Un cuento de Benedetti explicaba como dos exiliados uruguayos se encontraban siempre en un café del Barrio Latino de París para jugar a un "juego sobre las geografías". Uno de los dos preguntaba sobre algún lugar o recuerdo de su Montevideo natal: "Un edificio, un teatro, un árbol, o qué café había en la esquina de Rivera y Comercio, cuántas puertas de entrada tenía la tribuna Colombes del estadio Centenario o cuál era la parada final de la línea de ómnibus 173". Benedetti dijo que eran "pavadas que uno inventa al exilio para convencerse de que no se está quedando sin paisajes, sin gente, sin cielo, sin país". El cuento se titula Geografías.
Me gustaría pasear con el escritor Javier Pérez Andújar, pregonero de las fiestas de la Mercè de Barcelona escogido por el gobierno de Ada Colau y criticado por una parte del independentismo, y preguntarle ¿cuál es su patria? Geografías pérezandujarianas. La patria es un invento, como decía Federico Luppi en aquella película, pero también es el 'lugar' que nos hace sentir como en casa. Este lugar-patria, donde sentirte a salvo puede ser muchas cosas. La nación, una lengua, el equipo de fútbol, una biblioteca, una montaña o el barrio pueden ser tu patria. Antonio Baños, excabeza de lista de la CUP, provocativamente, me decía: "Mi patria es la Meridiana".
"Sólo 50 familias en toda Catalunya han obtenido la escolarización de sus hijos en castellano por parte del Ministerio de Educación"
Yo siempre pensé que vivía una contradicción patriótica. Pero me equivocaba. Mis apellidos son Picazo y Guillamot. Mi padre nació en Letur, un pueblo entre Murcia y Albacete. Mi madre nació en una clínica en la zona alta de Barcelona. Crecí en el barrio del Carmelo, extrarradio castellanohablante allá donde Barcelona pierde su nombre; pero de vacaciones siempre íbamos a casa de mis tíos en la Costa Brava en la Catalunya de postal donde todo el mundo hablaba catalán. En la calle donde vivíamos había una familia que era de Tarragona, y les llamaban 'los catalanes'. Pero, en realidad, todos nos considerábamos catalanes viniéramos de donde viniéramos. En el barrio sólo se escuchaba el castellano, pero el catalán asomaba gracias a los dibujos animados de TV3. Crecimos escuchando a Gabilondo en la SER y los partidos del Barça por la radio en catalán. Todo el mundo en el barrio apoyaba la selección española —incluso cuando no pasaba de cuartos de final—, pero nuestros padres no tenían ninguna duda de que sus hijos tenían que ser del Barça, comer pan con tómate y comprar La Mona el lunes de Pascua. ¡Rompan los tópicos! La primera escuela de inmersión lingüística fue en Santa Coloma de Gramenet: sobre todo, porque las madres y padres lo pedían a gritos! Ni adoctrinados ni hostias. Nuestros padres, que nos hablablan en castellano, querían que aprendiéramos catalán. Hoy sólo 50 familias en toda Catalunya han obtenido la escolarización de sus hijos en castellano por parte del Ministerio de Educación.
El Carmelo es un barrio de callejuelas, luchas por sobrevivir y abuelos con miedo a perder la pensión como cualquier otro barrio de extrarradio. Territorios de la working class de Catalunya que une con un hilo rojo de Nou Barris hasta la multicultural Salt pasando por la zona minera de Sallent, los barrios del textil de Sabadell, las zonas calientes del centro de Lleida o los barrios olvidados de Tarragona. Jeringuillas en la calle. Bloques grises sin balcones. Trenes de cercanías que nunca llegan. Las ruedas pinchadas del R5 o el Seat 127. El paro golpeando duro. Pero nunca, nunca, sentimos eso de ser dos Cataluñas. Algunos, desde la parte del nacionalismo catalán excluyente o desde el españolismo 'new age' de Ciudadanos, lo han intentado. Pero fueron, son y serán territorios de identidades cruzadas. Nunca en el barrio oí hablar de eso de la independencia. Ahora, en cambio, hay unas cuantas esteladas en mi calle.
"Nunca sentimos eso de ser dos Cataluñas, pese a que desde el nacionalismo excluyente o desde el españolismo 'new age' de Ciudadanos lo intentan"
La cosa es compleja. No son blancos y negros. Ni unionistas ni independentistas. El 33% de los catalanes, según el último barómetro del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, se sienten tan catalanes como españoles. Incluso, uniendo los que se sienten en mayor o menor grado mezcla de identidad, sumaríamos más de un 60%. Y, en el mismo barómetro, sin que suponga ninguna contradicción, un 47,7% de los catalanes afirman que votarán sí a la independencia. Lo más importante: ser de barrio, sentirse medio catalán y medio español y votar a favor de la independencia es totalmente compatible. El antiguo líder de ERC, Josep Lluís Carod-Rovira, hace muchos años, ya detectó el agua a punto de hervir cuando pocos independentistas lo veían. "Hay gente que se siente cosas varias a la vez y con intensidades distintas, y todo ello convive con una identificación mayoritaria con el país, vengas de donde vengas. Felizmente, no somos una raza. Somos una cultura y una lengua se puede aprender".
