Amparo Poch y Gascón, una médica feminista y antifascista
Dedicó su vida a la medicina y fue una de las fundadoras de Mujeres Libres. Ejerció su profesión desde una perspectiva feminista y de clase, ayudando a las mujeres obreras a eliminar prejuicios y tradiciones sobre la maternidad y sexualidad. Cuidó de los niños refugiados de la guerra civil y huyó de España. Murió en el exilio y la pobreza.
Publicidad
Actualizado:
“No es carrera propia de una mujer”. Así respondió su padre, sargento, a Amparo Poch y Gascón, cuando la joven preguntó si podía estudiar Medicina. Cumpliendo órdenes, terminó por estudiar Magisterio en su Zaragoza natal y acabó la titulación con premio extraordinario. Pero una vez cumplida la obligación, surgiría la nueva Amparo Poch y Gascón que desafiaría a su padre y a todo un sistema donde la mujer estaba relegada, en la España de principios del siglo XX. Así lo cuenta Antonina Rodrigo en uno de los pocos libros dedicados a su persona.
Publicidad
En 1922, Poch se matricula en Medicina, donde no tuvo reparo en denunciar al machismo y cómo la sociedad de la época miraba con burla y desprecio a la mujer que decidía (y podía) estudiar en la Universidad. De más de 1400 alumnos en los cursos de Medicina en Zaragoza, solo 32 eran mujeres. Durante toda la carrera se esforzó también en aplicar sus conocimientos a la población más vulnerable y pobre, sobre todo con un fin de prevención. Era una labor de militancia en la que daba sus primeros pasos y que ejercía de forma clandestina tras el golpe de Estado de Primo de Rivera. Siete años después de empezar, consigue titularse con matrícula de honor en todas las asignaturas de Medicina, un total de 28. También será suyo el Premio Extraordinario de licenciatura, después de ser la única mujer en las oposiciones y defender bajo concurso, en un tiempo récord, el tema “Valor diagnóstico del examen del líquido cefalorraquídeo”. Fue la segunda mujer en licenciarse en su facultad. A partir de ahí hizo mucho más que ejercer su profesión. A través de ella realizó toda una declaración de intenciones y principios.
La joven escribió una primera novela sobre el amor libre y revolucionario, lejos del conservadurismo, y sus palabras e ideas empezaron a ser recogidas en diarios de la época. El feminismo comenzó a ser tema de debate y algunos periódicos incluso crearon secciones específicas para ello, como La Voz de Aragón. En uno de sus artículos, Poch dice que la mujer es “un ser humano libre, consciente, con todas las libertades, atributos y derechos del hombre, y su voz (...) es la de la Justicia”.
Defendía que el feminismo, en cuanto a recuperación de los derechos, no era un problema, “aunque el egoísmo, la comodidad y la ignorancia lo compliquen, sino un movimiento ideológico”. En otro de sus artículos añade, en noviembre de 1928: “Si la mujer trabaja, casada o soltera, es porque quiere ganarse la vida para que, una vez ganada, pueda ejercitar su lícito derecho a conocerla y disfrutar las múltiples satisfacciones que a todos ofrece. No le basta el mezquino programa de coser, cocinar, bordar, etc… con el cual se quedaba antes en casa la compañera del hombre, y aún se queda en algunos sitios, mientras su compañero y esposo la deja guardando su honor y apellido”.
Publicidad
1929 abre su primera consulta en una habitación de su casa en la calle Madre Rafols, para luego trasladarse a la actual avenida César Augusto. Puso en el periódico La Voz de Aragón un anuncio que decía: “Consultorio médico para mujeres y niños. Consulta de tres a seis. Especial para obreras, de doce a una.” Y es que Poch siempre tuvo mucha conciencia de las necesidades de las mujeres obreras. Aquellas que cobraban entre un 55% y un 60% menos que los hombres por igual empleo, con largas jornadas y más trabajo aún en el ámbito privado, cuando llegaban a sus casas. A veces, por ello, como médica ni siquiera cobraba a sus pacientes más pobres y suministraba medicamentos a quienes menos tenían.
Hasta 1931 la mujer obrera solo tenía seis semanas de descanso tras el parto pero sin sueldo
Publicidad
Toda su labor se centra en la educación sanitaria y la prevención de enfermedades, creando guías como las Cartillas de Consejos a las Madres, con recomendaciones durante el embarazo y la lactancia para reducir la mortalidad infantil. En ella, su dedicatoria decía: “A todas las mujeres madres a quienes nada se ha dicho de su maternidad, sino que unas veces -demasiado bajo- es vergüenza; y otras - demasiado alto- es gloria”. Y es que, como recuerda Antonina Rodrigo en la biografía de Poch, hasta 1931 la mujer obrera solo tenía seis semanas de descanso tras el parto pero sin sueldo, por lo que la mayoría se incorporaba al trabajo a los pocos días del parto sin contar con que, muchas veces, arrastraban de la gestación problemas como anemia por las hemorragias o desnutrición.
Mucho antes, Poch también se había rebelado frente a los hombres que transmitían enfermedades de transmisión sexual, y que dejaban solas a madres con sus hijos. Sobre ellos decía: “Moralistas de prensa, de púlpito y de tribuna. Pensad en esta obra moral masculina que engendra dramas. (...). Pensad en las consecuencias de la impureza del hombre que nadie se da prisa en contener, ocupadísimos como están todos en convencer a las mujeres que ellas son el sostén y la base de esa sociedad que las aparta a un lado y que las deja, con sus hijos, a merced de un crimen aún no calificado, sin defensa alguna”.
