montevideo
Dice el calendario que es abril, pero sobre el pavimento de Montevideo parece enero. El sol cae con fuerza sobre General Flores, una avenida que conduce directamente al Palacio Legislativo, el Congreso uruguayo. Justo enfrente está la Plaza de los Mártires de Chicago, bautizada así en homenaje a los anarquistas estadounidenses que fueron fusilados en 1887 por pelear por sus derechos. Cada Primero de Mayo, este mismo parque sirve de escenario para la celebración del Día Internacional de la Clase Trabajadora.
Un siglo después, en los convulsos años setenta del siglo XX, otras y otros rebeldes se sumaron a la pelea por un mundo nuevo. Muchas y muchos cogieron las armas. En Uruguay lo hicieron bajo las siglas del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T). La muerte fue el destino de muchos de ellos.
Otros cayeron en manos de la dictadura cívico-militar (1973-1985) y permanecieron largos años en cautiverio. El mítico José Mujica, quien alcanzaría fama mundial tras ser investido presidente del país en 2010, fue uno de ellos. Su pareja, una montevideana llamada Lucía Topolansky, también.
Caluroso abril uruguayo, 9.30 de la mañana. Los autobuses, allí conocidos como “ómnibus”, van cargados hasta las orejas. Dentro del Palacio Legislativo, atravesando el majestuoso Salón de los Pasos Perdidos, está el despacho de Topolansky. Ahora es vicepresidenta del país. Tras ser elegida senadora en las últimas elecciones, esta mujer de pelo blanco y hablar pausado tuvo que asumir el cargo que quedó vacante a raíz de la renuncia del anterior número dos del gobierno del Frente Amplio (coalición de izquierdas), Raúl Sendic. Así, sin preverlo, se convirtió en la primera mujer que alcanza la vicepresidencia de este país de tres millones y medio de habitantes.
La conversación de Topolansky con Público duró una hora. Sobre su escritorio había una agenda con varias anotaciones, algunas carpetas prolijamente apiladas y un vaso de agua. No hacía falta más.
¿Alguna vez imaginó que iba a estar sentada en este despacho?
La política no es para mí una carrera, sino un compromiso militante.
La verdad, no. Yo no tengo la cabeza de algunos políticos tradicionales que dicen “voy a ser concejal, diputado, senador, ministro…”. La política no es para mí una carrera, sino un compromiso militante.
Por una serie de circunstancias estoy hoy aquí, y para mí es un puesto de militancia como cualquier otro.
¿El Uruguay de 2018 se asemeja en algo a aquel Uruguay por el que usted empezó a luchar?
No, para nada. No se asemeja el Uruguay, ni tampoco el mundo. Hoy estamos en un momento de cambio de época. Aparecen factores completamente nuevos, como internet o las redes sociales, que inciden en la política. Ahora hay libros que hablan de la “tecnopolítica”, pero yo ya no pertenezco a ese mundo. Por mi edad, he transitado otros caminos. Ahora parece que alguien contrata a alguien, saca una plataforma, le trabaja la cabeza a los electores y obtiene resultados. Esto es algo que habría que pensar mucho.
El Frente Amplio (FA) lleva 13 años gobernando en Uruguay. ¿Qué cambios ha logrado la izquierda?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el mundo ha ido cambiando. Actualmente hay transnacionales que tienen un PIB mayor que el de Uruguay. En otras palabras, es el capital financiero el que gobierna en el mundo. Pero como la única lucha que se pierde es la que se abandona, nosotros seguimos luchando.
Este pequeño escalón no es la llegada al poder, sino al gobierno, que es una cosa diferente. Estos tres gobiernos del FA han dejado un antes y un después para el Uruguay. Hoy se trata de un país con menos diferencias sociales, se ha reducido la pobreza y la indigencia, se desarrolla la educación pública gratuita y laica… Del mismo modo, nuestro país depende mucho del mundo exterior, y todos sabemos cómo se complicó todo: el libre comercio es una cosa que no existe.
El mundo es salvaje, cambiante… Ahora mismo podemos ver lo que está haciendo el presidente de EEUU y la guerra comercial que ha desatado. Uruguay es un pequeño barco en ese mar de aguas procelosas, y lo que tiene que intentar es manejar la vela de tal modo que la suerte de sus connacionales sea lo mejor posible. Eso es lo que ha hecho el FA, y esa es la gran diferencia con los gobiernos anteriores. Esperamos seguir gobernando para continuar subiendo escalones en la escalera de la igualdad y de la pública felicidad.
