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Ansiedad, drogas y autolesiones: la "nefasta" acogida en España enferma a las personas migrantes

Médicos del Mundo publica un detallado informe sobre los daños en la salud física y mental que provoca la política de contención en insalubres campamentos y centros improvisados desde Canarias a Melilla.

Varias personas migrantes viven en las calles de la isla de Tenerife tras huir de las malas condiciones de las macro campamentos improvisados por el Gobierno.
Varias personas migrantes viven en las calles de la isla de Tenerife tras huir de las malas condiciones de las macro campamentos improvisados por el Gobierno. Ignacio Marín / Médicos del Mundo

"Psicológicamente, enfermamos mucho. Más que físicamente", dice Younes, un joven marroquí que llegó a Canarias en 2020, tras seis días de viaje en los que tuvieron que achicar agua de la patera en la se aventuró. Desde que se echó al mar, su situación no hizo más que empeorar. Pasó días hacinado en el ya cerrado muelle de Arguineguín, en Gran Canaria, donde llegaron a apelotonarse casi 2.000 personas recién rescatadas del mar en un espacio para 300. Tuvo una tregua durante la temporada en la que fue acogido en un hotel, pero desde que empezaron a funcionar los improvisados campamentos del llamado Plan Canarias fue trasladado a las carpas de la nave Canarias 50, en la misma ciudad. Vuelta al hacinamiento, dormir sobre lonetas, comida escasa y poco variada, ausencia casi total de baños e higiene, falta de atención sanitaria y, sobre todo, un bloqueo en la isla que le impedía cumplir su objetivo: enviar dinero a su familia. El día en que una tormenta inundó de aguas fecales la estancia fue la gota que colmó el vaso. Prefirió vivir en la calle antes que en los dispositivos de acogida de migrantes del Gobierno. Y todo ello le está pasando factura, no solo física, sino emocional. "Vivimos en el horror, no se puede dormir, uno se duerme por puro agotamiento", afirma.

Este es solo uno de los numerosos testimonios de personas migrantes que han llegado a Canarias y Melilla en el último año recogidos por la ONG Médicos del Mundo, que este martes presenta su informe "La salud naufraga en la frontera sur", un título que comparte con el corto documental que han realizado, en el que aparecen más testimonios.

Este trabajo de campo viene a confirmar lo que los propios migrantes y colectivos de la sociedad civil llevan denunciado más de un año, que las malas condiciones de los dispositivos que el Gobierno ha ido implementando para recibir y bloquear a las personas migrantes lejos de la península tienen consecuencias terribles en sus cuerpos y mentes.

"Los macrocentros son ideales para cultivar patologías físicas, psicológicas y sociales", dice un médico de Canarias

Macrocentros improvisados han sido la solución de la Administración ante la crisis migratoria y la posterior crisis sanitaria, tanto en las islas como en Melilla. "Se ha optado por un modelo de centros sobredimensionados que hace muy difícil su gestión y la provisión de un espacio digno y saludable", dice el informe. O en palabras de un sanitario canario entrevistado por la ONG: "Los macrocentros son ideales para cultivar patologías físicas, psicológicas y sociales".

Falta de atención sanitaria

Crisis de ansiedad, insomnio, dolores de cabeza y de espalda, estreñimiento, vómitos y diarreas por la deficiente y repetitiva dieta de los centros; brotes de sarna, hongos y sabañones son las dolencias que el equipo de Médicos del Mundo ha documentado tanto en los insalubres campamentos y centros como en las calles de Canarias y Melilla. Aspectos que hacen mella en la su salud mental, "tan deteriorada que sufren crisis de ansiedad, autolesiones y trastornos del sueño", además de un creciente consumo de drogas para sobrellevar las condiciones y la incertidumbre que les envuelve, denuncian. Lo que la Administración llama acogida acaba enfermando a unas personas que también tienen dificultades para ser atendidos en la sanidad pública, explica el informe.

Es lo que le ocurrió a Makha, un pescador senegalés que decidió subirse al cayuco cuando vio que los grandes pesqueros europeos y asiáticos habían esquilmado sus caladeros. Tras meses en un hotel de Tenerife, cuando empezaron los traslados a los campamentos, él temió que ser deportado y prefirió vivir en la calle junto a otros migrantes en su misma situación. Tras una caída, se hirió en el pie, pero no fue atendido en ningún centro de salud. "Me dijeron que si no tenía papeles no me atendían. Me fui triste y preocupado, pero pensé que quizás aquí la ley funciona así", explica a la ONG. Una mascarilla sucia como vendaje y chorros de agua fueron la única cura que pudo proveerse.

El infierno de los centros, la dureza de la calle

El sinhogarismo de migrantes en Canarias ha ido descendiendo poco a poco a medida que han podido salir de las islas, se han realizado traslados a la península o han sido acogidos en casas de vecinos voluntarios que tratan de paliar las carencias del Gobierno, aunque el drama continúa.

En el momento de esta investigación, había alrededor de mil migrantes sin techo en Gran Canaria y 300 en Tenerife, además de otros 500 en Melilla. En cuevas, en recovecos cercanos a las playas, en contenedores de obra; cualquier sitio que también permita protegerse de una detención policial, por miedo a ser deportados.

En Melilla, cuando la pandemia hizo caer casi a cero el número de llegadas de migrantes, el Gobierno redobló esfuerzos en bloquear allí a los que estaban, en lugar de aprovechar la ocasión para desmasificar el Centro de Estancia de Temporal de Inmigrantes (CETI) y otros recursos. Rápidamente se improvisaron macrocentros para menores como la plaza de toros o el llamado V Pino, que "superaba todos los límites de lo humanamente tolerable", con un "riesgo altísimo de salud pública". Según la ONG, en todos estos espacios, la insalubridad ha sido la tónica general.

"El derecho a la protección de la salud de las personas migrantes en la frontera ha sido vulnerado de forma grave, sistemática y evitable", concluye el informe. Por eso, la ONG exige a las autoridades condiciones dignas en los centros de acogida (tanto estructurales como de emergencia), más personal médico, traductores, mediadores e intérpretes, formación en materia de salud mental, más planificación antes fenómenos predecibles y mecanismos de solidaridad interterritorial entre las diferentes comunidades autónomas, entre una larga batería de medidas.

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