Publicidad
El cuerpo de la mujer y su sexo fueron siempre constante en sus estudios. Habló sobre métodos anticonceptivos y escribió en 1932 La vida sexual de la mujer, donde conciencia sobre la higiene, su órgano reproductor, embarazos y enfermedades sexuales. También, en el polémico tema del aborto, se posicionaba a favor. Recordaba cómo las mujeres obreras que recurrían a métodos caseros solían acabar muertas, mientras las mujeres más ricas disponían de un médico si lo necesitaban. Lo defendía en casos como cuando “la fecundación es consecuencia de un acto en el que la voluntad de la mujer no estuvo presente, y no se la puede obligar a sufrir la consecuencia de una situación forzada, y menos aceptar a un hijo del hombre a quien quizá aborrece”. En aquel año, la joven también se casa, por lo civil, con Gil Comín-Gargallo, con quien compartía ideales, pero aquel matrimonio fue fugaz y duró poco tiempo. Siempre escribió a favor del amor libre, y fue firme defensora de la separación y del divorcio.
En el año 1934 se traslada a Madrid y abre otra consulta, de nuevo destinada a mujeres obreras y sus hijos, en Vallecas. Por entonces ya era militante de la CNT y formaba parte de la Mutua de Médicos del sindicato. Y en aquellos años, junto con Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada, crea la revista Mujeres Libres, para la liberación de la mujer obrera. Por entonces escribió en la revista, en numerosas ocasiones, no solo sobre su especialidad médica y experiencia, sino también sobre la institución del matrimonio o la guerra civil. Meses previos, ante los rumores de un golpe militar, Poch escribía en un artículo: “No prestéis oídos a los himnos nacionales ni a las palabras retumbantes que os hablen de falsos deberes patrióticos, sino a esa otra voz dulce y profunda que sale del propio corazón y enseña el precepto intangible de amar a todos los seres y todas las cosas… Llevar la luz, y hundir todo lo que pueda despertar el odio”.
Publicidad
Fue en aquella etapa cuando impartía cursos de puericultura o inspeccionaba colonias de niños refugiados, como una que organizó de 500 niños a México, u otras a Francia o Rusia. Trabajó desde 1936 a 1937 como directora de Asistencia Social en el Ministerio de Sanidad con Federica Montseny. Pacifista, su compromiso médico y moral la llevó a estar en los hospitales de contienda, con refugiados y niños. La propia revista de Mujeres Libres sí se hacía eco de la toma de conciencia de la mujer frente al fascismo, con mensajes como: “Vosotras, mujeres, podéis hacer mucho. Las Mujeres Antifascistas luchan y trabajan en el frente y en la retaguardia. Ven con nosotras. No importa que seas comunista, socialista, anarquista, republicana o sin partido: nos unirá un denominador común: ¡el odio al fascismo!”.
En la capital catalana también dirigió un programa de capacitación de las brigadas de salvamento
Publicidad
En 1937 llega a Barcelona y actúa como orientadora pedagógica en el Casal de la Dona Treballadora, donde se instruye y forma a la mujer obrera desde el conocimiento y la cultura. Las mujeres que llegaban al Casal recibían las clases gratis y sólo se les exigía voluntad de aprender. En la capital catalana también dirigió un programa de capacitación de las brigadas de salvamento, en las que instruyó a los brigadistas sobre asfixia, traumatismos, hemorragias o transfusiones sanguíneas.
Pero el franquismo ganó la guerra y Poch huyó. Logró llegar a Nimes, Francia, aunque le extienden un laissez passer que le prohíbe trabajar. Fue entonces cuando su conocimiento médico y experiencia queda silenciada, y se tiene que dedicar a la economía sumergida, bordando o haciendo sombreros en un taller clandestino. Ella y su pareja, Francisco Sabater, se trasladan después a Toulouse. Allí ya se normaliza su vida laboral y ejerce de nuevo su profesión con la atención de pacientes españoles. También colabora con Cruz Roja o en los cursos que la CNT organizaba por correspondencia. En 1965 le diagnostican un cáncer cerebral. Un año después escribe a sus hermanas porque desea verlas, pero la rechazan de manera frontal. Como si Poch hubiese sido la vergüenza de la familia.
Publicidad
Alternó ingresos en el hospital con períodos de mejoría. En alguna ocasión, sobrepasada por el dolor y con sus facultades mentales mermadas, intentó suicidarse tomando somníferos. Agotada por la enfermedad, con enajenación mental, falleció el 15 de abril de 1968. Más de 200 exiliados españoles acudieron a su entierro. Al morir sólo tenía en su cartilla de la caja de ahorros 16 francos con 29 céntimos. El periódico Espoir de Toulouse indicó en una crónica que Amparo Poch y Gascón “ vivió las penalidades propias de todos los que abandonamos España, por no querer aceptar el triunfo del fascismo. A su última morada la acompañaron muchos hombres y mujeres, de todos los partidos políticos y organizaciones, que sabían cuán abnegada y ejemplar había sido su vida, como médico, dedicada a ayudar y a curar a los que más lo necesitaban.”