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Actualizado:No tiene perfil en Wikipedia, y una cuenta en Twitter con 1,262 seguidores, en cuyo perfil se limita a decir: “El mar y la montaña, el cine y un buen restaurante. Gano en persona”. Lleva en la red social desde 2012 y no ha enviado ni tres mil tuits, la mayoría de las veces rebotando mensajes de otras personas o marcando Me gusta.
Con esto sólo se explica la personalidad de Juan Manuel Serrano, el jefe de Gabinete de Pedro Sánchez desde que llegó al PSOE y que, posiblemente, repita en el mismo cargo en el Palacio de la Moncloa.
Serrano siempre está detrás de Sánchez, pero no se le ve. Huye de las fotografías y de las cámaras, y busca siempre el ángulo ciego para no salir. No obstante, generalmente atiende a los periodistas. Es amable y contesta a todas las preguntas con la gran habilidad de no contar nunca nada. Cuando se le atornilla mucho, pone una sonrisa bonachona y cambia de tema.
Dejó su trabajo para ponerse al lado de Sánchez cuando decidió presentarse a las primarias y, desde entonces, ha sido su sombra. Le ha acompañado en los cientos de miles de kilómetros que ha hecho el hoy presidente del Gobierno por las agrupaciones socialistas, le ha corregido discursos y es el principal consejero de Sánchez, aunque no siempre le haga caso.
Tiene otra gran cualidad. Siempre acierta con sus pronósticos políticos. Se aburrió de decir que Sánchez ganaría a Eduardo Madina en las primarias; que no iba a haber sorpasso de Podemos al PSOE en las elecciones generales; que Sánchez superaría el 50% de los votos en el proceso interno contra Susana Díaz y Patxi López; y que iba a salir adelante la moción de censura. Sin embargo, se lamenta que nunca nadie le cree. “A ver si ahora ya con lo de la moción, me empezáis a creer un poquito”, dijo el jueves nada más confirmarse el voto afirmativo del PNV.
Desde la votación de la moción de censura, no se ha separado ni una hora de Sánchez. Está permanentemente a su lado cuando lo necesita; y, cuando sabe que tiene que dejarlo solo, también lo hace. Ocurrió el miércoles, que apenas habló con el líder socialista porque se había encerrado en su despacho para preparar el discurso. Dio orden que no le molestaran y se puso a esperar varias horas hasta que le llamó. “A Pedro hay que dejarle tiempo para que interiorice los discursos”, suele decir.
Desde su discreción, tiene un puesto privilegiado de observador y suele estar bien informado de lo que se cuece entre sus adversarios político, de lo que da puntual información a Sánchez. Es desconfiado y suele ver más allá de lo que reflejan los hechos. Y, sobre todo, tiene un principio que no se cansa de recordar a su jefe: “Nunca menosprecies a nadie”.
Todo apunta a que estará en La Moncloa muy cerca del presidente del Gobierno, pero si no lo está no le causa la más mínima preocupación. “Cuando Pedro no quiere contar conmigo me vuelto a mi trabajo tan feliz”, dice. Y, en esto, sí hay que creerle.
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