BILBAO
“El amigo verdadero demuestra su autenticidad en las horas adversas”, escribió Cicerón. A estas horas, Theresa May tiene motivos suficientes para echar por tierra tal afirmación: la líder británica ha confirmado que en su propio Partido Conservador hay unos cuantos diputados que no están cuando las papas queman. “Las buenas fuentes se conocen en las grandes sequías; los buenos amigos, en las épocas desgraciadas”, dice un proverbio chino en el que May, también a esta hora, ya no creerá.
La votación sobre el brexit en el Parlamento de Westminster ha vuelto a poner sobre la mesa uno de los debates universales de la política: la libertad de voto versus la disciplina de partido. En España, por ejemplo, ha habido varios casos de parlamentarios rebeldes. Una de esas historias transcurrió en el invierno de 2014, cuando la diputada del PP Celia Villalobos votó a favor de la retirada del restrictivo anteproyecto de ley del aborto que defendía su propio partido. O también en el otoño de 2016, cuando 15 diputados del PSOE se rebelaron ante la gestora que había tomado las riendas de la formación y votaron en contra de la investidura de Mariano Rajoy.
Este tipo de situaciones se penan en España con multas para los diputados rebeldes. Los socialistas que le dieron la espalda al PP fueron castigados con 600 euros de infracción cada uno; Celia Villalobos tuvo que abonar 500 euros, tal como decretó su partido a modo de penitencia. Asimismo, el reglamento de Ciudadanos también contempla multas para los diputados rebeldes. La lógica es clara: si disientes con tu grupo, lo sentirás en tu bolsillo. “Te puede multar el partido por romper la disciplina. No son normas públicas, sino que pertenecen a las internas de los partidos”, destaca a Público el politólogo Alejandro Pérez.
Si Westminster estuviera en Madrid, a esta hora habría unas cuantas multas en proceso: en la histórica votación del martes, nada más y nada menos que 118 tories votaron en contra del plan de May. Todo un golpe bajo. Toda una derrota para una líder política que ya no convence ni a los de su propia casa.
Si alguien lo tuvo claro fue el diputado Gareth Jhonson, uno de los responsables de la disciplina de voto dentro de su partido. El pasado lunes, unas 24 horas antes de que se produjera la votación en el parlamento británico, envió una carta a May para anunciarle que dimitía. Que se iba. Que ya no se engañaba más. Ni a él, ni a los demás. “Durante las últimas semanas, he intentado encajar mi labor como whip (encargado de asegurar la disciplina de voto) para ayudar al Gobierno a aplicar el Tratado de Retirada con mis objeciones personales al acuerdo. He concluido que no puedo, en conciencia, apoyar la posición del Gobierno cuando está claro que el pacto irá en detrimento de nuestra nación”, escribió.
El debate está servido. “En el caso británico, teniendo en cuenta que el sistema de elección de los diputados es por circunscripción, la libertad de voto tendría que primar”, sostiene Pérez, quien subraya que los parlamentarios del Reino Unido –elegidos de manera directa por el electorado de su correspondiente circunscripción- deben moverse en el difícil equilibrio de “obedecer a la disciplina del partido, pero también a la gente que los eligió”.
Lo normal y lo sano
El sociólogo vasco y ex senador del PSOE Imanol Zubero conoció este asunto en carne propia. “Yo mismo cuando estuve en el Senado (2008-2011) no seguí la disciplina de voto del grupo socialista en cuatro ocasiones”, recuerda. Una de ellas fue en septiembre de 2011, cuando la Cámara Alta votó la polémica modificación del artículo 135 de la Constitución. Entonces Zubero decidió ausentarse del pleno, al igual que su compañero de bancada Roberto Lertxundi. “Ni siquiera nos dejaron abstenernos en la sala, nos dijeron que teníamos que ausentarnos”, subraya.
“No me parecería normal que en cada votación se rompa la disciplina por todos los lados, pero me parece menos sano que nunca se rompa”, afirma el sociólogo a Público. En esa línea, se muestra crítico con el concepto de “unanimismo” que, a su juicio, prima en la política local. “En el modelo español, donde todo viene de arriba abajo, te metes a un partido y lo que se premia es tu disciplina”, remarcó.
“Hipócritas sin criterio”
Zubero cree que nada de esto ocurriría “si realmente los partidos fueran a las elecciones con programas realistas” en lugar de acudir con “cartas a los reyes magos”. También pone otro punto sobre la mesa: “Básicamente, cuando te vinculas a una lista electoral valoras si te convence o no, y si hay una cosa extraordinaria que rompe el programa, ahí es cuando efectivamente la libertad de voto tiene que ejercerse”.
“Una cosa es que te tengas que plegar a lo que esté en el programa, que para eso has ido libremente en las listas, pero otra es que tengas que plegarte a cualquier ocurrencia o coyuntura. Eso es lo que acaba generando esa visión de que los políticos son unos hipócritas que no tienen criterio”, subrayó.
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