo de Colón", respondía. Oye, Baldomera, y cómo puedes ofrecer estos márgenes inalcanzables. Ay, ustedes es que... es tan simple como el huevo de Colón. Pero nada más. Ni prenda. Oliveira y Compañía, inversores fuertes de aquellos tiempos, quisieron asociarse con Baldomera. Uy, no, disculpen, pero yo sigo sola. No reveló su secreto.

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Porque Larra era prestamista. Bueno, tenía un banco, solo que de banco nada, porque allí todo era mesa de madera, libros contables y ella sentada sonriente, ya verá, ya. Se lanzó al asunto en 1874, cuando uno de sus hijos enfermó. Fue entonces que pidió pasta a una amiga. La onza de oro, cuenta nuestra historia. Treinta días y devolvió dos. "Lo hice invirtiendo bien". Claro, aquella hazaña corrió rápida entre corrillos madrileños.

Decidió llamar a aquello Caja de Imposiciones, e instaló su invento en el Teatro España, en plena Plaza de la Paja. Digamos que llegó allí por casualidad, después de ir basculando en locales y establos, pero pareciera que Baldomera trabajase siempre con esa pizca de ironía que tanto bien le hizo al padre escribiendo. En sus buenos ratos, que no duran, tuvo cinco tipos en plantilla. Saturnino Iruega, secretario; Nicanor, que hacía recaducos; y tres escribientes de apellidos Enciso, Rojas y Casanova. Al negocio no le podía ir mejor.

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Entonces... ¿qué hacía Baldomera? Pues nada, muy fácil. Traiga usted aquí sus buenos cuartos, déjelos en depósito y yo se los devuelvo con un interés de hasta... ummm, a ver... el treinta por ciento. Sí, sí, como lo escucha, el treinta por ciento. Mensual, ojo. Si se quedan un año lo doblo, un sesenta. Negocio tentador, ¿eh? Tanto que alguien debió darse cuenta de que era imposible. Oiga, doña Baldomera, y qué garantías nos ofrece usted. Ella, otra vez, irónica. "Mi única garantía es el Viaducto". Vamos, que si no pagaba... pum.

Sucede que aquello funcionó... en fin, funcionó de forma piramidal. Boca a oreja. Oye, mira, sé de un negocio con rendimientos increíbles. Sí, sí, pero es solo para entendidos, para privilegiados, para quienes manejamos el país. Así funcionan las estafas piramidales. Baldomera devolvía dineros con intereses a los primeros, a los escalones más altos de su edificio picaresco... y, mientras, una multitud iba creciendo geométricamente bajo ellos. Es a esos a quienes se cepilló. Son los mismos que compraban billetes de diez mil a precio de estampitas. Los que no querían denunciar porque, joder, en el fondo tenían certeza de haber sido demasiado crueles, de haber actuado sin escrúpulos. Bueno, eso y que da bastante vergüenza. Lo de que te timen, digo.

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Porque Baldomera lo hacía todo a la luz del día, nada de callejones sucios y pintas de rufián barato. No, no, legal, colega, legal. Ella era simpática, tenía chispa. Le dijeron Madre de los Pobres. Le dijeron La Patillas, porque su hermana Adela era Dama de las Patillas, y la pobre Baldomera... en fin, que era graciosa, pero alejada del canon imperante en aquel entonces. Pronto el Banco funciona, y funciona de narices. Sucede que el éxito trae consigo, irremediable, corrupción en la ideal inicial. Si a todos nos parece bien (salvo a algún excéntrico) lo de timar ricachones poco íntegros, se hace cuesta arriba el tema cuando hablamos de familias pobres que llegaban desde pueblos cercanos a Madrid, proletarios o arrieros que vendieron predios y dalles con la esperanza de una recompra en sesenta días, incremento de capital mediante. Dicen las letras que hasta hubo niños rompiendo huchas para invertir con la señora, pero eso suena más a adorno dickensiano, oigan. Ahí a se tuerce el asunto, y Baldomera no es ajena a ello. Hubo unos cinco mil afectados, y el volumen de su negocio fue tal que algunos periódicos extranjeros, como Le Figaro, se hicieron eco de tal éxito. Dicen que trincó sobre los veinte millones en reales de vellón. Por redondear, algo menos de 15 millones de nuestros euros, céntimo arriba o abajo. Que no está nada mal.

