Josep Rull, un histórico convergente endurecido por la prisión que vuelve a la primera línea como presidente del Parlament
Conseller de Territorio del Govern durante el 1-O y, como tal, condenado por el Supremo, acumula más de dos décadas como diputado en la cámara catalana y ha sido dirigente de la antigua CDC y ahora de Juntos. Crecido políticamente durante el pujolismo, está acostumbrado a negociar y no genera un fuerte rechazo entre los rivales.
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barcelona,
A diferencia de lo que sucedió la pasada legislatura, cuando una relativamente recién llegada a la política como era Laura Borràs fue escogida presidenta del Parlament de Catalunya, en esta ocasión el cargo ha recaído en un dirigente de amplísima experiencia, conocedor a fondo de todas las interioridades de la cámara y con un marcado sentido institucional. Se trata de Josep Rull, quien más allá de compartir con Borràs militancia en Junts pocas cosas más tiene en común con ella.
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Con una vocación política que le llegó de muy joven, a los 18 años empezó a militar en la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC), la rama juvenil de la antigua Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), y a los 21 ya haría el salto al partido matriz. Rull ha sido concejal, diputado en el Parlament durante más de dos décadas, diputado en el Congreso, conseller de la Generalitat, dirigente tanto de CDC como de Junts... Y, conviene no obviarlo, preso político durante tres años y cuatro meses, puesto que era el conseller de Territorio del Govern durante el 1-O y como tal fue condenado por el Tribunal Supremo en el juicio del procés.
Retornado a la primera línea política después de que decayera su inhabilitación a raíz de la reforma del Código Penal que comportó la desaparición del delito de sedición, Rull ya fue el número tres de Junts en Barcelona en las elecciones al Parlament del 12 de mayo. Y, de hecho, fue el encargado de sustituir a Carles Puigdemont en los debates, después de la poca confianza que transmitía la número dos, la empresaria tecnológica Anna Navarro.
Alejado de las veleidades unilaterales de Borràs –aunque estas sean meramente retóricas–, Rull representa un político de la vieja escuela convergente, es decir, acostumbrado a negociar, a hablar con el resto de formaciones, a transaccionar, a pactar pequeños avances y a surfear la realidad gris que, si se quiere, se puede vivir cotidianamente en un espacio como el Parlament.
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No es un político que genere un fuerte rechazo entre los adversarios, un hecho que también explica que haya recibido los votos de ERC y de la CUP en segunda vuelta para ser escogido presidente del Parlament. A la vez, el largo encarcelamiento que sufrió ha dotado su biografía de un punto de épica que le ha hecho ganar popularidad entre las bases independentistas y aplausos en mítines, una novedad para alguien de oratoria pausada y alejado de los discursos electrizantes.
Más de dos décadas en la cámara
Nacido en Terrassa en septiembre de 1968 –tiene, por lo tanto, 55 años–, Josep Rull empezó su militancia política en 1986, hace casi cuatro décadas, en la época de las mayorías absolutas de la antigua CiU en el Parlament y del liderazgo indiscutible de Jordi Pujol. La JNC, justamente, servía para canalizar las veleidades soberanistas –e independentistas– de los cachorros convergentes, jóvenes que aspiraban a asumir el poder en el partido una vez la generación de Pujol se fuera retirando.
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Rull llegaría a liderar la rama juvenil entre 1994 y 1998 y, paralelamente, se haría militante de CDC y ya en 1992 se convertirá en consejero nacional de la formación, mientras que años más tarde llegaría a la ejecutiva. Abogado de formación, la realidad es que el grueso de su trayectoria profesional ha estado atravesada por la política institucional, puesto que en 1997 debutaría en el Parlament y se pasaría ocho legislaturas consecutivas como diputado, hasta 2019, cuando dejó de serlo una vez fue condenado por el Supremo e inhabilitado.
La presencia a la Mesa no será algo nuevo para él, puesto que fue secretario entre 2010 y 2015 –en las novena y décima legislaturas del Parlament–, para convertirse en el conseller de Territorio a continuación, durante el Govern presidido por Carles Puigdemont. Representante del llamado sector socialdemócrata de CDC, Rull es uno de los dirigentes de este espacio con una mayor sensibilidad social, muy en la línea del humanismo cristiano -es católico practicante- y está alejado de las veleidades ultraliberales de otras ramas de Junts.
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Históricamente enfrentado a nivel orgánico con Jordi Turull, actual secretario general de Junts, la experiencia compartida en la prisión les acercó y los últimos tiempos han puesto más en valor las cuestiones que compartían –como, por ejemplo, la apuesta institucional– para imponerse al sector liderado por Laura Borràs, todavía presidenta del partido pero sin peso real en unas grandes decisiones que básicamente pasan por Puigdemont. En cierto modo, su reaparición simboliza el retorno de la vieja alma convergente, que se ha hecho con el dominio de Junts. En la etapa final de CDC llegaría a ser el coordinador general del partido y ahora preside el Consejo Nacional de Junts.
Muy conectado con el expresidente del Govern y líder único del partido, Rull también ejerció durante más de una década de concejal en Terrassa (Barcelona), su ciudad, cargo que ahora tiene Meritxell Lluís, su mujer, quien hizo el salto a la política a raíz de la represión del Estado contra el independentismo y el encarcelamiento de su marido. Lector entusiasta de los cómics de Tintín y aficionado a la montaña –la Mola es uno de sus espacios de recreo habitual y es socio del Centro Excursionista de Terrassa–, Rull llega ahora a su máximo encargo institucional y se convierte en la segunda autoridad de Catalunya, después de convertirse en el primer dirigente encarcelado por el 1-O en volver a ser un cargo electo.