Julián Ariza, el alter ego de Marcelino Camacho
Aprendiz y amigo de Camacho
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MADRID.- Los médicos acaban de pegarle un susto de aúpa. Pero sólo un susto. Llega a la cita apoyado en una muleta en la que descarga 81 años de una columna vertebral que aún no ha doblegado la enfermedad. Como no doblegaron 40 años de dictadura su rebeldía y compromiso con los trabajadores que –se queja- “en términos individuales están ahora peor que nunca”.
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De los recuerdos remotos de infancia, recupera los de una vivienda modesta del barrio de Usera, la evacuación a Barcelona cuando el Comandante Lister defendía el frente que pasaba por su casa, y los juegos de guerra, cuando aún gastaba pantalón corto, entre las trincheras abandonadas por los republicanos.
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Hijo de fontanero y ama de casa, con sólo 12 años, terminada la educación básica en el colegio municipal Moscardó, le llegó a Ariza la llamada del tajo que no tardaría en convertirse en el motor de su vida. A pesar de las advertencias de su madre que le repetía “¡No te metas en líos!”, los líos encontraron pronto al joven Julián quien tampoco hizo por darles la espalda.
Aprendiz y amigo de Camacho
Pero toda la obsesión de Julián era seguir formándose. Y, a pesar del perjuicio salarial, en 1957 se marchó a la Perkins España. Entró en el taller como calcador mientras estudiaba Maestría industrial, en la especialidad de fresador, aunque luego se convirtió en delineante. En la Perkins, conoció a Marcelino Camacho.
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"Era un hombre combativo, comprometido con los trabajadores, a pesar de que era encargado de taller, muy insistente en sus ideas"
“Conocí a Camacho en el 57. Él tenía unos 40 años. Yo le traté de usted desde entonces hasta el año 67. Era un hombre combativo, comprometido con los trabajadores, a pesar de que era encargado de taller, muy insistente en sus ideas y un poco unilateral en el sentido de que parecía que para él la única dimensión importante en la vida era la política. Y sé de lo que hablo. Yo era su aprendiz y él era mi maestro”.
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“Sabíamos que era un opositor al régimen; sabíamos que su hija daba dinero para los presos. Fuimos a verle y nos llevó en un Mini a una finca que estaba entre Pozuelo y Majadahonda. Agarró al guardés y le explicó que nos dejara pasar. Fuimos sesenta y tantos representantes de toda España. Allí, en el campo, debajo de las encinas del Conde, se celebró la primera Asamblea de CCOO”.
La involución de los derechos de los trabajadores
Con la muerte de don Gerardo, Julián fue despedido de la Perkins y decidió dedicar su vida en exclusiva al sindicato. Fue su representante en la Junta Democrática, mientras Camacho seguía encarcelado. De aquellos años de la Transición recuerda con nitidez tres datos, fruto del empuje del movimiento obrero: los 40.000 conflictos laborales que se registraron en 1976, los 72 meses de indemnización por despido improcedente, para mayores de 45 años con familia numerosa, en una de las reformas laborales tras la muerte de Franco, o los 180 millones de horas de huelga que se contabilizaron en 1979, record en la historia de nuestra democracia.
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“Igualito que hoy” es la exclamación consecuente. La respuesta de Ariza es clara: “Voy a decir una barbaridad, pero la voy a decir: en términos de derechos individuales de los trabajadores se está ahora muchísimo peor que en el pasado… que en el pasado remoto. La Democracia nos ha permitido recuperar derechos colectivos; un correctivo que ha conseguido que, globalmente, la gente viva mejor. Pero por ese correctivo, se ha montado una gran campaña contra los sindicatos y contra los derechos individuales, como ejemplifica la Ley de Seguridad Ciudadana”.