El independentismo en la frontera
Todas las periferias tienen un olor especial. Huelen a frontera. Por eso me encantan las periferias. La frontera, en principio, separa territorios y personas... pero en realidad son un espacio de contacto, conflicto e intercambio. La frontera es el lugar donde pueden pasar las cosas más interesantes. Los puentes y las Personas-Puente o las Organizaciones-Puente viven en la frontera. A menudo criticados por un lado y el otro. Es la posición más difícil, pero a la vez fundamental para resolver un conflicto.
El independentismo se juega el pan en la zona de frontera, en concreto, en los barrios de extrarradio metropolitanos de toda Catalunya. Cada vez se oye más el castellano en las manis del Once de Septiembre, sí, pero el movimiento independentista es ya consciente que el discurso autorreferencial del "hacer pedagogía" y "convencer" como si la gente de barrio fuera medio tonta no funciona. Aterrizaban ahí como misioneros a enseñar la Buena Nueva de la Independencia. "La búsqueda de votos en el viejo cinturón rojo parte del tópico y se envuelve de una peligrosa filantropía sustentada en el clasismo y una falsa superioridad intelectual", me cuenta Odei Etxearte, periodista del diario independentista catalán El Punt Avui y nacida en Santa Coloma. A menudo los barrios del extrarradio se han convertido en un no-lugar, parafraseando al antropólogo Marc Augé, para el nacionalismo hiperventilado. Pensemos en qué significa que el 20% de la población catalana actual haya nacido en otras regiones de España. Estamos hablando de 1,4 millones de catalanes. En los años 80 esta cifra era del 34%.
Pérez Andújar nos ayuda en la traducción para entendernos mejor a la gente de los barrios en Catalunya sin caer en tópicos ni de un lado ni de otro
Por eso hay estaría bien que el independentismo —pero también los que no lo sean— lean a gente como Javier Pérez Andújar, hijo de la periferia de Sant Adrià de Besòs y escritor de la Internacional de los Bloques. Él vive en la frontera. Él puede ser un puente. Paseamos por su Besòs. Seguramente la mayoría de los que lo critican y lo tachan de españolista no le han leído más que frases fuera de contexto. En uno de sus libros, Paseos con mi madre, explica su sensación de estar en el medio: "Somos los que no nos sentimos ni del origen ni del destino, si es que existen". Pasear con Pérez Andújar es entender esto: "No puedo ser de los míos, porque con ellos no puedo sentirme identificado, a pesar de ser consciente de las humillaciones de que han sido víctimas. Pero es que, en realidad, en el microcosmos de tus voces también cómo se reproducen las estructuras de poder de la sociedad ". Pero, los que no somos ni de aquí ni de allí, no somos como estábamos en el barrio porque dejamos el barrio, y no somos como es el catalán supuestamente oficial, podemos hacer bien una cosa: "Podemos hacer de traductores", me dijo un día el activista social Montse Santolino, del Hospitalet de Llobregat.
Pérez Andújar nos ayuda en la traducción para entenderlo y entendernos mejor a la gente de los barrios en Catalunya sin caer en tópicos ni de un lado ni de otro: "Hay una instrumentalización del castellanohablante. Desde siempre. Como si fuera una víctima del nacionalismo pujolista. No son víctimas. Esto es una lucha de clases. O eres pobre o eres rico. Detesto esta dicotomía entre clase obrera castellanohablante buena y burguesía catalanista mala. No me la he creído nunca. los padres de mis amigos catalanohablantes eran trabajadores, como los míos", aseguraba en una entrevista en el digital catalán Crític.
Antonio Baños, autor de un libro titulado La rebelión catalana escrito para explicar la independencia a la izquierda española, es otro buen traductor de lo que está pasando ahora mismo en los barrios de extrarradio catalanes. Hace poco, en una entrevista, me aseguraba que "está naciendo una nueva identidad catalana". Traducción: "Se ha incorporado al independentismo una gente que es catalana sin ser catalanista en el sentido clásico de Òmnium. Lo veo muy en el barrio. Tengo muchos amigos que hablan castellano entre ellos y hablan catalán a los niños, o son castellanohablantes y le ponen Biel o Pol a su hijo. Son catalanes y se sienten catalanes. Pero no como algo atávico, sino como algo normal. No es un nuevo catalanismo, sino una nueva catalanidad. Esto siempre ha pasado en la historia de Catalunya. Se están generando catalanidades que los más clásicos de Convergència no detectan y que el PSC ha menospreciado. Intentaban dividir Catalunya entre los catalanes buenos y que dicen la hora en un perfecto catalán, y los catalanes charnegos que tenían que estar siempre representados por Felipe y la Feria de Abril. Esto se ha agotado. Como se han agotado el PSC y CiU".
Si quieren saber sobre Catalunya: escúchennos, sin intermediarios, estamos donde siempre estuvimos, aquí en el barrio... y olvídense un ratito de lo que les cuenten los editoriales de algunos diarios independientes muy progresistas o de lo que escupen en las tertulias de la caverna mediática.
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