Es muy interesante esa diferencia entre “ser gobierno” y “ser poder” de la que usted habla.
La diferencia entre ser gobierno y ser poder es que una multinacional que se instala en Uruguay, genera valor agregado para la materia prima local, paga impuestos, etcétera, si el día de mañana le conviene irse a Burkina Faso, levanta el negocio y se va. Le importa un bledo, no tiene responsabilidad social del desastre que deja atrás. Manejar el barquito en ese mundo y tener los indicadores que tiene Uruguay es una proeza. Es verdad que todavía faltan cuestiones de igualdad o de mejorar el acceso a la vivienda. También se nos ha metido el tema del narcotráfico, que es una plaga mundial que condiciona a todo el mundo.
Aunque no somos un país de destino, sí lo somos de paso, y eso genera problemas. Ese problema debería solucionarlo EEUU, porque los consumidores de droga viven en EEUU, y si se acaban los consumidores se acaba el narcotráfico. Pero parece que los EEUU no quieren acabar con el consumo de droga.
Ustedes han dado pasos en esa materia con la legalización de la marihuana.
Sí, dimos pasos, y hay que dar más todavía, pero eso no basta. Uruguay no mueve la aguja del mundo porque es muy pequeño. Lo que hacemos es poner una señal testigo.
¿Esos pasos pueden ayudar a luchar contra el narcotráfico?
Creemos que el plan de represión que implementó EEUU fracasó en Colombia, en México y en el mundo. En realidad, EEUU tendría que invertir ese dinero en eliminar a los consumidores, pero eso no lo va a hacer. Ante esa situación, lo que hicimos nosotros fue sacarle el mercado a los narcotraficantes. Es como la ley seca: el mal existe, el consumidor está, pero que por lo menos sea el Estado el que regula eso.
Esa política en torno a la marihuana le ha dado fama internacional a Uruguay. También ha tenido mucha repercusión a nivel mundial el estilo de su pareja, el ex presidente Pepe Mujica. Ustedes no se mudaron a la residencia oficial y siguieron viviendo igual que antes. ¿Os sentís unos bichos raros?
En realidad el Uruguay es un bicho raro. Por eso le decía antes que probablemente el concepto de socialdemocracia haya nacido aquí. Pepe no es el único presidente que ha vivido en su casa: el actual presidente también lo hace, al igual que en su momento lo hizo el ex presidente (Julio María) Sanguinetti.
Hay una concepción republicana que va más allá de Pepe y del Frente Amplio, es un valor intangible que los uruguayos debemos preservar. Que el presidente tenga solamente dos policías en la puerta de su casa habla del Uruguay. Que el presidente pueda ir a una actividad pública sin tener una corte de milicos y de seguridad también habla muy bien de nuestro país. El presidente es un ciudadano como cualquier otro, sólo que tiene la mayor de las responsabilidades, y es así porque se la han dado los ciudadanos. Lo que hace Pepe es darle visibilidad a todo esto. Tuvo la virtud, porque es un buen comunicador, de plantear cosas distintas en los foros internacionales
“España nos duele”. ¿Cómo son las relaciones con España?
Con España tenemos una fuerte pata cultural. Nos guste o no, la historia de la conquista eliminó los pueblos originarios en Uruguay. Nosotros no tenemos la realidad de los países andinos o centroamericanos, donde hubo fuertes culturas precolombinas que se desarrollaron y que hasta el día de hoy están presentes y pelean. De los pueblos originarios de Uruguay, los que no fueron muertos se mimetizaron para sobrevivir. Nuestro país conformó su población con una fuerte emigración española e italiana, principalmente.
Se puede decir que nosotros descendemos de los barcos, y de los barcos descendieron nuestros antepasados, nuestros apellidos, los oficios y las ideas. Por eso mismo, con España hay un gran vínculo: es difícil encontrar a algún uruguayo que no tenga algún familiar de origen español. Hay una cuestión afectiva, y nos duele España. Todo lo que ocurre allí nos resulta muy cercano.
Los españoles tienen el gobierno que eligieron.
En lo personal podemos no estar de acuerdo con la existencia de monarquías porque somos republicanos, pero eso es un lío de los españoles. También somos partidarios de la autodeterminación y de la soberanía, pero no nos vamos a meter en ese lío. Los españoles tienen el gobierno que eligieron.
¿Está al corriente de la situación en Cataluña?
