Elecciones La italianización de la política española: del rodillo parlamentario a la condena al diálogo
La cultura del pacto está enraizada en Italia, un laboratorio político que ha exportado sus fórmulas a Europa. El colapso y la fragmentación de los partidos tradicionales, así como la atomización parlamentaria, vinieron acompañados del surgimiento de salvadores de la patria que tuvieron que conformar bloques para no verse perjudicados en las urnas. Luego llegó el nacional-populismo de la mano de un cómico y un xenófobo. En España, las cuentas ya no cuadran en los hemiciclos, por lo que toca sentarse a negociar. Varios excorresponsales en Roma analizan la situación a la que están abocados nuestros candidatos.
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madrid, Actualizado:
La quiniela de Felipe González parecía ganadora, aunque contaba con la ventaja de que su apuesta era múltiple. Meses antes de las elecciones generales de diciembre de 2015, cuando Ciudadanos y Podemos asomaban la cabeza en las encuestas, el expresidente socialista pronosticó una España a la italiana, pero sin italianos. Una España política, se entiende, donde irrumpirían nuevos partidos con representación parlamentaria o, lo que es lo mismo, abocada al fin del bipartidismo donde sería complicado entenderse.
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“En España el factor dominante lo definió Unamuno con el sentimiento trágico de la existencia. Y el factor dominante en Italia, por fortuna para Italia, es vivamos lo mejor posible, que la vida es corta”. La cita del jarrón chino la recogió el periodista Marc Bassets en una crónica de El País firmada desde Washington, donde en marzo de aquel año cubrió un acto organizado por el Instituto Brzezinski sobre Geoestrategia en el Center for Strategic and International Studies.
Aunque, si hurgan en la hemeroteca, se encontrarán con la misma cantinela de González, con ligeras variaciones, en otros foros: “Vamos a un modelo italiano, pero sin italianos”. O bien: “Tendremos un Parlamento a la italiana, pero sin italianos para gobernar". Efectivamente, cuando se conocieron los resultados de los comicios de diciembre —batacazo del PP, que se aferraría al salvavidas de Ciudadanos; revés para el PSOE, que sentiría el aliento de Podemos en el cogote—, el periodista Íñigo Domínguez recuperaba el vaticinio de González y titulaba Bienvenidos a Italia su análisis en El País.
Hoy cree que era fácil presagiar esa italianización desde hacía tiempo. Una de las acepciones del verbo italianizar: dialogar, acordar, pactar o cualquier sinónimo que indique que dos, tres, cuatro o más partidos están obligados a entenderse, algo inconcebible en la España del rodillo parlamentario, con puntuales excepciones, como la bisagra vasca o catalana. “La política es para adultos, pero en España hasta ahora había sido muy simplona, porque consistía en un he ganado yo y ahora mando yo”, explica el excorresponsal de El Correo y los periódicos del grupo Vocento en Roma, quien entiende esta nueva etapa como una oportunidad para su evolución. “La situación no es necesariamente mala, porque la política consiste en entenderse con el adversario. Quizás ésta sea una prueba de una madurez no deseada, aunque, en todo caso, mi pronóstico tras el resultado electoral del 20-D fue demasiado optimista, porque a los seis meses hubo que repetir elecciones, lo que reflejó que no estábamos a la altura de las circunstancias”, recuerda Domínguez.
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Un par de perlas de aquel análisis: “Habrá que acostumbrarse a cosas que hasta ahora veíamos cíclicamente en la tele en Roma: rondas de contactos del jefe de Estado con los partidos, la repentina importancia de las formaciones enanas, que cada escaño valga oro para hacer números —y de ahí el arte del transfuguismo—, la cuadratura del círculo y que pase el tiempo sin que ocurra nada. Los españoles son impacientes, más de sólidos principios y claros finales, llevan mal el suspense y ansían el desenlace. Irse a la cama la noche electoral sin saber nada es como volver de marcha sin haber ligado, y que pasen así varias noches, y varios días, pondrá nerviosa a mucha gente, pero todo es acostumbrarse”.
