madrid
Actualizado:Las paredes del salón de su casa rendían homenaje al amor de su vida. Había que fijarse bien. Entre los libros que abarrotaban las estanterías asomaba la imagen de Eugenio, con boina y uniforme militar. Era la misma fotografía, impresa a distintos tamaños y tonalidades sepia, la que salpicaba esos viejos muros de su vivienda en la madrileña calle Bailén. En el ocaso de su larga vida, a Carmen aún se le volvían pesadas las palabras al recordarle. Parecía como si le cayeran sobre la espalda y el dolor le brotara por los ojos. Él fue fusilado el 27 de julio de 1940 y arrojado a una fosa con 32 hombres más. Ella supo de su asesinato cinco meses después, y tardó 64 años en conocer el paradero de su cuerpo. Pero nunca le pudo enterrar ni ofrecerle una despedida digna. Falleció en 2017, con 98 años. Los restos de Eugenio se recuperaron a finales de 2020 de la fosa número 127 del cementerio de Paterna, en la que habían permanecido más de ocho décadas, y ahora reposan en un columbario a la espera de que algún descendiente los reclame.
Carmen Arrojo Maroto (1918) y Eugenio Moreno Pastor (1914) fueron dos jóvenes comprometidos con los valores republicanos. Ella, una destacada líder de la Juventud Socialista Unificada (JSU), organizó importantes tareas de retaguardia para mejorar la vida en los frentes bélicos de Madrid. Desde coser uniformes, y lograr que el Ministerio de Guerra remunerara a las mujeres que realizaban esta labor, u organizar guarderías, en un primer momento, a impartir clases en la escuela de mandos del partido, ofrecer charlas a los artilleros y colaborar con los servicios sanitarios del ejército popular, en primera línea de batalla.
Eugenio era abogado del cuerpo jurídico de la República. Estudió la carrera de Derecho en Granada, y residía en Almería. Militante de Izquierda Republicana, tras el golpe de Estado se formó en la academia militar de artillería, en Murcia, y después participó en los frentes de Somosierra, Guadalajara o Valencia. Al igual que la madrileña, formó parte durante la guerra de la JSU. Su pareja le definía como un hombre con una clara conciencia social y de la justicia.
Sus pasos se cruzaron el 6 de abril de 1938. Ese día, la joven acudió con dos compañeras a informar a los artilleros de la JSU desplazados en Arganda (Madrid) sobre los últimos acuerdos del partido. Las formalidades de estas acciones implicaban avisar, primero, al comisario de artillería. Después de dar vueltas por el pueblo, encontraron al comisario Rey, flanqueado por otros dos militares. Eugenio era uno de ellos.
"He estado calculando muy bien el ángulo de tiro, no fuera que me pudiera fallar la puntería"
Tras este viaje, que marcó, como suspiraba la militante, el episodio de mayor felicidad y de mayor tristeza de su vida, comenzaron los rituales propios de cada comienzo amoroso, en su caso, en un contexto bélico, lo que dificultó el proceso. Aun así, un cine, largos paseos y muchas horas de conversación concluyeron en la declaración de él, al más puro estilo artillero, según este recuerdo que plasmó la luchadora antifranquista en sus memorias Lo que no se debe perder (Tébar, 2008): "He estado calculando muy bien el ángulo de tiro, no fuera que me pudiera fallar la puntería". Así arrancó una historia que terminó sólo un año después, pero dejó marcada a Carmen hasta su muerte. Siempre hablaba de él como su compañero. Y no conoció a otro. "Nuestra relación fue algo serio y definitivo. La afinidad era perfecta en todos los sentidos. La comprensión y el cariño entre nosotros se vieron destrozados cuando bestialmente fue fusilado", escribió en esas páginas que rellenó con la ayuda de un ordenador adaptado a los problemas de visión que la acompañaron durante su última década de vida.
La guerra les complicó el futuro. Él fue destinado a Valencia, al tribunal militar del XX cuerpo del ejército. La joven se encontró allí con él en los albores de la derrota republicana, el 18 de febrero de 1939. "Sabíamos que nosotros tendríamos que salir de España", aclaraba sobre esa decisión. Con la intención de simplificar su posible salida del país, acordaron casarse el 14 de abril [aniversario de la II República]. Dos semanas antes, el anuncio del fin de la contienda zarandeó los planes de boda. La pareja recaló en Alicante a la espera del barco inglés que les llevaría al exilio, y que nunca llegó. Como ellos, más de 15.000 personas abarrotaron esos muelles, agotadas y a la espera de la última oportunidad de abandonar España. Frente a la costa, sin embargo, se posicionó un navío de guerra con las banderas nazi y monárquica. Según los recuerdos de Carmen, por megáfono les amenazaron con lanzar los cañones si no se habían rendido a las cinco de la tarde. La desesperación llevó a un hombre a degollarse delante de sus hijas con una navaja de barbero. Una imagen y unos gritos que la madrileña nunca logró apartar de su cabeza.