Sí. No podemos olvidar que hay muchos uruguayos que viven en Cataluña. Cuando una ve el tema de las nacionalidades en España, porque no solo es Cataluña, también es el País Vasco, los valencianos… lo primero que se le viene a la cabeza es la imagen de Isabel la Católica a sangre y fuego, con la cruz y la inquisición.
Esa imagen es castellana, esa Castilla de Isabel la Católica está ahí, omnipresente. Hay que tener en cuenta que los pueblos catalán y vasco se sintieron muy agredidos durante los larguísimos años de dictadura. Esas luchas se entienden; es lógico que vascos, catalanes hayan salido a poner en valor su cultura, sus raíces. Si los catalanes tienen razón o no, yo no me voy a meter, porque me queda grande y no me gusta estar metiéndome en rancho ajeno.
Hace ahora tres años usted participó en un acto a favor del proceso de paz en el País Vasco que se realizó en Montevideo
Yo creo que los procesos de paz hay que acompañarlos. Cuando la organización armada ETA quiere desarmarse y quien tiene que recibir la contraparte mira para el costado, es muy embromado, porque entonces no hay ninguna intención de paz, sino de revancha, de venganza. Cuando los conflictos están estancados no se sale queriendo masacrar al otro, sino buscando entendimientos de paz que no son nada fáciles, pero que son posibles. Ahí está la reivindicación, tibia además, que plantean los vascos de traer a los presos al País Vasco, que es nada, porque ni siquiera están pidiendo las libertades… Dentro de poco va a venir a Uruguay el lehendakari (Iñigo Urkullu), y le vamos a recibir.
¿Los retos de la izquierda en España se asemejan en algo a los que tienen en América Latina?
En realidad, creo que los retos de la izquierda se asemejan en el mundo. Tuve la oportunidad de conocer en persona a Manuela Carmena (alcaldesa de Madrid), y me pareció una mujer tremendamente centrada, muy respetada y muy sencilla, con una carrera interesante en el Poder Judicial. Considero que fue un acierto de Podemos levantar esa figura. Del mismo modo, me parece que si Podemos y otros sectores de la izquierda, incluido el PSOE -si bien ha virado mucho hacia el centro hubiesen encontrado un pacto de entendimiento -y creo que Pedro Sánchez peleó por eso-, habrían impedido que Rajoy estuviera en el gobierno.
Asimismo, si los seis grupos de izquierda que hay en Chile hubieran comprendido el pacto de entendimiento, allí no estaba ahora Piñera. En Perú se acaba de dividir el Frente Amplio, en Ecuador ídem de ídem… Uruguay tiene ese diferencial, y es lo único que le puede ofrecer a la izquierda del mundo: la unidad. ¿Cuál es la fórmula uruguaya? Unidad en la diversidad. En el Frente Amplio están desde el Partido Demócrata Cristiano hasta el Partido Comunista, estamos personas que provenimos de la lucha armada… ¿Qué nos une? Que tenemos unas reglas de juego a las que nos avenimos, un programa común y un compromiso ético.
“Siempre hice lo que se me antojó”. ¿Hay alguna posibilidad de que usted sea candidata a presidenta en las próximas elecciones?
No, ninguna. Yo estaba con causal jubilatoria de este tipo de funciones, pero no de la militancia. De hecho, los años que viva voy a militar. Hay causas imprescindibles, pero no personas imprescindibles.
¿Tiene usted tiempo para disfrutar de la felicidad?
Cuando uno se compromete con una causa sabe que va a tener dificultades, porque nada es gratuito.
Como soy feliz abrazando la causa que abracé, mi tiempo es ese. A mí nadie me planteó que tenía que militar en política; yo me tiré en esta pecera porque quise, libremente e incluso contra la voluntad de mi familia. A mi modo, soy feliz. Estuve presa, clandestina, pero a mi modo fui feliz.
Cuando uno se compromete con una causa sabe que va a tener dificultades, porque nada es gratuito.
Siempre hice lo que se me antojó, tuve la libertad de ir por donde quise, en el acierto y en el error. Voy a cumplir 74 años, y puedo decirle que viví al mango (a tope). Lo que yo le pido a la juventud es que se comprometa con una causa, que la viva al mango, no por arribita.
¿Pepe Mujica podría volver a ser candidato?
Yo pienso que no debe serlo. Cuando termine este periodo va a tener 85 años. También hay que pensar en la vida y si no precisamos esa figura más allá de lo concreto, que esté en otra dimensión.
Quizás ya lo está…
Sí, yo creo que ya lo está.
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