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Las sombras aún se ciernen sobre la muerte de Carrero 40 años después

Periodistas y estudiosos sostienen que ETA fue sólo la mano ejecutora de  un atentado que, a su juicio, beneficiaba a muchos: desde el propio entorno de Franco hasta la extrma izquierda, pasando por la URSS y a EEUU

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Este viernes se cumplen 40 años de la muerte del almirante Luis Carrero Blanco, cuatro décadas en las que no se han podido disipar las sombras de duda que aún se ciernen sobre el primer atentado de ETA en Madrid, por el que nadie se ha sentado ni se sentará en el banquillo.

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¿Fue el asesinato del entonces presidente del Gobierno y mano derecha de Franco una conspiración?. Los expertos que han estudiado esa época de la historia más reciente de España así lo creen, pero lo cierto es que ni los libros editados sobre el asunto ni, incluso, las series de televisión, han despejado la incógnita. Lo único seguro es que ETA perpetró la acción. Los terroristas de la denominada operación Ogro eligieron el 20 de diciembre de 1973, con Franco ya enfermo, para dar un gran golpe de efecto que trascendió más allá de nuestras fronteras.

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Un aviso de que la banda tenía capacidad suficiente para acabar con la vida del número dos del régimen, pero, en opinión de los expertos, ETA fue sólo la mano ejecutora, porque muchos intereses se escondían detrás de esa acción, como refleja el periodista y escritor Manuel Cerdán en su libro Matar a Carrero Blanco: la conspiración. Pese a que en ese momento Madrid estaba blindada por la Policía, los terroristas pudieron excavar un túnel en la calle de Claudio Coello, tiraron cable a plena luz del día vestidos con monos de trabajo y colocaron ocho kilos de goma-2.

Imagen del socavón que dejó en la calle Caludio Coello la explosión al paso del coche de Carrero Blanco.

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Hombre de costumbres y con escasas medidas de seguridad, ese 20 de diciembre el almirante se dirigía a primera hora de la mañana a misa, como todos los días, en el coche oficial para recorrer el corto trayecto entre su casa, en la calle Hermanos Bécquer, hasta la iglesia San Francisco de Borja, en la calle Serrano. Muchos recuerdan en España las imágenes de aquel día, en el que la goma-2 que ETA hizo explosionar lanzó al vehículo a una altura de 20 metros hasta caer en el patio interior de la casa provincial de la Compañía de Jesús.

El atentado causó la muerte del almirante y de los dos policías que le acompañaban. Sus autores fueron los etarras Jose Ignacio Múgica Arregui, alias Ezkerra; Pedro Ignacio Pérez Beotegui, Wilson, y José Miguel Beñarán Ordeñana, conocido como Argala.

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Pero esta es sólo la secuencia de los hechos. La pregunta ha sido, es y, previsiblemente, seguirá siendo esta: ¿Quién estaba detrás del atentado que desestabilizó el régimen y desbarató la sucesión de Franco y, por ende, el continuismo de su política?.

Cerdán, que se ha leído los 3.000 folios del sumario, plagado de errores "bestiales", según dijo con motivo de la publicación de su libro, asegura que la muerte del almirante beneficiaba a muchos: a la propia ETA, a la extrema izquierda, parte del entorno de Franco o más bien de su mujer, a la URSS y a EEUU. A cada uno le movía su motivo, que Cerdán explica detenidamente en su libro, pero a la pregunta de si ETA atravesó el Atlántico o el Telón de Acero, respondió: "Me quedo con el Atlántico antes que con los Urales".

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Juan Carlos, siendo príncipe, con Luis Carrero Blanco y el presidente de las Cortes, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, se dispone a acompañar a Franco en la tribuna del desfile de la Victoria de 1970

Y es que, según su investigación, a Estados Unidos no les gustó nada que Franco nombrara presidente a Carrero, ya que éste se oponía a la renovación del acuerdo de las bases estadounidenses en nuestro país. Con Carrero ya en la tumba, Carlos Arias Navarro refrendó la continuidad del convenio.

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No sólo Cerdán ha apostado por la teoría de la conspiración. El periodista Ernesto Villar, autor del libro Matar a Carrero, dice que aunque la idea del atentado no surgió del propio régimen, desde éste se respaldó por acción u omisión. Va más allá y asevera que el régimen quiso pasar de puntillas y lo antes posible por este atentado. Y para perpetrarlo, sus autores pudieron moverse por Madrid con toda impunidad, además de haberse ignorado todos los informes que llegaron sobre los terroristas.

Tanto Cerdán como Villar son pesimistas sobre la posibilidad de conocer toda la verdad. Muchos de los protagonistas han muerto y los que viven, callan.

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