Hombres asesinados, mujeres valientes: historia de la represión franquista en Canarias
Sin una contienda bélica como la que sí hubo en la península, las islas fueron usadas desde los inicios como posición estratégica. Sin embargo, eso no frenó a los fascistas para dejar miles de muertos que, hoy día, continúan en fosas y sin justicia.
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Han trascurrido 82 años pero ese libro sigue sin tener un final. No al menos el que se merece. El paso del tiempo viene acompasado por el desprecio de muchos. Demasiados. Cada vez son menos los protagonistas de aquella historia, y llegará una mañana en la que ya no quede nadie. Relatos de terceros, libros y documentos tendrán la difícil tarea de evitar la absoluta desmemoria de los horrores e injusticias que se perpetraron a partir de aquel 18 de julio de 1936.
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Lola Tejera, al igual que la II República, tiene 87 años. Natural de Tamaraceite (Gran Canaria), es la mayor de cuatro hermanos que ya nos están. Su edad se antoja como su mayor baza. Tiene mente e ideas tan frescas como los peores recuerdos que habitan en su interior. Ahora siente que es el momento de no guardarse ninguno de estas crueldades. Porque Lola representa en Canarias a las miles de mujeres que sufrieron la represión fascista y todo lo que conllevó después. Su padre, Juan Tejera Pérez, apodado “el comunista”, fue condenado a pena de muerte tras un consejo de guerra que consiguió conmutar a cambio de 12 años encarcelado.
Como a tantos otros, le privaron de su libertad por no pensar como los criminales falangistas. Lola tuvo que ver cómo su madre Frasquita sacaba adelante a sus hijos sin ningún recurso y siendo señalada por los vecinos. Por roja. Por tener a un rojo en la cárcel. Se las tuvo que ingeniar para no ver a sus pequeños sufrir ante la ausencia de su padre. Cada mes, se llevaba a uno de ellos para que pudieran verlo. A lo lejos. “Papá está en el coche”, decían inocentemente. Pero estaba tras las alambradas del campo de concentración de La Isleta. Cuando finalmente salió de prisión, lo hizo arrastrando una tuberculosis. “Lo querían mandar al sanatorio, pero mi madre no quiso. Se acabó curando gracias a la estreptomicina y a que ella le traía huevos y leche”, narra su hija orgullosa.
Lola creció, pero su futuro seguiría ligado a fantasmas del pasado. Se casó con Diego González, hijo de Francisco González Santana, uno de los “cinco fusilados de San Lorenzo”. Así fueron apodados el alcalde comunista Juan Santana Vega y el resto de miembros del consistorio del extinto barrio, asesinados el 29 de marzo de 1937 a las 16:00 tras un consejo de guerra sumarísimo. González Santana tenía 41 años. Jornalero de profesión, pertenecer a la Federación Obrera de Canarias fue su penitencia.
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Su cuerpo, tras ser ejecutado, fue lanzado a una fosa común del cementerio de Vegueta, en la capital grancanaria. Allí permanece aún, junto al alcalde. “El sepulturero, cuando le tocó enterrarlos, se la jugó y los enterró juntos, colocando una lámina de mármol encima para ubicarlos”, relata su nieto Paco González. Él ha sido la voz en Canarias de todas aquellas personas que ya no pueden hacerlo, y en concreto de su padre Diego. A sus 92 años, una demencia comienza a llevarse sus buenos recuerdos. También los malos. Una noche, los falangistas entraron a su casa en busca de su progenitor Francisco González, escondido entonces en una cueva. Se fueron sin él, pero no sin antes sacar de la cuna a su hijo Braulio de tan solo cuatro meses. Las Brigadas del Amanecer lo estamparon contra la pared. Al día siguiente, la familia fue caminando hasta el cementerio, donde lo enterraron sin ninguna ayuda. Era época navideña.
