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Feijóo arranca su tercer mandato en Galicia con la mirada puesta en La Moncloa

El presidente de la Xunta empieza a dar color a su imagen de hombre de Estado ofreciendo en su investidura acuerdos, buenas palabras y halagos a la oposición.

El presidente de la Xunta Alberto Núñez Feijóo (d) recibe el aplauso de su grupo tras su intervención en la segunda sesión del debate de su investidura, hoy en el Parlamento de Galicia, en Santiago de Compostela. /EFE

JUAN OLIVER

SANTIAGO.- Alberto Núñez Feijóo ha sido investido hoy por tercera vez presidente de la Xunta declarándose “militante de Galicia” y prometiendo agotar su mandato, que comenzará el sábado cuando jure su cargo. Pero pese a esa promesa (que ya incumplió la pasada legislatura) a nadie se le escapa que el líder del PP gallego se encuentra en una situación inmejorable para ir pensando en dar el salto a Madrid. Sus resultados en Galicia, donde literalmente arrasó con más del 47% de los votos, lo han convertido en el delfín mejor colocado para suceder a Rajoy. Y si, como se prevé, la legislatura estatal que acaba de comenzar, con un Gobierno en minoría que tendrá muchas dificultades para sacar adelante proyectos en el Parlamento, será probablemente corta.... Pues blanco y en botella.

Feijóo recibió en O Hórreo (así se denomina popularmente al Parlamento gallego) los 41 votos a favor de su partido y los 34 en contra de la oposición (14 de En Marea, 14 del PSOE y 6 del BNG). Lo esperable, Pero al igual que manejó con maestría los tiempos de la precampaña y la campaña electoral para revalidar al alza su mayoría absoluta, el renovado presidente también inició su tercera andadura en la Xunta haciendo gala de su eficacia como excelente gestor de sí mismo y de su figura política. Habló como si no hablara sólo para atraerse a los gallegos, sino también al resto de los españoles.

Feijóo se mostró benevolente, conciliador, abierto a los pactos y dispuesto a asumir y desarrollar cualquier idea de cualquier otro grupo “que sea buena para Galicia”

En su discurso del pasado martes, Feijóo se mostró benevolente, conciliador, abierto a los pactos y dispuesto a asumir y desarrollar cualquier idea de cualquier otro grupo “que sea buena para Galicia”. Incluso puso a Galicia de ejemplo para el debate sobre la reformulación territorial del Estado. Hoy, cuando le tocaba responder a la oposición, Feijóo cogió sus lápices para volver a darle color a ese autorretrato de hombre de Estado que lleva años dibujando sobre el lienzo de España, y que hasta ahora era sólo un boceto a carboncillo en su cuaderno gallego.

Luis Villares (En Marea), Xoaquín Fernández Leiceaga (PSdeG) y Ana Pontón (BNG) fueron previsibles en sus críticas: Feijóo sólo ofrece el continuismo de unas políticas que han dejado a uno de cada cuatro gallegos en situación de pobreza, con todos los sectores productivos en crisis, con las segundas pensiones más bajas del Estado, con una de las mayores tasas de envejecimiento demográfico y precariedad laboral, con la sanidad pública en proceso de desmantelamiento y la educación depauperada en su calidad en todos sus estratos: infantil, primaria, secundaria, formación profesional, universidad... Etcétera, etcétera.

También fue previsible el portavoz del PP, Pedro Puy, sobrino de Manuel Fraga y quien centró su discurso en un único concepto que desarrolló a través de dos ejemplos: los déjà vu y El día de la marmota, la película de Harold Ramis en la que un gris hombre del tiempo se ve obligado a repetir una y otra vez la misma y aburrida jornada. Con esos mimbres Puy quiso expresar que la oposición seguía girando y girando en torno a sus propias cuitas sin que les importasen ni Galicia ni los gallegos.

Feijóo subió a la tribuna dispuesto a dar la réplica con dos objetivos: realzar el perfil que lo mantenga en la línea de salida de la sucesión de Rajoy y dividir a su minoritaria oposición

La intervención de Puy allanó el camino a un Feijóo que subió a la tribuna dispuesto a dar la réplica con dos objetivos: realzar el perfil que lo mantenga en la línea de salida de la sucesión de Rajoy y dividir a su minoritaria oposición. Y como ambos son compatibles, pues a eso se dedicó: tuvo reiterados guiños a la portavoz del BNG, asegurándole que es más lo que lo que une que lo que separa al PP y a los nacionalistas gallegos, y que aceptará negociar con ellos cualquier propuesta de mejora de los servicios públicos que quieran llevar a la Cámara. ¿Se imaginan cuántos votos movería esa misma frase dicha desde la tribuna del Congreso de los Diputados?

Feijóo también usó las referencias al Congreso y a la política nacional para dirigirse al portavoz socialista, a quien agradeció la abstención de su grupo en Madrid que permitió la investidura de Rajoy. Maldita la gracia que le hizo ese recordatorio a Leiceaga, aupado a su cargo por las bases frente al aparato y que no se encuentra, precisamente, entre quienes apoyaron aquella maniobra. Hasta se pasó de cordial el líder del PP gallego cuando le aseguró a su contrincante socialistas que su discurso en materia económica había sido “el más sólido” de cuantos había escuchado esta mañana (luego tuvo que corregirse, claro, para no dejar a Puy en mal lugar).

Hábil jugada la de mentar la abstención del PSOE. Feijóo sabe que va a tener una legislatura tranquila en Galicia, pero para su futuro personal le interesa una oposición dividida y enfrentada. Y, sobre todo, lo que le conviene es atraerse a los simpatizantes socialistas, que ya saben que, en Madrid, da igual votar a esas siglas o a las suyas, porque las dos sirven para que el PP siga gobernando.

Sus palabras más duras fueron para En Marea, quizá porque intuye que en ese caladero tiene pocas posibilidades de pescar

Sus palabras más duras fueron para En Marea, quizá porque intuye que en ese caladero tiene pocas posibilidades de pescar. Pero incluso en esa faena fue por momentos cordial y hasta exageradamente amable: rechazó las críticas de Luis Villares pero le agradeció el tono comedido de su intervención, e incluso tuvo palabras para su compañero de partido y alcalde de A Coruña, Xulio Ferreiro, a quien definió como una persona “cortés y educada”. Al tiempo que lo hacía, sin embargo, aprovechaba para ahondar en el enfrentamiento PSdeG-En Marea en Galicia, ergo PSOE-Podemos en Madrid, para que la oposición se dedique a opositar entre sí: “He oído que el PSOE de A Coruña quiere entrar en el Gobierno municipal. ¡Claro! Es que el PSOE sabe que la mejor manera de hacer oposición es estar en el Gobierno de En Marea”.

No fue el único gracejo matinal de Feijóo, que remató su discurso con esas pinceladas con las que poco a poco pretende acercarse a La Moncloa: “Me equivoco muchas veces”, “Dudo muchas veces”, “Soy el hijo de una mujer de aldea que ha llegado a presidente de la Xunta”... Son pequeños trazos, pero a base de repetirlos ha logrado labrarse una imagen que nada tiene que ver con la de aquel jovenzuelo untado de crema que sonreía en un yate junto a un narcotraficante, o con la de un gestor que en ocho años ha logrado que Galicia tenga menos afiliados a la Seguridad Social, 56.000 personas más sin trabajo y una tasa de desempleo casi cinco puntos por encima de la que se encontró cuando llegó a la Xunta en el 2009.

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