'¿Cómo van las cosas? Salvo la política y la economía, todo va razonablemente bien”. La ironía corresponde a un alto cargo socialista en los años noventa, pero se ha desempolvado en los últimos meses como resumen del primer año del segundo mandato del presidente
Zapatero.
En el ámbito estricto de la política, arrancó la legislatura –y así ha seguido todo el año– marcada por los efectos perversos de la victoria electoral por “una mayoría más amplia”. Las campanas que se echaron al vuelo pronto dejaron de repicar, una vez verificado empíricamente que la posibilidad de absorber a los aliados puede ser menos útil que la capacidad de sumar que siempre ha predicado el PSOE.
Los socialistas se quedaron a tan sólo siete escaños de la mayoría absoluta, pero después de que su ventaja sobre el PP se hubiera ampliado a costa de sus socios de la pasada legislatura –ERC, IU e ICV–, los nueve meses transcurridos desde los comicios de marzo sólo han permitido certificar que “nadie tiene ningún interés en pactar con nosotros”, por lo que cada acuerdo ha de negociarse hasta la extenuación y cultivarse hasta su plasmación.
Así, la ventaja teórica ha resultado desventaja práctica. Todos los aliados potenciales están a la espera de lo que ocurra en las tres citas electorales del próximo semestre –Galicia, Euskadi y Europa– para revisar las cuentas de resultados y verificar si el PP puede recuperar el resuello para concurrir a las elecciones de 2012 con opciones de disputar el poder al PSOE. Si no es así, el cortejo será más fluido, aunque no necesariamente más fácil.
Estábamos en eso cuando aterrizó la crisis como una maceta que cae desde un rascacielos. No sólo se ha llevado por delante empleos e inversiones, sin que por una vez las estafas hayan distinguido entre pobres y ricos, sino que seguramente se llevará también a Pedro Solbes, el héroe de las elecciones de marzo, a quien hasta sus correligionarios atribuyen ahora el papel de villano. La única duda está en con qué hoja del calendario caerá, después de que el entorno presidencial creara el ambiente para la crisis de Gobierno y la operación fuera frenada después por los mismos que le dieron alas.
Zapatero, y ésta es la tercera nota característica de 2008, ha asumido el liderazgo de la gestión económica, un liderazgo sectorial que en la práctica, por la dimensión de la crisis, se convierte en global. De aquí procede lo que ha dado en llamarse “el cansancio” de Solbes, que no es otra cosa que “el hartazgo” de un veterano que a ningún laurel aspira que no sea la paz con su conciencia y a quien no siempre se ha respetado el rango formal de vicepresidente.
Sea a la vuelta de las Navidades, como quieren los que presionan a favor de la inmediatez, o –como han aconsejado las voces más conservadoras– después de las elecciones europeas, que permitirán hacer una lectura global del estado de opinión electoral, presumiblemente el presidente aprovechará para introducir más peso político en la composición de su Gobierno, en el que ministros como Cristina Garmendia se han demostrado ya “excelentes secretarios de Estado”, un perfil que, por lo demás, resulta del agrado de un presidente tan presidencialista como Zapatero.
Que Zapatero haya tenido que negar una crisis ministerial a los ocho meses de renovar su Gabinete no es, en todo caso, el mejor indicio de salud política ni de imagen, por más que en este tiempo haya inscrito su nombre como el presidente que logró una silla para España en el club de los elegidos de Washington, un hito que tiene más trascendencia como proyección de futuro que como reconocimiento de un presente que cuelga ya más del pasado.
La incapacidad del PP para desgastar al Gobierno con la crisis económica ha traído como efecto colateral que resucite los viejos asuntos de la anterior legislatura que le permitieron mantener en tensión a su electorado, singularmente la lucha contra ETA. Pero ésta no es la línea política de Rajoy, no al menos la del Rajoy que fue reelegido en el congreso de Valencia.
Un somero repaso a los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas refleja la curva de las inquietudes sociales. En diciembre de 2007, para la mayoría de los ciudadanos encuestados el principal problema de España era el terrorismo, que se llevaba la palma con el 39,6% en un ranking de preocupaciones repartidas, pero un año después, en noviembre de 2008, un aplastante 71,4 % señaló el paro. Entre enero y noviembre de 2008, “los problemas de índole económica” han pasado de ser la mayor preocupación individual del 17,1% para serlo del 50,2%, y el paro pasó en este año de ser el principal temor del 20,1% a serlo para el 34,7%. De forma llamativa, a medida que aumentaba esta preocupación ha descendido la vinculada a la vivienda, lo que indica que se ha instalado entre los jóvenes el ánimo de que su emancipación tendrá que esperar.
Si el Gobierno consigue hacer calar en la opinión pública –y de momento cuenta con la ayuda del PP– que está haciendo todo cuanto es posible para amortiguar la crisis, probablemente aumente la abstención, pero no pierda apoyos en la competencia con la derecha. Si la percepción no es esa y la recuperación se demora, Zapatero se enfrentará a una difícil coyuntura electoral.
Con cambio de ministros o sin él, las crisis económicas manifiestan siempre una asintonía temporal entre la recesión macroeconómica y la depresión social. Si la crisis de las hipotecas basura estalló en 2007, sus efectos no se han trasladado a los comportamientos ciudadanos hasta el último semestre de este año. Lo mismo ocurrirá cuando llegue la recuperación, que se dará en la macroeconomía antes de que se traslade al consumo.
De modo que lo realmente difícil de la situación política es la situación económica y lo auténticamente preocupante de la situación económica puede acabar siendo la situación social.
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