Hacia las cinco y catorce minutos de la tarde del 11 de septiembre de 2014, dos gigantescos brazos de multitudes con nueve filas de anchura cada uno se han reunido en la barcelonesa Plaça de les Glòries Catalanes, vértice donde se cruzan la Gran Vía y la Avenida Diagonal. Ha sido el momento culminante de una nueva manifestación de fuerza, civismo y entusiasmo del soberanismo catalán en su lucha por la legalización de la consulta convocada para el próximo 9 de noviembre.
Hace apenas cuatro años que la Diada del 11 de septiembre era una fiesta de lo más anodino. Su programa completo —oficial y extraoficial— se cifraba en tres actos: la ofrenda floral ante la estatua de Rafael Casanova, conseller en cap de la Barcelona asaltada en 1714 por las tropas del Borbón; la recepción oficial, con el president de la Generalitat como anfitrión; y la manifestación del Fossar de las Moreres, plaza —y antiguo cementerio— anexo a la basílica de Santa María del Mar donde fueron enterrados los defensores de la ciudad. El primero y último de estos eventos solían ser los más animados, puesto que los elementos radicales que insultaban a diestro y siniestro en el primero solían ser los mismos que más tarde medían sus dotes atléticas contra la policía autonómica, previa quema de banderas españolas e incineración del retrato oficial del Borbón de turno.
Esa antigua y monótona práctica, que invitaba a la escapada playera en épocas de bonanza económica, se revolucionó tras el varapalo —desde ciertos puntos de vista— que el Tribunal Constitucional propinó al nuevo Estatut en 2012, año en que la Diada se convirtió en una manifestación más que multitudinaria: millón y medio de personas proclamaron su disgusto ante el veredicto, y entre ellas abundaban ya las banderas estelades (la tradicional senyera cuatribarrada, pero con añadido de la estrella independentista). A partir de entonces, una plataforma de entidades cívicas y culturales, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), asumió la labor de difundir a los cuatro vientos la causa de la creación de un Estado propio catalán, con iniciativas como la Via Catalana de 2013 —cadena humana que recorrió el Principat de extremo a extremo— y la V extendida esta tarde sobre las dos arterias viarias principales de Barcelona: la Gran Vía y la Avenida Diagonal.
Tanto ha cambiado el panorama social de la Diada gracias a estas convocatorias, que las futuras efemérides merecerán figurar en la nómina de fiestas de interés turístico nacional si, como cabe esperar, la consecución de la meta independentista se pospone por una u otra causa. Así lo confirma uno de los participantes, Josep, de aspecto treintañero y procedente de Tarragona con esposa y dos niños pequeños: 'Hemos venido toda la familia para pasar un día de fiesta y alegría'. Y es que familias han llegado a miles a Barcelona para participar del festejo reivindicativo, desde todos los rincones de Catalunya y en una flota de dos millares de autobuses. Tiene razón Josep a tenor del pronóstico de los Mossos d'Esquadra, que no prevén incidentes. Aunque el pajarito policial, privilegiado observador de este tipo de actos, no brille precisamente por su ausencia y haga evidente su vigilancia con estruendo de rotores.
Cada una de las columnas de la gran V está formada por nueve gruesas filas, cinco de color amarillo y cuatro de color rojo; cada participante en la formación, previamente inscrito, ha recibido instrucciones acerca del color de la camiseta que debe vestir —la ANC ha debido obtener pingüe beneficio con la venta de estas prendas— y el tramo del recorrido donde debe colocarse. De este modo, desde la altura se ve reproducida una inmensa senyera humana de alrededor de doce kilómetros de longitud. El trazado de la V corre por las amplias calzadas interiores de ambas avenidas, que están abarrotadas.
