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Oficialmente, Dario Fo murió el 13 de octubre de 2016 a los 90 años; sin embargo, para los que tuvimos, como yo, la suerte de conocerlo personalmente, su cuerpo era sólo un estuche sin importancia, un hogar anecdótico que hospedaba un hombre muy vital de 35 años. La última vez que le vi fue en Milán, en el año 2012, Dario tenía no sé cuántos proyectos en marcha y me hablaba con el entusiamo de alguien que apenas iniciaba en su oficio.
Esta pasión por la vida, unido a una grande inteligencia y un amor sincero de la gente comun," il popolo", como se dice en italiano, era la clave esencial para entender su genio. Era uno de los hombres más positivos que he encontrado en mi vida. Su presencia derrochaba vitalidad y esta energía era palpable, inspiradora y benevolente. Si no fuera por su rigor intelectual, su honestidad y su sentido profundo de la realidad, podría haber sido cura...
Como buen milanés, era un hombre que sabía gozar de las cosas materiales y, a pesar de sus luchas políticas en defensa de las clases obreras, sus gustos personales y su estilo de vida eran decisivamente burgueses. En esto tenía un alma gemela en su esposa, la actriz Franca Rame, fallecida hace unos años, que tenía pinta de pija perdida en los camerinos y, al salir en el escenario, se transformaba en una kamikaze de los valores feministas.
Hablo de estas contradicciones sin malevolencia, incluso con admiración, porque conociéndoles bien he podido combrobar en primera persona que los dos eran profundamente coherentes. Eran militantes y hedonistas, algo bastante original en el mundo austero de los puristas de izquierda. Por cierto, Franca Rame pagó muy caro sus convicciones políticas, fue viloada y torturada por extremistas de derechas en los años setenta.
La primera vez que vi Dario Fo fue en 1979, en la Fiesta Nacional del Partido Comunista Italiano, cuando el PCI era todavía muy relevante internacionalmente con Berlinguer y su Eurocomunismo. Era la actuación estelar de una semana de debates y espectáculos, y en la carpa gigante prevista para 3000 personas, más de 5000 estaban amogollonadas. Dario entró solo en la pista con su micrófono y, antes de iniciar, invitó a otras cien personas más a sentarse a su alrededor en la misma pista.
Cuando ya no cabía ni un alfiler más, con gente de todas las partes, hasta pegada a sus pies, empezó su monólogo Misterio Buffo y de repente todo se transformó: Ya no era un actor con su público. Era un profeta parlando a la multitud. Duró 3 horas.
Su anticlericalismo erudito, su humanismo jovial, su consciencia social e histórica, asociados a su capacidad de sacar carcajadas me dejaron asombrado. Yo venía de 6 generaciones de artistas de circo, conocía a los grandes payasos, pero nunca había visto algo similar: Un poder comunicativo extraordinario. Algo único, mágico, irrepetible.
Esto era la izquierda para mí. Un arte popular e inteligente que despierta conciencias y que hace retroceder el oscurantismo.
Después de tres horas, el público quería más todavía. Pedían otros monólogos, citando títulos de otras obras. Y Dario, con la camisa lleno de sudor porque hacía calor, bajó la lona con toda esta gente, aceptó las órdenes de su "Popolo" y continuó. Fue Berlinguer quien le salvó, haciéndose camino entre la gente y pidiendo un aplauso final para el "Bufón".
Conocí la palabra “bufón”, en desuso en los circos, y me sentí totalmente identificado. Durante muchos años yo había intentado salvar el payaso de la decadencia del circo, buscando otras maneras de provocar la risa, y Dario Fo me había mostrado que un camino existía y era muy importante.
Después de esta noche, he encontrado a Dario en diferentes ocasiones a lo largo de mi vida. Me ha visto actuar y me ha dado consejos, creo que le gustaba la idea de mi pasado circense y de mi tradición familial. Me acuerdo de haberle visto unos meses después de su Nobel y tenía miedo de haberse transformado en algo respetable y demasiado protegido:
"Leer esta historia es un regalo envenenado. Ya no molesto a nadie. ¡Soy Premio Nobel!"
Como ya he dicho, la última vez que lo vi fue en Milán en 2012. Estuvimos juntos en una rueda de prensa que presentaba un festival de payasos. Aproveché la ocasión para hacerle una pregunta muy personal: "Dario, para ser un verdadero Bufón,¿ hay que ser totalmente dueño de su propria existencia, es decir, ateo?". Sorprendentemente, este hombre tan lúcido empezó a divagar. Habló de las abejas, de las flores, del milagro de la vida... Le interumpí y volví a hacer la pregunta: "¿Los bufones son ateos? Y otra vez no contestó, hablando del la belleza del sol que se levanta, de la inocencia...
Por tercera vez, paré al Nobel de Literatura y formulé mi pregunta sobre ateísmo. Dario Fo me miró y parecía cansado, no quería responder. Hasta su proverbial sentido del humor estaba ausente.
Hace cuatro años de esto. Que acercándose a la muerte, Fo estuviera haciéndose más místico o que, por la presencia de los periodistas, el bufón listo, "furbo", que siempre fue midiese a conciencia sus palabras para no contrariar a la Izquierda Light de Renzi, será siempre un misterio para mí.
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