Humillarlas hasta deshumanizarlas
Sin marido y sin su pequeño de cuatro meses. A Dolores la habían matado sin necesidad de ninguna bala. Trabajar sin poder cotizar y no poder comer porque significaba enfrentarse a una auténtica humillación. Con cartilla de racionamiento en mano, era mandada al final de la cola cuando llegaba su turno, teniendo que alimentarse de las limosnas de los pocos que aún no la señalaban por ser la viuda de un rojo. Por si fuese poco dolor, dos de sus tres hijos fueron llevados a la Casa del Niño, un centro para niños de la posguerra. Dolores, ante el miedo de que sus hijos fuesen vendidos o les ocurriese algo peor, iba todas las semanas y les regalaba a las monjas telas hechas por ella con punto de cruz.
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Otra de las mujeres de la familia que quedó marcada para siempre fue Rosa García López, prima-hermana de Lola. Era un paseo matutino de los tantos que hacía para comprar cada mañana cuando un grupo de falangistas la secuestraron. Al día siguiente, la ropa rota, la cabeza rapada y signos de haber sido violada fue lo que quedó de aquel día. La deshumanizaron “hasta el punto de no querer contar nada de aquello”, relatan sus descendientes.
Justicia entre interminables tiras y aflojas
Lola se sienta cada tarde al lado de Diego. Le coge de la mano y no le suelta. Transmite coraje y amor por partes iguales. Sabe el sufrimiento que hay detrás de esos ojos perdidos. Nunca perdió la esperanza de que llegase el día de la exhumación, aunque confía en que no sea demasiado tarde para él, como sí lo fue el indulto que, cuenta la familia, “llegó al ayuntamiento un día después de ser fusilados”. Un asesinato que, en 2010, le reclamaban. 2000 pesetas, exactamente. Ahora, entre interminables tiras y aflojas, un rayo de luz ha acabado por colarse entre las persianas de sus hogares. El momento de recuperar los restos llegará gracias a una inversión de 30.000 mil euros por parte del consistorio y el Cabildo, impulsor del proyecto.
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Sima de Jinámar, un cono volcánico de 80 metros de profundidad al que se arrojó, vivos y muertos, a cientos de personas que pensaban diferente
Será presumiblemente antes de verano, donde se esperan rescatar más de 80 cuerpos, de los que 30 corresponderían a militares que resistieron el inicio del golpe en Marruecos. Pero no será el único enclave en el que se se hará memoria. También está previsto para finales de año recuperar todos los cuerpos que yacen en uno de los mayores símbolos de la violencia franquista en Canarias. Se trata de la Sima de Jinámar, un cono volcánico de 80 metros de profundidad al que se arrojó, vivos y muertos, a cientos de personas que pensaban diferente. Unos actos de reparación que se tornan proezas, cuando deberían ser la norma. Sin embargo, un año más -desde que Rajoy gobierna-, los Presupuestos Generales del Estado no destinarán ni un solo euro de su partida a la ley de Memoria Histórica, condenando nuevamente el derecho a cicatrizar de tantas personas. A eso hay que sumarle el rechazo del PSOE, PP y Ciudadanos a una posible reforma de la Ley de Amnistía de 1977 que permitiese juzgar los crímenes franquistas de torturadores que hoy pasean por Madrid, como es el caso de Billy El Niño.
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Hombres fusilados, mujeres denigradas y recuerdos imborrables para una historia inacabada que solo tendrá su final en el momento en el que no quede bajo tierra ni un solo hueso sin exhumar. Las muertes producidas en esos 40 años de represión se siguen aferrando a una guerra en la que uno de los bandos solo hizo por defenderse. No obstante, en Canarias no hubo siquiera confrontación bélica con la que poder justificarse de algún modo. Las islas, usadas como territorio de retaguardia del ejército sublevado durante la Guerra Civil, fueron vestigios durante el golpe de Estado de una cruenta represión política sobre los militantes o simpatizantes de los partidos y sindicatos de obreros y republicanos. Aunque muchos datan en más de 5000 las muertes durante estos años, no existe un estudio profundo que lo verifique, dada la dificultad documental. El historiador Aarón León estima en 1.032 las personas ejecutadas tras sentencias de consejos de guerra y víctimas de "desapariciones" extrajudiciales. Unas cifras que hoy, más de 80 años después, siguen en el olvido como parte una amnesia colectiva.