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A Rato, ni nombrarlo

ANA PARDO DE VERA

'El ejercicio público no es una función lucrativa, pero hay ciertos límites. No es seguro que las remuneraciones en el sector público estén a la altura de las responsabilidades', aseguró Rodrigo Rato en febrero de 2012, tres meses antes de que Mariano Rajoy decidiera que su gestión al frente de Bankia había concluido y diera el pistoletazo de salida a la caída de su excompañero de Consejo de Ministros en la etapa de José María Aznar. El exvicepresidente del Gobierno, exministro de Economía, exdirector gerente del FMI, expresidente de Caja Madrid y Bankia o ex vicesecretario general del PP todavía se consideraba intocable.

Hoy, Rato, que lo fue todo en el PP y que ha sido un referente para muchos de sus dirigentes y futuros dirigentes, está a punto de ser expulsado del partido por el uso de las tarjetas B de Caja Madrid para alcohol, salas de fiestas, restaurantes y otras compras igualmente prescindibles en su cargo al frente de la intervenida Caja Madrid-Bankia.

Cada vez que se pregunta a un dirigente de la calle Génova por la situación de Rato, evita mencionar su nombre. 'Caiga quien caiga' o 'afecte a quien afecte' aseguran sin mentar al todavía consejero de Telefónica sobre los expedientes informativos previos a los de expulsión que ha abierto el Comité Nacional de Derechos y Garantías a 16 militantes.

Nadie en el PP defiende a Rodrigo Rato, tampoco quienes trabajaron con él. Ni siquiera el hoy ministro de Economía, Luis de Guindos, que fue su secretario de Estado, pero también quien le comunicó el 5 de mayo de 2012 que tenía que irse de la presidencia de Bankia. Porque ni el presidente del Gobierno, ni el del BCE, ni el mismo De Guindos se fiaban de su plan de saneamiento de la saqueada entidad. Sólo dos meses antes, en marzo de 2012, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato se hicieron la última foto juntos en un acto organizado por la ex-Caja Madrid y, aunque la relación Rajoy-Rato se había enfriado ya bastante, el exvicepresidente económico se negaba a dar crédito a los rumores que apuntaban ya entonces a su expulsión de Bankia, que lo fue por mucho que se edulcoraran los términos de la salida.

Rato podría tener todavía un hueco en la puerta de atrás de la noticia si entrega su carné de militante del PP y se va antes de que se resuelva un expediente de expulsión, pues todo apunta a que lo habrá, ya que los conservadores necesitan dar ese último golpe de efecto con Rato para tratar de restablecer tanta credibilidad perdida. Pero también porque el malestar en la sede nacional es palpable en cada una de sus paredes.

A menos de un trimestre de la entrada en el vertiginoso año electoral 2015, el uso de las tarjetas opacas de Caja Madrid (junto a la gestión del primero contagio de ébola en España) ha venido a trastocar la estrategia electoral de un PP que, desde que Rajoy accedió a La Moncloa, acusa durísimos golpes (los casos Bárcenas y Gürtel) en el que se suponía su mejor y único legado: los años dorados de la era Aznar. El expresidente, por cierto, que nada quiere saber ya de este PP que lo mira como si fuera culpable de algo.

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