Hace unos años Acemeglou y Robinson, dos economistas de prestigio, explicaron por qué fracasaban los países en un libro de notable éxito. Y decían que los países con instituciones inclusivas tenían éxito porque fomentaban la participación de la mayoría de las personas, atraían talento y permitían que la gente pudiese elegir la vida que deseaba llevar. Para ello era necesario que las instituciones fuesen transparentes, imparciales y facilitasen la igualdad de condiciones. Por el contrario, las instituciones extractivas obtenían ventajas de una parte de la sociedad para beneficiar a otra, las élites extractivas, lo que explicaría el fracaso de los países que las promovían.
España es un gran país, no podemos decir que haya fracasado, ni que predominen las instituciones extractivas, sería una exageración. Pero sus partidos políticos tienen claras inclinaciones extractivas que pueden cambiar para que el país sea mejor. Hablemos del PSOE, al que conocemos más, y que afronta, en breve, un delicado proceso de elección de su Secretario General.
Hay una importante crisis de vocaciones socialistas. El PSOE tiene dificultades para aglutinar talento, a diferencia de hace algunos años. Parece una organización estática en una sociedad civil que es muy abierta, flexible y dinámica. El PSOE se parece menos que antes a la sociedad española, y esa es la gran tragedia de España, acostumbrada a avanzar, en todos sus ámbitos, a impulsos del reformismo de sus Gobiernos socialistas.
Es verdad que el PSOE ha trabajado en mejorar su democratización, pero de forma algo tímida, asistemática e improvisada, sin una reflexión de calado, lo que ha generado experiencias traumáticas y desgarros emocionales intensos. Tanto es así que han existido tentaciones de dar marcha atrás, de encerrar más a la organización en un clásico modelo de Partido decimonónico, de abandonar las primarias, de amañar un solo candidato.
Las contradicciones han sido notables. Hemos engañado a la gente porque prometimos unas primarias abiertas que nunca se celebraron para elegir a nuestro candidato a la Presidencia del Gobierno. Ya se sabe, quien llega a la Secretaría General después se encierra en su castillo. El PSOE, un castillo con su castellano.
Otras veces, improvisadamente, decidimos elegir a nuestro Secretario General por la militancia (un militante, un voto), pero mantenemos a un Comité Federal con una representación delegada: ¿qué legitimidad tiene entonces para censurar a un Secretario General elegido por la militancia? El Comité Federal también debe ser elegido por los militantes.
Si el PSOE quiere parecerse más a la sociedad española actual tiene que fomentar en su casa las oportunidades. Nada mejor para atraer el talento que impulsar el pluralismo, que convertir al PSOE en una institución más inclusiva.
Ni siquiera en sus recientes impulsos democráticos abandonó el PSOE algunas maneras extractivas. En su última competición electoral interna fueron candidatos surgidos de las élites de la organización los que compitieron, porque sólo quien es élite, o es promovido por la élite, puede competir en el PSOE.
Reconozcamos que los momentos que vive el PSOE son de dudas. Pero como decía Olof Palme, ante las dudas la solución siempre es apostar por la democracia. Y por ello, hay algunas reglas que deben asentarse bien en el Partido para garantizar su funcionamiento inclusivo, su naturaleza de organización abierta a las oportunidades y a la atracción del talento.
El liderazgo se legitima entre quienes tienen ideas que contrastar y pretenden convencer. Apostemos por la competencia y la discusión organizadas. Cabe sentir envidia de las Primarias francesas, con siete candidatos. Que nadie pretende hurtar el debate al PSOE. Las actitudes cuentan.
No podemos hacer sólo debates de personas, sino de ideas y de personas. Cualquiera que aspirase a liderar el PSOE debería presentarnos una moción, un proyecto político, una idea sobre España.
Sólo deberían avalarse para competir en un proceso de primarias las mociones, los proyectos firmados por los aspirantes. Aunque todos pertenecemos al PSOE, seguro que tenemos diversos enfoques sobre muchos temas. El debate enriquece, y cualquier militante aporta tanto como un comité de sabios: ¿por qué reducir la pluralidad?
No pongamos puertas al campo. Necesitamos a los mejores, que sólo vendrán si hay oportunidades, si se abren los espacios de participación, si no observan que la organización es una merienda de unos pocos que sistemáticamente se reparten la tarta. Que se abran las ventanas y que corra el aire.
Reduzcamos los avales para competir, dejémoslos reducidos a una mínima expresión. Dejemos tiempo más que suficiente para recogerlos. Permitamos que los compañeros avalen a más de una moción, proyecto y candidatura, de forma secreta e individualmente ante una autoridad electoral independiente: ¡un aval no es un voto por anticipado, hombre! ¡Qué es eso de los avales colectivos fiscalizados por la élite!
Busquemos otras formas de legitimación para concurrir, como el apoyo de un número de diputados, de concejales, de miembros del Comité Federal. No se nos escape que esta última fórmula sería más efectiva si nuestro sistema electoral primase más la cercanía del representante político con la ciudadanía que con la élite de los Partidos.
Soñemos con una competición de más de dos candidaturas, y abramos la posibilidad de que exista una segunda vuelta entre las dos más votadas en la primera.
Y sobre todo, velemos por la igualdad de armas y la transparencia. Aunque se trata de contextos distintos y elecciones diferentes, constituye un ejemplo de transparencia y honestidad política la dimisión del Primer Ministro Manuel Valls para competir por la candidatura socialista a la Presidencia de la República francesa; Nicolás Sarkozy dimitió de la Presidencia del Partido conservador francés para concurrir a primarias; Martine Aubry dejo de ser Primera Secretaria de los socialistas franceses con idéntico fin.
Tomemos nota, y consigamos que los recursos personales y financieros de los proyectos y de los competidores que superen la barrera de los avales sean equivalentes.
En fin, se trata de aproximar al PSOE a los modelos europeos ya aplicados, por cierto, con extraordinario éxito. Hay que apostar por la democracia, lo que exige que el PSOE abandone inclinaciones extractivas para avanzar hacia un Partido más inclusivo: un Partido abierto, para una sociedad abierta como la española.
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