Volvamos al presente: “En España vivimos en una permanente inestabilidad, lo que demuestra que ni los partidos ni sus líderes no saben gestionar, ni mucho menos estar a la altura”. El autor de Crónicas de la mafia (Libros del KO) efectúa estas declaraciones antes del debate de los Presupuestos, cuyas enmiendas a la totalidad presentadas por la oposición han dado al traste con las cuentas del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo que podría abocar a unos nuevos comicios. Los terceros desde entonces, puesto que el entonces jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy, se vio forzado a convocar a los ciudadanos a las urnas el 26 de junio de 2016, apenas medio año después de los que dieron la bienvenida en el Congreso a Podemos y Ciudadanos.
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“Como dijo González, estábamos asistiendo a una situación muy italiana, mas sin italianos para gestionarla”, rememora ahora Domínguez. “O sea, la política se ha italianizado, pero los políticos siguen siendo muy españoles, en el peor sentido del término. Son demasiado sectarios: todo es blanco o negro; y al enemigo, ni agua. Esa actitud provoca que sean incapaces de llegar a acuerdos, aunque sea por puro egoísmo”. Ha vuelto a ocurrir durante el debate de los Presupuestos, condicionado por el juicio en el Tribunal Supremo a los líderes catalanes del procés, que condujo al referéndum independendista del 1-O en Catalunya. Una España dramática y unamuniana frente a esa Italia lampedusiana y gatopardista, soberbiamente teatral. Paradójicamente, al contrario que en el fútbol, la política española es catenaccio y la italiana, tiquitaca.
Objetivo: alejar del poder al Partido Comunista Italiano
Tras la Segunda Guerra Mundial y la caída del fascismo, Italia fue gobernada por la Democracia Cristiana, cuyos vínculos con la mafia son historia, véanse los resultados electorales en el Meridione, heredados por Silvio Berlusconi. Pero, antes del advenimiento del Cavaliere, el movimiento de fichas en el país transalpino para evitar un Gobierno del Partido Comunista Italiano (PCI) fue tal que llegó a constituirse un pentapartito. Es decir, cinco formaciones diferentes pactaron para minar el camino de los rojos al Palazzo Chigi. Téngase en cuenta el contexto: Guerra Fría, Telón de Acero, Operación Gladio… O sea, años de plomo y terrorismo de falsa bandera, es decir, de Estado. Y, en aquella Italia, servicios secretos, logias masónicas, ultraderechistas y mafiosos también eran Estado u orbitaban en torno a él.
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El resultado de semejante embrollo para evitar la llegada del PCI al poder llevó al viejo zorro democristiano, Giulio Andreotti, a cederle en la primera etapa del pentapartito la Presidencia del Consejo de Ministros al socialista Bettino Craxi, quien se vería implicado en un escándalo de corrupción de tal magnitud que decidió fugarse a Túnez, donde terminaría falleciendo en el exilio. Antes del proceso Manos Limpias —también conocido como Tangentopoli, algo así como Sobornópolis—, los comunistas habían logrado en las elecciones legislativas de 1976 el 34,4% de los votos, lo que volvía a situarlos como eterno segundo partido más votado.
Aunque en las elecciones al Parlamento Europeo de 1984, el PCI se proclamó vencedor tras obtener casi doce millones de papeletas. De nada valdrían los esfuerzos del eurocomunista Enrico Berlinguer, cuyo pupilo, Massimo D’Alema, se convertiría en el primer político procedente de un partido comunista que se vería aupado al Gobierno de un país de Europa occidental, si bien despojándose de la hoz y el martillo, bajo las siglas de los Demócratas de Izquierda, cuyos símbolos eran un roble y una rosa. “Italia siempre anticipa escenarios políticos nuevos y complejos, como antaño sucedió con el fascismo y luego con la atomización parlamentaria. En ese sentido, su sistema político es pionero y nos lleva años de ventaja en la gestación de situaciones extrañas”, explica el director de CTXT, Miguel Mora.
