El campo valenciano marca músculo exportador durante la pandemia
El sector agroalimentario aumenta las exportaciones durante la pandemia, mientras el conjunto cae. El País Valencià dobla la media de incremento a escala española.
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En medio de la crisis económica provocada por la pandemia también florecen buenas noticias. Y lo hacen, precisamente, en uno de los sectores a menudo más olvidados y ninguneados: el campo. En un 2020 en que las exportaciones valencianas han caído un 8,7%, el sector agroalimentario, incluidas la transformación y la distribución, ha crecido un 8,1%, hasta suponer una quinta parte de toda la exportación. La fruta, las legumbres y hortalizas y las conservas vegetales son los sectores que han tirado del carro en esta demostración de resiliencia, en una crisis del sector agrícola que hace años que se arrastra. Hasta el 71% de las exportaciones corresponden a estos tres apartados, suponiendo los cítricos, con un 35%, el producto que más se ha vendido en el extranjero.
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Los destinos más comunes son Alemania y Francia, con un 20,7% y el 17,9% de las ventas, respectivamente. Dentro de todo el ámbito agroalimentario, ha sido el sector primario en concreto el responsable de la subida, puesto que la industria de la alimentación ha caído un 2% en global –en contraste con la reducción del 12,5% del conjunto de la industria española- lastrada sobre todo por la producción de bebidas, que ha retrocedido un 11,6%.
En cifras comparadas, todavía se ve mejor esta potencialidad agrícola. El País Valencià prácticamente dobla la media estatal de exportaciones –que ha crecido un 4,3%-, quedando solo detrás Aragón y salvando los muebles del comercio internacional autonómico. El País Valencià ha sufrido una caída general de exportaciones un punto y medio menor que la media estatal –el 8,7 ante el 10,2- en buena medida gracias al empujón de los productos agrícolas. Actualmente el sector agroalimentario de la autonomía es lo tercero más potente de España, solo superado por Andalucía y Catalunya y supone el 12,5% de la ocupación –252.955 puestos de trabajo- y 9.187 millones de euros, un 9,4% del Valor Añadido Sucio (VAB) del territorio. Un incremento del 2% en ambas variables respecto el 2019.
Todas estas cifras aparecen en un informe impulsado por el Observatorio Cajamar y coordinado por Joaquín Maudos, catedrático de la Universitat de València y director adjunto del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), en colaboración con la también economista del Instituto, Jimena Salamanca.
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Maudos, en respuesta a las preguntas de Público, destaca la competitividad del sector agroalimentario español, "muy por encima del europeo", aunque esta a menudo se fundamente en unos salarios más bajos. Este economista cree que "habría margen de maniobra por algunas subidas salariales sin que la competitividad se resintiera mucho". También debería apostarse por "aumentar el tamaño mediana de las explotaciones y la digitalización" para seguir siendo fuertes, puesto que el País Valencià cae hasta la quinta posición en inversión en I+D, con el 8,6% del total de las inversiones de este tipo. Por eso Maudos pide "aprovechar la oportunidad de oro de los fondos europeos para impulsar esta digitalización".
Una política agraria más vigorosa
Pero, ¿pensarán en el campo desde el gobierno en el momento de repartir estos fondos europeos? España es el líder mundial en la exportación de frutas y hortalizas frescas, con más de 13,5 millones de toneladas vendidas a los mercados internacionales, más de la mitad de la producción total. Y esto a pesar de unas políticas públicas en materia agraria a menudo erráticas o poco decisivas, tal como venden denunciando desde hace años las principales organizaciones profesionales del sector, que han abocado a una crisis casi permanente del mundo rural. O, como mínimo, de una parte de este mundo.
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El País Valencià ha perdido los últimos veinte años hasta 40.000 campesinos y un 10% de la superficie destinada a cítricos, pero la producción de estos se ha mantenido estable. Los campos pequeños de dos, tres o cuatro fanegadas han ido abandonándose en favor de fincas más grandes y productivas. La menor productividad del minifundio y la desprotección del pequeño campesino independiente se encuentran, en buena medida, tras este enorme cambio, a menudo silencioso. "En el cítrico es el único sector en que funciona un sistema anacrónico donde los corredores van por los bares donde almuerzan los labradores comprando las cosechas, que cada año se pueden vender a alguien diferente", explica Paco Borràs, quien conoce bien el sector después de haber estado durante años director comercial de Anecoop, la cooperativa de cooperativas que se ha convertido en una de las primeras exportadoras de cítricos a escala mundial. "Este modelo beneficia la venta especulativa y empuja el labrador a base de collejas", continúa Borràs, para quien, aunque este queda mucho a merced de las variaciones de precios, también se acaba beneficiando de los años buenos: "este año, con una buena campaña y unos precios que han crecido un 16% en el cítrico se han visto pocas movilizaciones en el campo, sobre todo en comparación con 2018 y 2019, que fueron un desastre".
Borràs considera que "hay que tener cuidado con las políticas excesivamente proteccionistas" y apunta en la carencia de reciprocidad de los protocolos de exportación –sobre todo a la hora de regular los fitosanitarios- como el principal problema de la política agraria europea.