Escenificada la rendición, desde el puerto fueron trasladados al campo de concentración de Los Almendros. "Salimos en fila bajo un pasillo de fascistas que, brazo en alto, nos insultaban y se reían de nosotros", detalla en su libro. Atravesaron Alicante agarrados de la mano y, como ellos, los republicanos que abandonaban el puerto recibían de algunos vecinos agua, naranjas o trozos de pan. Ya en el campo, Eugenio, Carmen y el padre de esta rompieron toda su documentación. También la de la boda. Momentos después, llegaron los camiones que se llevaron a las mujeres. Era sábado, 1 de abril de 1939, y aquel centro de concentración franquista fue el último escenario que pisó junta la pareja. Nunca más volvieron a verse.
La militante de la JSU comenzó un periplo que la mantuvo retenida, de prisión en prisión, hasta que el tribunal militar que la interrogó creyó que era solo la niña perdida de una familia republicana que trató de huir de España, y la envió a Madrid. Pese a sus 20 años, su aspecto aniñado y sus 36 kilos de peso reforzaron ese argumento.
La estancia en prisión para el letrado, en cambio, fue definitiva. Del campo de concentración a la prisión del Castillo de Santa Bárbara, en Alicante, con el padre y el hermano de su novia. En el verano del 39 recibieron la visita de la madre de Carmen, quien regresó a Madrid con una extensa carta que reflejaba un contexto de optimismo. "Allí le dijeron que se le juzgaría sólo como teniente de artillería; se mostraba animado y hacía planes de irnos a vivir a Valencia", explicó.
La escueta relación epistolar de ambos jóvenes comenzó a sufrir altibajos. Las últimas brisas de esperanza llegaron con la misiva de marzo de 1940, ya desde la cárcel de Valencia. "Estaba animado y con esperanzas de poder salir pronto", recordaba ella. Meses antes, en octubre y diciembre de 1939, se incorporaron a la causa abierta contra él los testimonios a su favor de personalidades de Almería. En ellos se lee que "no se tienen noticias de que haya cometido actos delictivos" o que "su conducta fue buena". El dueño del hotel almeriense de La Perla o el ex presidente de la diputación durante la monarquía son algunos de los nombres que intercedieron por él y que obran en su expediente, guardado en el Archivo General e Histórico de Defensa (Madrid) y al que Público ha tenido acceso.
Sus últimas palabras, fechadas el 20 de abril, fueron "mucho menos optimistas que las anteriores", según percibió su compañera. La sombra se cernía sobre su futuro cercano, y aquella fue la última carta. Después se impuso el ensordecedor silencio de 64 años, "ignorando todas las circunstancias de su muerte, pues a su padre jamás le dijeron lo que habían hecho con él. Le notificaron su fallecimiento por un derrame cerebral".
Acusado de "rebeldía", con las primeras diligencias aún practicándose y el juicio pendiente de celebrar, el joven, de 25 años, fue sacado de la cárcel de Valencia y "entregado a la fuerza pública el 27 de julio de 1940 para la ejecución de la última pena, siendo fusilado ese día en Paterna", según la documentación de su expediente. Sin juicio, sin posibilidad de defenderse y sin sentencia.
Ocho décadas después, el cuerpo de Eugenio emergió de la tierra a finales de 2020, gracias a los trabajos de PaleoLab Cavea. Su nombre figuraba en el listado de asesinados en ese lugar, algo que Carmen no supo hasta 2004. Vivió una vida larga, de 98 años, pero la exhumación ha llegado tarde para ella.
En una fosa de seis metros de profundidad, excavada por los propios hombres que después fueron a parar a ella, se hallaron los restos del abogado artillero. "Él fue del último grupo, así que se encontraba en la parte de arriba; eran 33 hombres", detalla a Público Juan José González, presidente de la Asociación de Víctimas del Franquismo de la Fosa 127. Este grupo de familiares entrega el próximo 10 de abril los restos identificados mediante genética de 17 víctimas de ese mismo camposanto, cuya tierra escondía la segunda mayor fosa común de España, con más de 2.250 personas fusiladas. Los de Eugenio, en cambio, todavía esperan que algún familiar los reclame y puedan descansar tras una digna despedida, tal y como hubiera deseado su eterna compañera.
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