El pacto de la cicuta: apoyar al PP dejaría en precario el poder autonómico y local del PSOE
La previsible convulsión en el mapa municipal
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ZARAGOZA .- La cicuta comienza a florecer en junio. Este año brota con la campaña electoral, en la que el PP está lanzando un insistente mensaje al PSOE: “respeten la decisión de la gente y permitan que el partido más votado sea el que gobierne”, repite su candidato, el presidente en funciones Mariano Rajoy, seguro de que será el suyo y agitando el miedo a Unidos Podemos, coalición a la que las encuestas sitúan por encima de los socialistas.
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El pacto de la cicuta alejaría a cuatro de los siete presidentes autonómicos del PSOE, los de Aragón (Javier Lambán), Baleares (Francina Armengol), Valencia (Ximo Puig) y Castilla-La Mancha (Emiliano García Page) de las formaciones que les auparon al poder sin ser la lista más votada, caso de los morados, IU, Compromís y Mès, integradas todas ellas en Unidos Podemos; dejaría en una situación precaria a Javier Fernández en Asturias (gobierna con IU y fue investido con la abstención de Podemos) y también, aunque menos crítica, a Guillermo Fernández Vara en Extremadura y a la coalición de los socialistas con el PRC de Miguel Ángel Revilla en Cantabria.
La previsible convulsión en el mapa municipal
Ese viraje que los populares proponen a los socialistas convulsionaría, por otra parte, el mapa de poder local, ya que una eventual fractura de la izquierda acentuaría la precariedad con la que gobiernan alcaldes como Manuela Carmena en Madrid, Pedro Santisteve en Zaragoza o José María González, Kichi, en Cádiz, investidos gracias al apoyo de los concejales del PSOE, entre otros. Y estaría por ver la evolución de pactos como el que otorgó la vara de Palma al socialista José Hila, que incluye su relevo en 2017 por Antoni Noguera, de Mès, o el que le dio la de Valencia a Joan Ribó, de Compromís.
Los llamamientos al PSOE por parte de Rajoy, a cuyo partido siguen situando como más votado el 26-J tanto las encuestas independientes como el CIS, afloran una estrategia a medio y largo plazo en el bosque de la política española, cuya visión dificulta estos días el árbol de la vorágine electoral: propinar a un PSOE en retroceso un abrazo del oso que le permitiría crecer a su costa tras forzar su acercamiento y, de simultáneamente, abortar los procesos de colaboración que la izquierda inició tras las experiencias confluyentes de mayo del año pasado.
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Un argumento falaz y la mala experiencia gallega de Rajoy
El argumento que indica que debe gobernar el candidato de la lista más votada ha sido, históricamente, una mera falacia instrumental que los actores principales del bipartidismo ha enarbolado en función de sus intereses coyunturales: más de 25 presidentes autonómicos, y un sinfín de alcaldes, han sido investidos en España desde 1979 tras obtener sus partidos menos escaños o concejales que otras formaciones. Aunque nunca ha ocurrido con un candidato a la presidencia del Gobierno central.
Rajoy arrastra desde los inicios de su carrera política una experiencia frustrante con el tema de la lista más votada, en este caso aderezada con transfuguismo. Dejó su escaño en el Congreso para ocupar la vicepresidencia de la Xunta de Galicia en el otoño de 1986, tras la dimisión de Xose Luis Barreiro. Uno de sus mentores, Xerardo Fernández Albor, había mantenido a principios de 1986 la presidencia gracias al apoyo de sus 34 diputados y a la abstención de Coalición Galega. Sin embargo, ese mismo grupo apoyaría meses más tarde, ya en 1987, la moción de censura del socialista Fernando González Laxe, que acabaría nombrando vicepresidente a Barreiro.
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Una estrategia que el PP recuperó en 2007, con Rajoy al mando
Los conservadores tuvieron experiencias frustrantes en los últimos años del siglo pasado y los primeros del actual en varias comunidades, en las que se quedaron en la oposición tras haber sido los más votados.
Los populares habían tenido antes experiencia frustrantes en varias comunidades, caso de Aragón en 1999 con Marcelino Iglesias, Baleares con Francesc Antich ese mismo año y en 2007, en Navarra con Javier Otano en 1995 y en Cantabria cuatro años antes con Juan Hormaechea. También les dejaron con la miel en los labios tras haber sido los más votados el gallego Emilio Pérez Touriño en 2005, el madrileño Joaquín Leguina en 1991 y el andaluz José Antonio Griñán en 2013.