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“Aquí, el gran impulsor de la fragmentación ha sido el final —o, al menos, la decadencia— de los grandes partidos tradicionales, provocado por la corrupción y su cercanía a las élites económicas. De modo que, en un momento dado, tanto el PP como el PSOE dejaron de representar a un aparte de electorado. El caso Gürtel ha sido nuestro Manos Limpias en versión reducida. Ahora bien, una parte de la atomización que se ha dado en España ha sido provocada por el esfuerzo de evitar a toda costa que llegase a gobernar Podemos, igual que pasó en Italia con el Partido Comunista”, cree Mora, quien ahonda en los paralelismos entre el PCI y la formación morada. “Ciudadanos nace porque la banca y la gran empresa consideran que hace falta un Podemos de derechas. Como su presencia resulta insuficiente y Pedro Sánchez llega al poder con los votos de Pablo Iglesias, la casualidad o la historia quieren que irrumpa un partido como Vox, que ha garantizado el cambio de Gobierno en Andalucía y, probablemente, también lo haga en Madrid”.
El corresponsal en Roma de El País en en la época dorada —o, más bien, bronceada— de Berlusconi considera que el partido ultra es una invitación al votante desencantado que podría haber optado por una opción rupturista, pero también al conservador desmotivado que amenazaba con no salir de su casa el domingo. “Este reordenamiento de la derecha y de la extrema derecha sin bozales es útil como freno a Podemos, al tiempo que supone una invitación a los descontentos con el sistema político. Quien votaba al PP, en vez de abstenerse, va a apoyar a Vox. De esta forma, se intenta aislar a Podemos para convertirla en una fuerza irrelevante, cosa que supo ver Íñigo Errejón, quien pensó que sería un desastre concurrir a la Comunidad de Madrid con la marca de Pablo Iglesias”, opina Mora.
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Después de la tormenta siempre llega la casta
En resumen, el colapso de las siglas tradicionales tras el proceso Manos Limpias, la fragmentación de los partidos y la atomización parlamentaria vino acompañada del surgimiento de salvadores de la patria que tuvieron que conformar bloques para no verse perjudicados en las urnas. “En Italia la ley electoral te beneficia si vas en coalición y te perjudica si vas sólo como partido, sobre todo si eres una pequeña formación”, subraya Irene Hernández Velasco, excorresponsal de El Mundo en Roma. El premio di maggioranza [mayoría] implica un aumento de los escaños para las formaciones que concurren unidas en una lista o en una coalición, con el objetivo de garantizar la estabilidad del sistema político.
Cuando se presentó Silvio Berlusconi, vino a decir: lo que he hecho con mis negocios y con el Milan —el de Gullit, Rijkaard y Van Basten, entrenado por Sacchi—, también lo haré con el país. Fundó un partido-empresa alimentado por sus creativos publicitarios y lo bautizó Forza Italia —imagínense aquí un partido llamado Arriba España: allí, en cambio, funcionó—. La ideología del pelotazo: ¿quién no quería ser como Berlusconi? Puede parecer algo lejano, pero hace veinte años en las escuelas de negocios de este país proliferaban los émulos de Mario Conde, quien en una absurda combinación con Jesús Gil podría dar como incierto resultado a un frankenstein berlusconiano, una distopía neoliberal y biopunk que entronca más con David Cronenberg que con Mary Shelley. Si el fin era el dinero —así como proteger sus empresas y blindarse a sí mismo desde el poder o, al menos, desde la Cámara de los Diputados—, poco importaban los compañeros de viaje. Así, se presentó en coalición con dos partidos antitéticos, la separatista Liga Norte de Umberto Bossi y la posfascista Alianza Nacional de Gianfranco Fini, sin perder nunca de vista a los democristianos liberales.
