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Mariano Rajoy, el hombre tranquilo

El líder del PP fue el registrador más joven de España con 24 años. Precoz en la política, desde que fue elegido parlamentario autonómico hasta que se convirtió en presidente del Gobierno, se ha revelado como un superviviente. Ha resistido a dos derrotas en las generales, a los navajazos en su partido, al caso Gürtel e incluso a su propio estereotipo

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Caricatura del líder del PP y presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. / FRAN MARCOS

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Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, 1955) no es quien parece, aunque nunca se ha tomado la molestia de sacudirse esa imagen inmutable que se ha proyectado sobre su figura. “Es el gran beneficiado del estereotipo que hemos construido”, afirma el politólogo Antón Losada. “Su fama de indolente ha sido una de sus grandes bazas políticas”, lo que le ha permitido coger a sus adversarios desprevenidos, añade el autor de Código Mariano.

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Los mismos que atribuyen sus decisiones al hecho de haber nacido en el bonsái atlántico escudriñan cada palabra suya como si quisiese transmitir algo más, sumidos en la tarea estéril de descifrar un código oculto que se le escapa al común de los mortales. Hechiceros de la tribu que interpretan los mensajes de un dios mayor sin percatarse de que simplemente llueve debido a la condensación del vapor de agua contenido en las nubes. En Galicia, lógicamente, la gente puede responder con una pregunta, pero jamás se pregunta por qué llueve, sobre todo los de norte, pues de hacerlo vivirían en un interrogante torrencial.

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En ese colegio fue matriculado cinco años después Papes, un chavalín que fue creciendo hasta convertirse en Zapatero. Sí coincidió en la misma clase del expresidente socialista Enrique, uno de sus cuatro hermanos, que ejerce de registrador en Cáceres. Profesión compartida por él y otros dos, mientras que el cuarto, fallecido en 2014, era notario. Sus carreras dan la medida de cómo era la familia, que recalaría en Pontevedra cuando Rajoy tenía quince años.

Ejerció en Padrón, Villafranca del Bierzo y Santa Pola. En el primer pueblo, cercano a Santiago, entró en contacto con Alianza Popular, el germen de lo que luego sería el PP. Sus referentes eran Cánovas del Castillo, Pío Cabanillas y Gonzalo Fernández de la Mora, a quien cita en el artículo de Faro de Vigo. El ministro de Franco, escribe, “dedica unas brillantes páginas a demostrar el error en que incurren quienes [...] sostienen la opinión de que todos los hombres son iguales y, en consecuencia, trata de suprimir las desigualdades".

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Para ello tuvo que atender la llamada de Cascos y Aznar, que capitaneaban el PP nacional. Además del mal trago en la Xunta, tampoco había llevado bien la mano de hierro de Manuel Fraga, el fundador del partido. No obstante, decidió regresar a la política activa. “Nunca lo ha tenido fácil”, recuerda Carmen del Riego, cronista política de La Vanguardia. “De hecho, ya al principio, tuvo muchísimos problemas con Fraga y por eso se vino a Madrid”. Una vez en la capital, su currículo recoge el paso por varios Ministerios (Administraciones Públicas, Educación y Cultura, Interior y Presidencia), hasta convertirse en vicepresidente primero del Gobierno.

Hasta principios de los noventa, la vida sentimental de Rajoy no había sido tan meteórica como la política. Él ha comentado que, aunque lo intentaba, ligaba poco. A los 41 años se casa con Elvira Fernández, hija de un emigrante que, a su regreso de Venezuela, había montado una empresa de suministros de construcción. El círculo se cerraba: Viri también era pontevedresa, conservadora y compartía afinidades con su marido, entre ellas una discreción que roza la invisibilidad. “Sus gustos, preferencias y amistades giran en torno a la derecha clásica”, apunta el periodista de TVE Xabier Fortes, quien señala que el bar de copas donde se conocieron (el pub Universo, ahora rebautizado La Gramola) es “motivo de peregrinación, pues la gente quiere saber en qué esquina empezó todo”.

