Podemos La compleja cohabitación de las izquierdas de Unidos Podemos
Un modelo organizativo a caballo entre el partido y el movimiento social y una base más líquida que las formaciones políticas tradicionales magnifican la proyección externa de los debates internos en la formación morada.
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Zaragoza, Actualizado:
“Es un magma muy difícil de estructurar”, explica el analista político Pablo Simón, de Politikon, en referencia a las sensibilidades políticas y corrientes de opinión que conviven en Unidos Podemos, cuya diversidad y compleja clasificación es narrada, al mismo tiempo, como fortaleza desde dentro y como debilidad, a menudo, desde fuera; entre otros motivos, por tratarse de “un modelo híbrido en el que se intenta aplicar la lógica de los movimientos sociales a un partido”, apunta la politóloga Cristina Monge.
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Ambos recomiendan, para tratar de comprender la compleja convivencia de las sensibilidades de izquierda que conviven en la formación morada, volver la mirada a su fundación, en la que confluyeron militantes de organizaciones políticas, principalmente del ámbito Izquierda Unida y el PCE (como Espacio Alternativo, eje posterior de Anticapitalistas), la Joven Guardia Roja o Izquierda Anticapitalista y miembros de sindicatos, por una parte; activistas de distintos movimientos sociales como el feminismo y el ecologismo y de las mareas de defensa de los servicios públicos, por otra, y, también, un importante número de ‘quincemayistas’, personas sin adscripción política que se habían movilizado en las plazas en la primavera de 2011, y algunos independientes de renombre entre los que, en esa primera fase, destacaba el exfiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo.
Esa amalgama de gente, ajena en su mayoría a redes formales previas, fue sumándose a la plataforma y después partido que impulsaban, entre otros, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Miguel Urban, Íñigo Errejón y Carolina Bescansa, y que entre marzo de 2014 y diciembre de 2015 protagonizaría una espectacular irrupción en las instituciones: de cero cargos públicos a 69 diputados estatales (con las Mareas gallegas, los Comuns catalanes y Equo) y 157 autonómicos más cinco eurodiputados en apenas veinte meses.
“La mayoría de la gente no tenía adscripción política previa. Venían de las plazas y habían decidido dar el paso e implicarse en la política”, explica una de las personas que participaron en los primeros pasos del partido, que destaca la “espontaneidad” de esa fase. “La gente se autoagrupaba en los círculos que se iban creando, en los que había mucha autoorganización”, anota, al tiempo que destaca cómo “los círculos iban surgiendo en los lugares donde había asambleas del 15-M”. En Madrid, no obstante, era más frecuente la presencia de personas con experiencia en organizaciones que en el resto del país.
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"No hay familias, es todo más líquido"
Pese a la estructura creada a partir de Vistaalegre 1, señala la misma fuente, “no hay familias organizadas como ocurre en otros partidos, sino que la gente se va adhiriendo a programas o iniciativas concretas a nivel estatal y cada territorio tiene su propia vida. Es todo más líquido, más transversal”.
Monge opina en el mismo sentido. “¿Cuándo hablamos de Podemos nos referimos a los inscritos, los activos o los cargos públicos?”, plantea, al tiempo que llama la atención sobre el hecho de que “el foco mediático está en lo institucional”. Es decir, que la adscripción a los supuestos grupos responde más a un relato de los medios sobre los dirigentes que a una realidad que se dé en la base.
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Esas agrupaciones de los cargos públicos se ven con distancia desde abajo, aunque eso no impide que Iglesias, Errejón y Urbán centraran los focos en Vistaalegre 2 o que la adscripción de otros dirigentes como Pablo Echenique a los Anticapitalistas resultara temporal. “En Vistaalegre se simplificaron hasta el extremo algunos debates al presentarlos como si se dieran entre pijos y obreristas”, señala Simón.
Monge, por su parte, considera que esas adscripciones a corrientes de opinión si se dan entre los dirigentes. “Son algo habitual en los partidos y muy propio de la izquierda”, señala.
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Eso no ha impedido que en los últimos debates intensos de Podemos la militancia y los cargos públicos se hayan agrupado, como ha ocurrido en el abierto tras la compra del chalet de Galapagar por Iglesias e Irene Montero, básicamente en tres corrientes: una esencialista, partidaria de mantener la sintonía con los sectores más desfavorecidos de la sociedad, en los que Podemos basó su discurso inicial; otra más partidaria de la austeridad y reacia a los liderazgos fuertes y, por último, una más institucional, integrada por cargos públicos y en la que las convicciones personales tienen el contrapeso de las estratégicas, apunta Simón.
La conexión entre representantes y representados
“Lo de Kichi no es casualidad”, señala Simón sobre la polémica epistolar entre el alcalde de Cádiz y Monedero. “No es solo que vea desacertado el tema, es que se debe a los ciudadanos de Cádiz y el episodio del chalet afecta a una línea básica de su discurso”, señala.
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Les ocurre algo similar al resto de los alcaldes del cambio, a un año de una campaña electoral en la que la vivienda, en plena burbuja del alquiler, será uno de los principales temas de debate.
“El chalet da munición a los rivales, por lo que sería normal que algunas confluencias municipales trataran de poner distancias” con la marca de Podemos, anota el politólogo, para quien “el elemento nuclear de este crisis es el debate sobre la conexión entre representantes y representados”.
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En este caso, evoca episodios como el de la foto de Felipe González en 1985 navegando por Huelva en el yate “azor”, el mismo que utilizaba el dictador Francisco Franco, o la casa con 13 retretes (y dos piscinas) que Miguel Boyer compró tres años más tarde, tras casarse con Isabel Preysler y cuando ya había cesado como ministro de Economía. “Parece un ‘meme’ de aquello”, ironiza Pablo Simón.
Nuevas estructuras de organización y deliberación
Por otro lado, Monge llama la atención sobre otro de los aspectos fundacionales de Podemos. “Nace en un momento en el que la propia idea de ‘partido político’ está cuestionada en toda Europa, sobre todo en términos de democracia interna”, señala, lo que lleva a optar por ese híbrido entre movimiento social y organización política estándar.
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“Los nuevos partidos crean estructuras de decisión distintas de las tradicionales, se basan en un modelo de deliberación nuevo y distinto que se acerca al de los movimientos en lo que se refiere a la agilidad, pero eso no garantiza que vaya a ser más democrático”, anota, en referencia a los bajos niveles de participación de algunas de las consultas celebradas por esas nuevas formaciones políticas, caso de Podemos o las confluencias municipales.
De hecho, el propio Iglesias ha planteado que si la participación en la consulta sobre la continuidad de él y de Montero en sus cargos es baja, “sería un fracaso y nos obligaría a dimitir”.
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“Son modelos de organización que se están creando, por lo que sería importante establecer mecanismos de evaluación”, apunta, también en lo que se refiere a los procesos de toma de decisiones.