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Los nombres de los vehículos electorales cambiaban, pero el conductor siempre era el mismo. “El Pueblo de la Libertad no es una colación, sino el partido de Berlusconi. Aunque fuese un bloque compuesto por varias siglas, mandaba él, como prueba el hecho de que Fini nunca haya sido primer ministro. En España pasa algo parecido con Unidos Podemos, que es una formación absolutamente personalista. En su caso, Berlusconi intentó blanquear su partido rodeándose de otras siglas más presentables. Bueno, y también impresentables, porque arrastraban votos”, abunda Hernández Velasco. La periodista de El Mundo coincide en que “la corrupción y las crisis de los partidos en España ha arrastrado a una situación que se ya había producido mucho antes en Italia”, que define como “un laboratorio político donde se han hecho ensayos que luego se han acabado trasladando a otros países”.
En resumen, después de la era Berlusconi, llegó el nacional-populismo, a izquierda y derecha, de la mano de un cómico histriónico y de un xenófobo separatista. Habrá quien establezca paralelismos con el actual panorama político español, aunque más allá de especulaciones, aquí las cifras ya no cuadran en los parlamentos ni en los plenos municipales, por lo que toca sentarse a negociar. La cultura del pacto está enraizada en Italia, pero en España nos tiramos de los pelos cuando dos políticos antagónicos se reúnen ante las cámaras o a espaldas de los micrófonos. Ahora lo harán tres, o cuatro, o…
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Plataformas electorales y figuras carismáticas
“El italiano no tiene por qué ser un estadista, pero es práctico. En España, mientras, parece que todo son grandes ideales y conceptos, así como graves afrentas y traiciones. Falta sentido práctico, porque nadie hace nada para que las cosas funcionen, sino que todos quieren sacar tajada y lo único que hacen es ahondar en el caos”, afirma Íñigo Domínguez, quien refleja con ejemplos que en Italia todo puede ser o parecer caótico, pero la sangre nunca llega al río. “La propia Liga Norte se alió con Berlusconi aunque supusiese un escándalo, porque los separatistas se habían presentado como un partido que luchaba contra la casta. O sea, los italianos pueden decir una cosa y la contraria, y quedarse tan panchos. A los españoles, en cambio, les vuelve locos el valor de la coherencia, mas no puedes ser prisionero de ella, porque al final se trata de encontrar arreglo a los problemas. En fin, carecemos tanto de pragmatismo como de soluciones imaginativas”.
Sin embargo, en algo hemos sabido copiar a los italianos. La nueva política ha sustituido las siglas por los conceptos, lemas o ideas, del mismo modo que en su día se puso de moda bautizar a los grupos musicales con nombres compuestos, como La Oreja de Van Gogh, El Canto del Loco, La Sonrisa de Julia o El Sueño de Morfeo, con lo fácil que era recordar Leño, Barricada, Eskorbuto o Reincidentes. Así, hemos pasado del PP o el PSOE a los citados Unidos Podemos, Ahora Madrid, En Comú Podem o, más breves pero sin necesidad de juntar capitulares, Ciudadanos y Vox. De la sopa de siglas a los juegos de palabras, algunos de los cuales ya se han quedado viejos de cara a las elecciones de mayo.
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Otro rasgo común son las coaliciones o plataformas, ahora también llamados espacios de confluencia, aunque a la conclusión de que la unión hace la fuerza ya llegaron hace décadas otras fuerzas políticas, como el Bloque Nacionalista Galego (BNG), la Candidatura d'Unitat Popular (CUP) o la extinta Convergència i Unió (CiU); y, más recientemente, Compromís, producto de la suma del Bloc, Iniciativa y Els Verds, que luego se fundirían con Equo, el partido de Juantxo López de Uralde. El salto a la política del exdirector de Greenpeace en España también nos remite a la política italiana, donde algunas figuras son la cara visible del partido o, directamente, el partido —recordemos que el propio Pablo Iglesias estampó su retrato en las papeletas de Podemos en las pasadas elecciones europeas—.