La policromía del acto se complementa con las numerosas banderas mostradas por los asistentes. Estelades y senyeres tradicionales aparte, un repaso a las imágenes servidas por la televisión autonómica en diferentes puntos del trazado muestra una profusión de enseñas de Escocia, pues no en balde muchos catalanes -de todo signo político- cruzan los dedos a la espera del resultado de su referéndum, a celebrar el próximo jueves.
Como es habitual, las ikurriñas también tienen una presencia sensible, y junto a ellas otras banderas de comunidades autónomas españolas, como gallegas y andaluzas. 'Yo soy gallego, pero mi patria es donde comen mis hijos', me dice un hombre de mediana edad que enarbola una bandera de su tierra mientras parece esperar a otras personas con aire distraído (este hombre va de paisano, no lleva camiseta de color).
En la Gran Vía, entre la calle Urgell y la plaza de España están simbólicamente ubicados los simpatizantes de Súmate, la organización de ciudadanos nacidos fuera de Catalunya, y de descendientes de los mismos, que apoya decididamente el proceso soberanista.
Se hace difícil saber cuál es el tramo de edad mejor representado entre el gentío, pero la juventud es protagonista especial del evento, ya que los promotores de la consulta pretenden que el derecho al voto en la consulta pueda ejercerse a partir de los 16 años. Un muchacho con camiseta roja, Oriol, tiene 15 años pero dice que cumple 16 en octubre y que, por tanto, podrá votar en la consulta. 'Voy a votar Sí+Sí porque con España ya no podemos solucionar los problemas de Catalunya', afirma.
Dada la necesidad de ponderar el propio éxito, y más aún de acrecentarlo año tras año, la ANC está implicada en una lucha de plusmarcas contra sí misma. La V barcelonesa contaba con más de 500.000 inscritos dos días antes de la Diada, casi 50.000 más de los que se apuntaron a la gran cadena humana de la Via Catalana, que finalmente contó con millón y medio de participantes reales (es decir, un millón más que las inscripciones oficiales).
El tiempo ha brindado a los asistentes una tarde radiante. El termómetro registraba 27 grados en el momento en que se cerraba la V, a eso de las 17.30 horas. Para algunos no hacía falta tanta generosidad: 'Aguanto mal el calor, por la tensión, pero hoy hago una excepción', dice Àngels, una mujer madura que suda copiosamente bajo su gorra reivindicativa. 'Pues yo estoy encantado, porque el sol también apoya a Catalunya', tercia de motu proprio un hombre de edad similar situado a un par de pasos, en la misma fila.
La gente se anima con cánticos para pasar el rato de espera. Se escucha Els segadors, himno oficial de Catalunya, que no alude a la resistencia de 1714, sino a otra guerra: la revuelta de los segadores, el Corpus de Sang (Corpus sangriento) de 1640. Suena una conocida canción del grupo de rock Companyia Elèctrica Dharma: 'No volem ser una regió d'Espanya, / no volem ser un país ocupat / Volem, volem, volem, volem la independència, / volem volem volem Països Catalans'. Suena también una gralla (oboe popular catalán); hay mucho canto a viva voz y mucho grito reivindicativo.
Los participantes se sienten a gusto, parecen muy contentos aunque la lucha no acabe aquí. 'Yo no sé si podremos votar el 9-N —dice Mercè, jubilada, que está con sus tres nietos, una de sus hijas y su yerno—, pero había que estar aquí. Yo nunca fui separatista, pero me han hecho serlo. Nos la han jugado tantas veces que no podemos aguantar más. Además, ¿usted se fía de Rajoy?', pregunta. El yerno de Mercè, Francisco, añade: 'No odiamos a Madrid, pero que nos dejen votar en paz. Yo soy hijo de andaluces e independentista.'
A las 17.14 horas, la gente se toma de las manos y une sus gargantas en el mismo grito hasta desgañitarse: 'In-inde-independencia'. Los mensajes cruzados a través de las ondas y el ciberespacio proclaman que la V ha sido culminada con éxito. Hay abrazos y sonrisas. Aplausos cerrados.
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