Sucede que eso es mucha pasta, y empiezan a circular historias sobre si la señora Baldomera anda viviendo de prestado, y que el castillo de naipes tiene patucas débiles, porque a ver cómo saca una, por mucha imaginación que la ilumine, un treinta por ciento a todas esas sumas. Dicen que si fue en 1876, que se le presentó en casa un carbonero. Mire, doña Larra, deme ya mi dinerín, que lo necesito para la noche, que tienen hambre los nenes. Ah, y si se pone remolona a lo mejor le abro la cabeza con esta simpática pala de hierro forjado que casualmente traje conmigo. Ante tal despliegue argumentativo, Baldomera cede, y empieza a sentir en la nuca esa familiar sensación. La he hecho gorda, la he hecho gordísima, mañana se me llegan a la oficina todos los afectados con las preferent... perdón, con los sello... perdón, con las criptomoned... perdón, con esto tan sencillo que hago desde hace dos inviernos, y la tenemos liadísima.

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Cuentan que al día siguiente Baldomera hizo aparición pública. En su palco privado de La Zarzuela, nada menos, que todos los Madriles puedan verme, que nada escondo. Suspiros aliviados recorriendo butacas. En el descanso sale la buena señora al servicio, sí, un momento nada más, es que bebí agua de la fuente esta tarde, el mejor agua de todas, el agua de Madrí. Mutis por el foro, claro.

Nunca volvió.

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(Por cierto, que de refilón casi linchan a su hermano. Una turba se fue hasta el teatrillo donde estrenaba obra y quisieron intercambiar con él puntos de vista respecto al mercado de valores, el índice bursátil y tres o cuatro puñaladas desde el ombligo hasta la nuez. Los guardias, muy atareados aquella tarde, intervinieron).

El cuatro de diciembre las autoridades se presentan en la Caja de Imposiciones, acompañados por el juez de instrucción que se encargaba del distrito de La Latina. Baldomera andaba ya lejos. Francia, Auteuil, cerquita del Bois de Boulogne. Dos años más tarde, en 1878, el Gobierno de Cánovas pide que la extraditen. Patrice de Mac Mahon dice que sin problemas, tomen ustedes, ando yo con el tema en casa como para preocuparme a fruslerías. Hubo un juicio (Baldomera, adelantada a sus tiempos, dijo que todo era culpa de los periódicos, que le hicieron tener mala fama, y así no hay quien haga negocietes, y genere duros, y pueda devolver préstamos) y la sentencia se dicta en mayo de 1879. Seis añitos de prisión.

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Estuvo muy poquito tiempo a la sombra, apenas doce meses, porque se recogieron firmas, indulten a Baldomera, ella es maja, es campechana, nunca tuvo culpa, indulten, perros del Estado. Y hubo indulto. Luego incluso fue absuelta en el Tribunal Supremo. ¿El argumento de Felipe Aguilera, abogado? Pues que Baldomera estaba casada, así que necesitaba permiso de su esposo para celebrar contratos civiles, y como no tenía ese permiso pues todos los papelajos, documentos y préstamos eran nulos. Inexistentes. Vamos, que todavía le pidieron perdón.

Tras esto ya no sabemos más de la señora Larra. Los hay que dicen que embarcó para Cuba, a ver qué tal color tenía su marido. Otros cuentan si vivió recluida junto a Luis Mariano, el fráter a quien casi linchan por su causa. Los de más allá apuntan a Buenos Aires. Nunca lo sabremos.

Lo que sí es seguro es que, amigos, el primer Ponzi, el primer Mádoff, el primer timador loquísimo que dibujó pirámides en el aire... era ella. Y nació en Madrid.

Ah, no devolvió un duro.

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