Así, en los redondos logotipos de los partidos italianos figura el apellido del candidato o, en su defecto, la lista del político de turno —como, en su día, la Lista Pannella o la Lista Bonino—, aunque a veces comparten espacio el partido y el líder supremo, como Antonio Di Pietro y su Italia de los Valores, una denominación alérgica a las siglas que también se impuso antes en el Bel Paese. Léanse las antiguas Hacer para Frenar el Declive, Democracia y Libertad-La Margarita, Izquierda Ecología Libertad, La Red o Los Populares de la Italia del Mañana; así como las recientes Libres e Iguales, Nosotros con Italia o, sin ningún tipo de complejo, la siciliana y optimista #DiventeràBellissima.
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¿Figuras, personalidades, caras visibles o líderes españoles al frente de un partido o plataforma? Ada Colau o Santiago Abascal, entre otros, quienes a ojos de muchos electores encarnan al partido o a los colectivos que los sustentan, hasta el punto de que Manuela Carmena se ha desmarcado de Podemos en su intento de volver a ser elegida la alcaldesa de Madrid. Y, claro, Albert Rivera y Pablo Iglesias, quienes se han rodeado de otros nombres que han corrido mejor —Inés Arrimadas— o peor suerte —Carolina Bescansa—, pero cuyos partidos se apoyan indudablemente en sus líderes. Pueden cambiar los números dos, tres o cuatro —que se lo pregunten a Íñigo Errejón, ahora aliado con Carmena en su asalto a la Comunidad de Madrid—, mas Rivera e Iglesias son indisociables a Ciudadanos y Podemos, lo que los convertiría en unos candidatos muy italianizados.
Nada nuevo, por otra parte, si nos remitimos a Rosa Díez, quien tras perder la lucha sucesoria por el liderazgo del PSOE y ser candidata socialista a las europeas, montó un partido estrechamente ligado a ella, UPyD. Sin ella, hoy ya no queda ni la rosa ni el magenta. Otros rostros buscan reverdecer los viejos laureles aportando sus apellidos, como Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares, al frente de Actúa. Mientras, el líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, parece haberse diluido en Unidos Podemos o, lo que viene a ser lo mismo, en la alargada sombra del líder de la confluencia. “Santiago Abascal es personalista, pero también el propio Albert Rivera”, asegura Irene Hernández Velasco. “En eso, los partidos tradicionales se han quedado a la zaga, porque siguen funcionando con mecanismos antiguos: hay que hacer carrera para conseguir llegar a la cúpula. Mientras, las nuevas formaciones surgen en torno a una figura y, como mucho, a dos o a tres personalidades más. En todo caso, sus miembros no tienen que chupar tanta tinta, ni trabajarse los congresos, ni llevar a cabo otras viejas prácticas para escalar en el organigrama”.
Los nuevos salvadores de la patria
Algunas meteóricas carreras y la juventud de sus atletas llevaron a esos partidos tradicionales a tunear, al menos mediáticamente, sus rostros. Caso de Andrea Levy o Pablo Casado, quienes más que hacer frente a la lozanía de los podemitas venían a contraponer su bisoñez a los candidatos de Ciudadanos, cuya imagen ideal y cuqui se asemejaba —más que a la plantilla real de una clínica privada— a la de los modelos de las fotos de stock que usan en sus publicidades las clínicas privadas. ¡Quién le iba a decir a Pablo Casado que, tras el ocaso de Rajoy, se iba a convertir en el candidato del partido español más votado! “Lo único que no tenemos en España es un Berlusconi, porque el exlíder del PP fue igual de corrupto, si bien menos interesante y divertido que el Cavaliere. Aunque, con Casado, ya estamos echando de menos a Rajoy”, se lamenta Miguel Mora. “Nunca se había visto un panorama tan feo en la política española. No sé si es un paisaje italiano, pero desde luego es feísimo”.