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“Políticamente es un killer, aunque ha cortado cabezas de forma sibilina y discreta. En Pontevedra ha llegado a retirar la palabra a amigos por diferencias políticas”, afirma Jabois. Quién se lo iba a decir a Aznar… “La lista de cadáveres que jalonan la carrera de Rajoy, cuando el muerto debería haber sido él, habla por sí sola”, escribe Losada en Código Mariano. En 2008, tras perder sus segundas elecciones generales, Esperanza Aguirre, su gran rival en el partido, amaga con presentarse como alternativa, pero finalmente se ahorró el envite ante el blindaje de los barones. “Para él, la expresidenta madrileña está muerta desde que no quiso dar un paso al frente en el Congreso de Valencia”, asegura la cronista política de La Vanguardia.

Por ejemplo, el nombramiento de los ministros Wert y Gallardón, que “se metieron en jardines en los que no se debían haber metido”. Tampoco ha habido grandes reformas en las administraciones públicas ni en la organización territorial del Estado, léanse las Diputaciones, que Rajoy defiende en campaña a su paso por el rural. “Y, pese que ha habido otros elementos positivos, como su postura prudente respecto a Catalunya, ha vendido muy mal lo que ha hecho”. En cambio, su estilo, que no resulta tan agresivo, le ha permitido sacar adelante leyes y reformas con las que Aznar no habría soñado, porque “irritaría y pisaría callos”, señala Baamonde.

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Parece claro que Rajoy sabe perfectamente cuando sube y cuando baja. Otra cosa es lo que opinen los demás, cuestión de perspectiva. “Sabe medir los tiempos, soportar la presión y esperar el momento adecuado”, asegura Calleja. “Parece no tener prisa, algo que a lo que hemos asistido recientemente cuando, al ver que no era posible el pacto con el PSOE, dejó que Pedro Sánchez se quemase hasta las orejas. Ése es el estilo más puro del presidente, y el tiempo le ha dado la razón”. Las críticas a su tancredismo son tan constantes que rozan la terquedad. Rajoy no hace nada, Rajoy no se mueve, Rajoy no articula palabra, ¿dónde está Rajoy? “Esperar es hacer algo también. Algunos no paran de moverse al tuntún y sin sentido”, reflexiona Maillo. “A veces, la coherencia implica saber esperar”.

Fortes no entra en valoraciones personales, pero describe la percepción general de los pontevedreses, que protagonizaron la manifestación más masiva que se recuerda en el lugar. Él también lo es. “Cuando la sociedad no se preocupaba tanto por la ecología, se valoraban los puestos de trabajo que había creado, mas hoy en día muchos pensamos que una empresa tan contaminante en medio de la ría es insostenible. Parece un riñón artificial que está supurando pus a todas horas”, describe el periodista de TVE, que recuerda que la prórroga se concedió pese a que no había sido una promesa electoral. “Fue aprobada de la noche a la mañana, ante la posibilidad de perder el Gobierno”. Caprichos de la toponimia, la aldea donde se asienta se llama Os Praceres. A la empresa, un antojo político, la denominan “cáncer”.

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Tampoco habla la lengua propia. Un chiste y una anécdota reflejan ese distanciamiento con el idioma de Rosalía, de Ferrín, de Rivas. El dicho: “Me llamo Mariano Rajoy y voy al Pazo de Raxoi a una junta de la Xunta”. El consejo, atribuido a Fraga: “Cásese y aprenda gallego”. Viri puede dar fe de lo primero. Fortes hace memoria para ofrecer una prueba de lo segundo: “Nunca se le ha oído hablar gallego, excepto cuando le dijo moitas gracias a una paisana en el programa Tengo una pregunta para usted. De hecho, cuando Bertín Osborne lo invitó a En la tuya o en la mía, el presidente pronunció Girona, en cambio se refirió a Sangenjo, Orense y La Coruña”.

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