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Fernando Miramontes, el escayolista del Día da Clase Obreira

La victoria del silencio

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Fernando Miramontes, Dirigente del PC durante los sucesos del 10 de marzo de 1972 en Ferrol / FOTO: SUSO PAZOS

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10 de marzo de 1972, siete de la mañana. Cerca de 4.000 trabajadores de la Bazán de Ferrol se reúnen en las puertas del astillero. El día anterior, tras el despido de nueve trabajadores por el rechazo al convenio colectivo, la policía del tardofranquismo se había empleado a fondo en desalojar a los 6.000 empleados de la Bazán que reclamaban la readmisión de los represaliados. Ocho de la mañana, tras comprobar el cierre patronal de la planta, los 4.000 concentrados comienzan a marchar hacia el polígono de Caranza.

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“Ya me habían detenido antes, ya había pasado antes tiempo en prisión, pero lo que pasó después de aquel día fue lo peor”, recuerda el gallego, nacido en la II República en una familia de peixeiras de la coruñesa Plaza de San Agustín. Huérfano de madre desde niño, el padre, escayolista, afilado a la CNT, montó un taller en Ferrol en el que Fernando se empleó con sólo 14 años. Su militancia rebelde se la debe a una anécdota cuando se despedía de su primer y único amor: una guapa joven de Bilbao.

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Una de las pocas imágenes de los sucesos de Ferrol. / Archivo histórico de la Fundación 10 de Marzo.

Intolerante a las injusticias, con las escasas noticias que llegaban a España sobre la Guerra de Corea, a Miramontes le dio por aprender el comunismo de la mano de un comisario político de la República, Baltasar Goiriz. Ya casado con Josefina, su chica bilbaína, estalló la crisis de los misiles en Cuba y Fernando, “convencido de que se avecinaba la III Guerra Mundial”, huyó a Francia donde fue captado por el aparato del PC.

Fernando Miramontes.

Pasó cinco meses en la prisión de A Coruña; más de dos semanas en huelga de hambre, encerrado en una celda de castigo, con un agujero en el suelo para hacer sus necesidades, un grifo y un colchón. En el año 70, tras volver a la lucha sería detenido una vez más y pasaría dos meses más en la cárcel gallega “por nada, por una tontería”, comenta. No sabía lo que le esperaba cuando estallaron los acontecimientos del 10 de marzo del 72.

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La victoria del silencio

El panorama le confirmó que las cosas no serían como otras veces. “Había colchones en los pasillos, las celdas llenas de gente que llevaba más de 10 días allí. Me tuvieron sentado en un asiento de piedra hasta que a las 11 de la noche me subieron a interrogar. Había tres o cuatro policías jóvenes hasta que llego el jefe y dijo: ‘Nos vamos a tomar un cubalibre; ahí tienes papel y boli para que escribas tu historia desde que te fuiste a Francia hasta hoy; tienes un cuarto de hora”.

Miramontes, en el centro, en uno de los últimos homenajes a los asesinados el 10M. / FOTO: SUSO PAZOS

Era la España predemocrática. Durante los tres años anteriores a la muerte de Franco, al dirigente del PC volvieron a buscarle unas cuantas veces a casa. Tantas que cuando veía llegar a la policía –cuenta- “iba a por un abrigo y unas zapatillas cómodas porque ya sabía lo que me esperaba”. La penúltima tuvo lugar el mismo día en el que fue asesinado Carrero Blanco y de aquella ocasión recuerda la frase de uno de los represores: “Tú tranquilo que nosotros estamos esperando órdenes a ver qué hacemos con la gente como tú; si te echamos a la ría, con una piedra en el pescuezo, como hacíamos en el 36”.

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