¿Cabe la comparación entre Santiago Abascal y Matteo Salvini, líder de la Liga Norte y de su franquicia sureña —de nuevo, adiós a la sigla y hola al apellido— Nosotros con Salvini? ¿Guarda el proyecto del ultra italiano cierta afinidad, al menos geográficamente hablando, con Ciudadanos, que dio el salto desde Catalunya hasta el Estado español —al igual que hizo la Liga, pues resultaba complicado e incongruente luchar por la independencia de la Padania desde la isla de Lampedusa—? “Vox no era nada, pero se afirmó como reacción a Catalunya. Gracias a ese discurso antisoberanista, logra entrar en el Gobierno andaluz y está a punto de conquistar el Congreso. Aunque obtenga pocos escaños, podrá ser determinante a la hora de conformar futuros gobiernos, tanto a nivel regional como estatal”, cree Paola Del Vecchio, corresponsal del periódico Avvenire en Madrid y colaboradora de la agencia Ansa, quien sostiene que tanto la Liga Norte como Ciudadanos “nacieron a partir de un discurso territorial y luego se expandieron a nivel nacional”.
“La potencia con la que ha surgido Vox recuerda al extremismo neofascista, recogido por Berlusconi a través de la Liga Norte. Y, cuando ésta comenzó a flojear, surgió todavía con más fuerza otro movimiento ultra, Nosotros con Salvini”, explica el director de CTXT. “Como partido de vieja escuela y con cierta trayectoria, fue muy hábil al renovarse, pues la nueva formación de Salvini aprovechó los escándalos de corrupción que acabaron con Bossi para abrir las ventanas y ventilar la casa”, añade Hernández Velasco, aunque el programa xenófobo del heredero político del Senatùr —el Senador, en dialecto varesotto— huele a cerrado. Por cierto, Bossi fue condenado por robar dinero del partido en beneficio propio y de su familia, hasta el punto de que su hijo Renzo —apodado el Trota, porque cuando le preguntaron a su padre si veía en él a su delfín, respondió que como mucho veía a una trucha— se gastó 77.000 euros en una licenciatura por la Universidad de Tirana pese a que nadie le vio el pelo por la capital albanesa, una teletransportación que no les sonará extraño después del máster obtenido en la Rey Juan Carlos por un supuestamente teletransportado Pablo Casado.
Vox y el fantasma de Aznar
Pero volvamos a Vox y a la radicalización que su ascenso ha imprimido a las formaciones que terminaron situándose a su izquierda. “En España, la caída en desgracia de Rajoy y del Partido Popular invita a una fracción del partido conservador a salir del armario y a impulsar, bajo el influjo de José María Aznar, una nueva fuerza electoral. Tras la aparición del partido de Santiago Abascal, tanto el PP como Ciudadanos se escoraron todavía más a la derecha, debido a un fenómeno de ósmosis”, apunta Miguel Mora. “Y, claro, el expresidente está encantado con Vox porque domina esa relación. Resulta evidente la subordinación de Abascal al entorno de Esperanza Aguirre y al del Aznar, quien ha vuelto a convertirse en el líder de la derecha en la sombra”.
Esa carrera hacia los extremos también se da en Italia, según Paola Del Vecchio, tanto por el efecto Salvini como por los réditos electorales que proporciona las proclamas populistas. “Allí se han producido alianzas contra natura, como la de la Liga Norte con el Movimiento 5 Estrellas (M5S), que al principio era de izquierdas, pese a que estos términos ideológicos hayan perdido sentido con el tiempo. El proyecto fundado por Beppe Grillo surgió tras dieciséis años de Gobierno de Berlusconi, quien ahora vuelve a presentarse como el salvador de la patria, porque la memoria es corta. Sin embargo, con Luigi Di Maio al frente, incluso el M5S ha virado a la derecha, adoptando el discurso de la seguridad y el miedo al extranjero, propio de Salvini. Pretenden rentabilizar electoralmente el rechazo a la inmigración, aunque se olvidan de que, cuando copias un programa, quien termina ganando es el original. O sea, la Liga”.
