Fue el pasado 30 de septiembre cuando Carlos Fabra recibió su último respaldo significativo desde el Partido Popular. El abrazo de Alberto Fabra —que le deseaba suerte para el juicio que por entonces iba a comenzar contra él y en el que finalmente el ex presidente de la Diputación de Castellón ha sido condenado a cuatro años de prisión y a pagar una elevada multa por cuatro delitos contra la Hacienda Pública —, no era, ni mucho menos, el reconocimiento como 'persona y político ejemplar' que en su día le brindó Mariano Rajoy , pero era a lo máximo que el ex barón popular podía aferrarse a pocos días de sentarse en el banquillo.
Los días de gloria de Carlos Fabra, aquellos en los que era el amo y señor de la provincia de Castellón, se alejaban por momentos.
Cierto es que el exbarón conservador se había acomodado en la secretaría general de la Cámara de Castellón, pero también lo es que su poder se había ido difuminando a medida que sus tentáculos abandonaron tanto la presidencia de la Diputación castellonense en junio de 2011 como la presidencia provincial del partido en 2012.
Que Fabra consiguiera en diciembre de 2011 que su compañera sentimental, Esther Pallardó —que no su exesposa, María Amparo Fernández, también condenada en la misma sentencia a dos años de prisión y al pago de otra elevada multa por dos delitos fiscales—, obtuviera una vicepresidencia de la Diputación, pese al deseo de su sustituto de ofrecer el cargo a otro compañero, fue solo el último estertor de lo que en un día fue.
El mejor diagnóstico de lo que es, o lo que sus antiguos fieles creen que es, se vio —o no se vio— en las vistas de su juicio, donde apenas contó con el apoyo de algún descarte del PP que tocó poder en la época dorada del fabrismo y asistió a la Audiencia Provincial como el que espera asistir a una resurrección.
Sin embargo, el fabrismo ─como antes el zaplanismo y después el campsismo en la misma geografía─ estaba para este otoño ya en estado de descomposición. Javier Moliner, su delfín y sustituto al frente de la Diputación y después del PP provincial, no tardó mucho en desembarazarse de los lastres heredados del mentor, y si bien los nombres en los organigramas del poder castellonense ─ tanto del público como del del mismo Partido Popular─ siguen siendo los mismos, los equilibrios han cambiado. Aunque Moliner transigió con el ascenso de Pallardó, no dudó en aupar sus fieles a los puestos de mayor relevancia y protagonismo en la Diputación, mientras que dejaba marchar del organigrama provincial del PP a Valencia a destacadas fabristas como Marisol Linares para sustituirlas por savia nueva con peso en el equipo de Alberto Fabra, como la consellera autonómica Isabel Bonig, que no tenía precisamente muy buena sintonía con 'Don Carlos'.
¿Cabe dar pues por amortizado a Carlos Fabra y al fabrismo? Lo cierto es que lo relatado, unido a unos más que posibles cambios en las cabezas de cartel ─ apartando de los puestos de salida a conocidos fabristas─ de las próximas elecciones municipales, podría ayudar a aumentar el debilitamiento del legado de Carlos Fabra, pero del mismo modo, un descalabro electoral en 2015 en esas circunstancias podría favorecer su renacer.
Por lo pronto, a Carlos Fabra ─ sin cargo público alguno tras su dimisión el pasado mes de marzo de la dirección de Aerocas, la empresa pública que gestionaba el Aeropuerto de Castellón ─ nadie del PP le ha reclamado su carnet del partido. 'La sentencia no es firme', ha sido lo único que han reproducido, sin ningún asomo de reproche, tanto María Dolores de Cospedal como Alberto Fabra o el portavoz popular en Les Corts Valencianes, Jorge Bellver, cuando se les ha preguntado por las repercusiones de la sentencia en el seno de su partido.
No obstante, si Fabra, a la espera de los recursos sobre su condena, decidiera pasar definitivamente a un segundo plano de la escena pública, tampoco eso significaría el final del fabrismo. Porque si no fue Carlos sino Victorino Fabra Gil 'el Pantorrilles', el primer Fabra en presidir la diputación de Castellón (cinco han llegado a ocupar el cargo), en ningún lado está escrito que Carlos deba ser el último de la saga en dominar la provincia. Su hija Andrea, la que espetó un 'que se jodan' a los parados españoles de larga duración desde la tribuna del Congreso, calienta su escaño de diputada en Madrid a la espera de acontecimientos.
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