Anita Sirgo, la guerrillera del tacón
Formó parte del batallón de mujeres que evitó el final de las huelgas mineras de 1962. Sufrió las torturas de la Guardia Civil de las que se mofó Fraga. A sus 85 años, indignada con la desmemoria, es una de las firmantes de la causa contra los crímenes del franquismo que investiga la jueza argentina María Servini.
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MADRID.- “Los tacones son para mí lo que para una niña una muñeca” dice con una sonrisa de labios carmín Anita Sirgo (Lada, 1930). Se los calzó cuando tenía 17 años. Con ellos, en la Gran Huelga minera del 62, impidió que el hambre pusiera fin a los paros que prendieron la mecha de los cambios políticos en la España franquista.
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Quizás fuera por los tacones de otras botas. Las que le arrebataron a su padre y a su madre cuando no había cumplido los 7 años. “No tuve una niñez fácil. Mi padre era un guerrillero que se tiró al monte cuando terminó la República. ¡Y no sé todavía en qué cuneta está!”. Con un padre escondido, al que sólo volvería a ver una vez en su vida gracias a un enlace del Maquis, Anita y su hermano quedaron huérfanos cuando a la madre se la llevaron presa penal de Figueras y ellos estuvieron a punto de ser embarcados rumbo a la Unión Soviética.
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No recuerda los cuándos y le cuesta entender los porqués, pero tiene nítidos en la memoria, los dóndes y los cómos. Describe con detalle la nave de Barcelona en la que estuvo hacinada con otros niños de la guerra y el sonido de las bombas de la Legión italiana –“parece como si aún escuchara como rompían los cristales”- sobre la Ciudad Condal. Narra con nostalgia el cariño de unos tíos que recuperaron a los pequeños para criarlos en Llanes, “con la leche de dos vaques”. Aún siente el tacto del estropajo con el que limpiaba arrodillada los suelos de la escuela en la que no pudo estudiar.
Y no olvida Sirgo, el día de su boda, en la casa en la que se crió. “A mi tío lo habían matado por ser enlace de los guerrilleros. Lo llevaron con los moros, lo apelaron y lo acribillaron a tiros. Mi tío tenía una xatina, una ternera, que guardaba para la mi boda. Y por cumplir su promesa, decidimos hacerla en la casa”.
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Las mujeres de varias comarcas, con Anita a la cabeza, decidieron en asamblea una fecha para “tornar” a los esquiroles. Fueron puerta por puerta para convencer a las mujeres de los mineros que se repartieron por el Molinucu, la Joecara, el pozo Maria Luisa y Fondón, armadas con tochos y mazorcas. Los tochos -“para que dieran la vuelta por cojones”- no tuvieron que usarlos. El maíz lo arrojaron a los pies de los hombres que trataban de volver al tajo mientras los llamaban “gallinas”.
Primero se llevaron a Tina que volvió a la celda ensangrentada. Después fue turno de Anita a quien el capitán Antonio Caro mostró las fotografías de históricos del PC como El Paisano, Horacio Fernández Inguanzo, para que los delatara. Ella aguantó brava los puñetazos en la cara que casi le dejaron sin un tímpano, las patadas en el estómago, los riñones y la espalda. “Le dije que estaba embarazada y Caro me contestó: ‘un comunista menos”. Un cabo, el cabo Pérez, le agarraba mechones de melena y tiraba hasta dejarle la carne roja. “Me tiraba hacia arriba y, cuando yo no respondía lo que quería, me los cortaba con una navaja”.