En España, en cambio, la corresponsal del periódico Avvenire observa “una carrera hacia el centro del PSOE, porque el PP lo tacha de izquierdas, y otra más reciente del PP hacia la derecha, espoleada por Vox”. En todo caso, Del Vecchio considera que se ha rebajado el calado ideológico y programático de la Liga y el M5S en aras de un mensaje instantáneo y vacuo inoculado a través de internet. “Salvini y Grillo son política Twitter, porque la política ya no está en el Parlamento, sino en las redes sociales, que funcionan a golpe de eslogan. Uno de los problemas de la nuevos partidos es la ocupación del poder, porque cuando lo descubre no lo quiere dejar. Por ello, hay poco discurso en torno a los temas importantes, porque más que de política de Estado, se trata de una política de intereses. Sucede lo mismo en España, donde el único relato está protagonizado por los eslóganes y las vísceras de Twitter, que no pueden condensar un programa político complejo, que termina simplificado”, analiza la corresponsal de Avvenire. “Aquí, por lo menos, hasta ahora han querido mantener las formas y las promesas, pero en Italia se vive un clima de irresponsabilidad total. Puedes decir todo y lo contrario al mismo tiempo, y no pasa nada. De hecho, Matteo Salvini sigue subiendo en los sondeos”. ¿Es tal la italianización de la política española? Paola Del Vecchio la relativiza desde su óptica de romana en Madrid: “Hay similitudes, si bien en España la dinámica de algunos partidos es incipiente, mientras que en Italia es histórica”.
De opositores a gestores: ¿progreso o decepción?
De las siglas clásicas a la fragmentación de partidos. De los supuestos pilares de la presunta democracia —aquí, la sagrada e intocable transición; allí, la Democracia Cristiana como garante frente a la amenaza roja, el pentapartito como dique de contención y el compromesso storico del eurocomunista Enrico Berlinguer como mal menor para evitar un golpe autoritario sobre la mesa, aun a costa de sentarse en torno a ella con el divino, taimado y sombrío Andreotti— a la aparición de salvadores de la patria, léase Berlusconi. De la atomización a los bloques. De los cuadros tradicionales a las figuras individuales. De la vieja política, en definitiva, a la nueva política. “Ojo, porque es un arma de doble filo, como se ha demostrado en Italia, donde el Movimiento 5 Estrellas ha sufrido varios tropiezos”, advierte Irene Hernández Velasco. “Un problema que también sufrirán ciertos partidos en España, pues algunos de los candidatos no cuentan con la preparación suficiente para gobernar”.
Pone como ejemplo los problemas y dificultades que han afrontado durante su gestión las alcaldesas de Roma y Turín, ambas del M5S. “Desde la nueva política se plantea: ¿Por qué no te va a representar un carpintero, una ama de casa o un periodista? Suena bonito, pero gobernar requiere una preparación. Aquí entramos en un nuevo estadio, similar al que está instalado el M5S: la decepción por los políticos y por los partidos que no están a la altura, bien por la preparación o la juventud de sus cuadros, bien por otras causas”, concluye la periodista de El Mundo. “Acabar con la casta y que la gente llana tome las riendas de las instituciones está bien, aunque para legislar hay que tener unos conocimientos mínimos”.
¿Cabría presuponérselos a los políticos de los partidos tradicionales? ¿Y a las caras jóvenes de esas viejas formaciones? “Este escenario inestable —lleno de populismos, complejidades y alianzas extrañas— venía asomando desde que en 2015 se planteó la alianza entre PSOE, Ciudadanos y Podemos para alcanzar un pacto de Gobierno”, recuerda Miguel Mora. La razón, según el director de CTXT, es porque “eran elementos antitéticos”. Quizás habría que conjugar otros tiempos verbales: eran, son y quizás lo seguirán siendo. Pero ha llegado la hora de que los opuestos y contrarios debatan, discuten y pacten. Como señalaba al comienzo Íñigo Domínguez, “la política es para adultos”, aunque quizás la italianización “sea una prueba de una madurez no deseada”. Acostumbrados a escuchar el argumento de que la española es una democracia joven, tal vez haya llegado la hora de que dé el estirón.