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Franquismo Josefa, la presa republicana que se libró de la pena de muerte fingiendo un embarazo

Los falangistas pasearon a su marido y ella, maestra socialista como él, fue condenada por un delito de rebelión militar. Gracias a su ingenio y a la ayuda de un médico, logró salvar su vida y relatar con crudeza la represión franquista.

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Josefa García Segret, maestra socialista represaliada por el franquismo.

madrid,

Pasearon a su marido y a ella la condenaron a la pena capital, aunque Josefa García Segret se las ingenió para librarse de la muerte. Ambos eran maestros y socialistas, dianas y víctimas de la represión. El pacense Hipólito Gallego Camarero fue ejecutado tras una saca de la cárcel de Tui, el pueblo donde había nacido su mujer. Daba clases en la aldea de Forcadela (Tomiño) y era un destacado agrarista, pero el golpe de 1936 lo llevó a encabezar la resistencia armada en la comarca pontevedresa del Baixo Miño.

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Pronto no le quedó otra escapatoria que echarse al monte, si bien al poco fue detenido y torturado, antesala de la ejecución por parte de los falangistas, quienes abandonaron su cuerpo en Mondariz. Aquel 4 de octubre Josefa estaba presa en Tui, encerrada desde agosto en una "pocilga maloliente" donde, a falta de colchón, dormía sobre hojas de maíz. Le esperaba el mismo destino, aunque su muerte fue anunciada por vía judicial: el 8 enero de 1937 un consejo de guerra la condena en Vigo por un delito de rebelión militar.

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Sin embargo, quince días después ve conmutada la pena capital por la cadena perpetua gracias a una artimaña que nunca podría haberle salido más cara que la muerte: finge estar embarazada para evitar la ejecución o, en el peor de los casos, para prolongar su fecha de caducidad impresa en la sentencia. "Quien diagnosticó el embarazo fue el doctor Darío Álvarez Blázquez, jugándose la vida, no solo por la deliberada falsedad del diagnóstico sino por pertenecer a una familia perseguida", escribe Xesús Alonso Montero en Cartas de republicanos galegos condenados a morte (1936-1948), publicado por Xerais.

De hecho, su padre, el médico Darío Álvarez Limeses, había sido fusilado por ser militante de Izquierda Republicana y hacerle frente a los rebeldes. También caería su primo político Alexandre Bóveda, motor del Partido Galeguista. No obstante, él no dudó en arriesgar su pellejo para proteger el de Josefa. "Acudí a la cárcel y la buena señora me dijo que no estaba embarazada al tiempo que me pedía que le salvase la vida, porque pronto triunfaría la causa republicana y saldría en libertad, con lo que yo no correría riesgo", recordaba en Historias de la retaguardia nacionalista, publicado en la revista Historia y vida en 1975.

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"No tuve fuerzas para desengañarla de sus ilusiones —los de fuera, como más informados, no teníamos el mismo optimismo que los de dentro— y menos para negarme a su desesperado ruego y emití un informe diciendo que existían ciertos signos de gravidez que tendrían que confirmarse en semanas sucesivas", escribía el doctor, quien en realidad era el segundo especialista que le echaba un cabo a Josefa García Segret. Antes la había examinado un médico forense, pero la maestra le había confesado que el embarazo era simulado y, tras un equívoco informe que no pasó por el cedazo del juez militar, le pidió que recomendase a Álvarez Blázquez "como más experto en cuestiones tocológicas".

Josefa inflaba su vientre con toallas mientras aguardaba la victoria del Ejército Republicano, que para ella "era cosa de días", aunque el médico, temeroso de que el juez a quien rendía cuentas descubriese el engaño, le pidió que abortara lo antes posible. Una madrugada, el responsable de la prisión lo llamó para que la asistiera. "La hemorragia menstrual de la propia penada y la de su compañera de celda, cuidadosamente guardadas, ensangrentó un envoltorio que yo califiqué de feto inviable".

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Ella había visto conmutada la pena capital por la cadena perpetua y él, al fin, podía respirar tranquilo, pues el jefe de la cárcel mandó enterrar aquella caja de cartón sin comprobar qué había en su interior. Sin embargo, Josefa le advierte en junio de 1937 de que una compañera de celda podría delatarla. "Pudiera ser que el secreto que hasta ahora me salvó la vida fuese conocido de alguna persona que deseara ver correr mi sangre", anuncia la maestra en la única misiva escrita por una mujer recopilada por Xesús Alonso Montero en Cartas de republicanos galegos condenados a morte (1936-1948).

El ensayista y filólogo subraya su optimismo y el convencimiento de que Franco no ganará la guerra civil, como se refleja en la correspondencia: "Por si caigo antes de que llegue el momento de la liberación, agradecida le envía la consideración más distinguida Josefa García Segret del Gallego. Tenga la bondad de quemar la presente". No obstante, alberga el temor de que la reclusa se chive y ella sea condenada de nuevo a muerte, aunque le deja claro al médico que si es descubierta no lo comprometerá.

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Álvarez Blázquez comentaba en su artículo que Josefa lo visitó cada año durante largo tiempo. Eso fue posible porque en 1944 le conmutaron la cadena perpetua —que se extinguía a los treinta años— por una pena de seis años y un día, que ya había cumplido con creces, por lo que le concedieron la libertad provisional el 21 de marzo. Entonces podía describir a la perfección las cárceles de Tui, Saturrarán y Palma de Mallorca. Sobre todo la guipuzcoana, donde sería ingresada por segunda vez como medida de castigo después de que le interceptasen a una compañera unos partes de guerra.

Josefa García Segret y su marido, Hipólito Gallego Camarero, represaliados por el franquismo.

Ella no tuvo nada que ver, como tampoco había hecho nada malo antes de ser condenada, pero fue igualmente represaliada. Le prohibieron escribir cartas, recibir visitas y la amenazaron con trasladarla a la prisión de Burgos, aunque finalmente recalaría de nuevo en Saturrarán, donde también fue recluida la ilustrada antifascista Urania Mella. Las penalidades, el acoso y las agresiones sexuales que allí sufrieron las presas a manos de las monjas, a quienes describe como "carceleras del dolor", fueron reflejadas en el libro Abajo las dictaduras, que autoeditó en 1982.

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"Sujetas a una disciplina férrea, tan férrea en Saturrarán, cuya superiora, sor María Aranzazu —conocida entre nosotras por la Pantera Blanca—, sólo satisfacía sus entrañas con castigos glaciales; la más ligera ondulación en la disciplina acarreaba un castigo, que podía llamarse ejemplar. Había que ceñirse, pues, a la disciplina si no se quería ir a parar a los sótanos, lugar de tortura e inundados por el río, siempre que la crueldad lo requería", escribía Josefa en una obra que "también es una formación para los jóvenes que no conocen las guerras ni sus horrores".

Dedicado "a mi esposo, a mi padre y a todos aquellos que han luchado por la libertad", en una nota aclaratoria aconseja vivamente que "lean las narraciones verídicas para que las juzguen como el peor mal que cae sobre la humanidad, cuando alguien por ambición desata una guerra y con ella quizá... una conflagración mundial". Y da entrada a unas páginas que ilustran con crudeza la represión franquista con un "Vivamos en paz y apartemos los mal entendidos". Fallecida en 1986, una calle la recuerda hoy en Santiago de Compostela.

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