bruselas
Actualizado:"La guerra también se hace bloqueando el acceso de los alimentos a los mercados. La sociedad europea debe ser consciente de que esta es una prueba de resistencia". Es la respuesta de Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, a la pregunta de cuánto podrán resistir las sociedades y gobiernos la escalada imparable de los precios de la energía y de los alimentos. Y lo peor puede estar por llegar: "Nadie sabe lo que ocurrirá este verano", advierte el español.
La inflación desorbitada es la consecuencia más directa y punzante que la guerra en Ucrania está dejando sobre suelo europeo. Fuera de sus fronteras europeas, la principal amenaza es una ola de hambre mundial, que acecha especialmente a países de África y Oriente Próximo. La coyuntura bélica amenaza con desatar una crisis alimentaria de proporciones bíblicas en lugares ya muy castigados por la crisis climática, la desigualdad, el terrorismo o el conflicto. Desde Jordania hasta Ghana pasando por Níger, la dependencia de cereales procedentes de Ucrania, el conocido como granero de Europa, es altísima.
La guerra ha frenado en seco las exportaciones de trigo. En estos momentos hay bloqueadas hasta 20 millones de toneladas de grano, que se han convertido en un rehén más del campo de batalla. Rusia responsabiliza de ello a las sanciones occidentales. Por su parte, la UE culpa a Vladimir Putin de utilizar los alimentos como un arma política de chantaje, de "destruir y quemar" campos de cultivo y de bloquear la salida de los buques de los puertos del Mar Negro. En Bruselas se refieren a ello como el "hambre de Putin".
La ONU ya advierte de una "catástrofe alimentaria de proporciones mundiales" en los próximos meses. Ucrania es uno de los mayores exportadores de aceite de girasol o maíz; Rusia, de fertilizantes. Según el Grupo de Respuesta a la Crisis Global de Naciones Unidas, 1.200 millones de personas en el planeta están expuestos a sufrir de forma directa una "tormenta perfecta" producto de la combinación de las subidas desorbitadas de los precios de los alimentos y de la energía. A todo ello se suma la escasez de fertilizantes, cuyo precio se ha disparado incluso más que el de la comida. El impacto de este desabastecimiento se prevé devastador si no llegan a tiempo para la temporada de siembre en el continente africano.
Ante este escenario, la reacción de muchos Estados está siendo aumentar las tasas arancelarias o prohibir las exportaciones de productos agrícolas para acumular su propio stock, una imagen que recuerda al modus operandi de países occidentales con las mascarillas o material de protección básico durante los primeros coletazos de la pandemia de la covid-19 y que agudiza la crisis todavía más.
Migración y extrema derecha
El caldo de cultivo de hambrunas, inestabilidad y escasez de alimentos se traducirá, previsiblemente, en una mayor presión migratoria desde el norte de África hacia el sur de Europa. Y pillará al proyecto europeo con el pie cambiado. La UE carece de una política migratoria y de asilo desde hace siete años. Un éxodo masivo en sus fronteras reavivaría los fantasmas de la crisis de refugiados de 2015, que generó diferencias insalvables entre los Estados miembros y aupó al discurso de extrema derecha. Llegaría además en un momento de mucha incertidumbre y tensión entre las sociedades europeas, que sin haber recobrado el aliento post-pandémico hacen frente a la inflación más alta de las últimas décadas. Todo ello podría poner el contexto actual en bandeja de plata para el auge de las fuerzas populistas y ultraderechistas en el Viejo Continente.
Los precios de los alimentos nunca han sido tan elevados. Y no hay que abandonar las fronteras de las 12 estrellas para sentir sus consecuencias sociales, económicas, climáticas y políticas. La tensión y la presión que aguantan los bolsillos de los ciudadanos, especialmente de los más vulnerables, anticipan un otoño muy complicado. Lo peor puede estar por llegar. En el ámbito medioambiental, la Comisión Europea ya está sintiendo sus contradicciones descafeinando sus metas verdes para dar más banda a energías contaminantes como el carbón. Este parón en seco de la transición climática responde a la imposibilidad de sustituir la oferta energética procedente del Kremlin. Y en el plano político también emergen los efectos con el tecnócrata Mario Draghi, líder del Gobierno italiano, presentando su dimisión.
El alto coste que están infringiendo las sanciones europeas dentro y fuera de la UE amenaza con desatar las primeras fisuras dentro de la Unión Europea. El primer ministro húngaro, Víktor Orbán, afirmó recientemente que la política punitiva de Bruselas con Moscú había sido un error porque los europeos se habían "pegado un tiro en el pie" después de que las medidas restrictivas estén teniendo un efecto rebote contra los europeos. Putin continúa teniendo la llave del gas. Si la corta por completo, el escenario será muy oscuro, especialmente para países como Alemania. No obstante, en el grueso del Consejo Europeo se impone la visión mayoritaria de que había que priorizar una respuesta dura y contundente contra la agresión de Ucrania.
¿Cuáles son las soluciones sobre la mesa?
El marco de acción de los europeos para solucionar el bloqueo de cereal en Ucrania es limitado. Delegan todo acuerdo al marco de la ONU. Y su papel está siendo buscar vías alternativas por vía terrestre, bien por carretera o ferrocarril. Pero se trata de un parche cuasi simbólico. La única alternativa para aliviar la presión alimentaria es desbloquear las puertas del Mar Negro, especialmente Odesa, a través de la creación de corredores marítimos.
Naciones Unidas y Turquía abanderan las negociaciones entre Kiev y Moscú para alcanzar un acuerdo que comience a liberar las primeras toneladas de trigo. Esta semana se podrían producir avances importantes, pero fuentes europeas se muestran prudentes: "Con Rusia hay que verlo para creerlo". En Bruselas siguen muy de cerca estos desarrollos. Lo marcan como la prioridad de la comunidad internacional porque hay "decenas de miles de vidas en juego".
Como en toda guerra, el baile de culpas es otro protagonista. En la "batalla por la narrativa", Moscú responsabiliza de este bloqueo a las sanciones que EE.UU y la UE imponen sobre sus empresas financieras y navieras, mientras que Washington y Bruselas reiteran que las medidas restrictivas no afectan a productos agrícolas o fertilizantes y acusan al Kremlin de utilizar el hambre como arma de guerra.
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