Günter Grass, eclipse de tambor
En El milagro hueco, un ensayo famoso escrito en 1959, George Steiner se preguntaba si el idioma alemán, el mismo instrumento fastuoso que había prestado la voz a Goethe y a Schiller, a Nietzsche y a Kafka, podía sobrevivir a la experiencia del nazismo, si no estaría herido de muerte después de la tortura a la que había sido sometido en la factoría de la mentira de Goebbels y en los ladridos estentóreos de Hitler. Como todos los críticos honestos, Steiner se respondía a sí mismo en Una nota acerca de Günter Grass, escrita poco después, donde hablaba del impulso suicida de la prosa del novelista alemán, sus excesos verbales, su imaginación gargantúesca, su empeño apocalíptico en encarar el pasado monstruoso de su país en una ficción que hiciera justicia a sus pecados: "Es como si Grass hubiera cogido el diccionario alemán por el gaznate y hubiera deseado despojarlo de la hipocresía y falsedad de las viejas palabras, limpiarlo con carcajadas y absurdos a fin de hacerlo nuevo". Ese gigant
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En El milagro hueco, un ensayo famoso escrito en 1959, George Steiner se preguntaba si el idioma alemán, el mismo instrumento fastuoso que había prestado la voz a Goethe y a Schiller, a Nietzsche y a Kafka, podía sobrevivir a la experiencia del nazismo, si no estaría herido de muerte después de la tortura a la que había sido sometido en la factoría de la mentira de Goebbels y en los ladridos estentóreos de Hitler.
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Con todo, la hostilidad hacia Grass ya venía de antiguo. En una entrevista televisiva, Sánchez Dragó intentó tirarle de la lengua a Camilo José Cela para que se sumara a sus invectivas contra el hombre que se había sumado a la lista de los premios Nobel un decenio después que él. La memorable respuesta de Cela ("De lobo a lobo no se tira bocao") no sólo ponía en su sitio a los tres, sino que reconocía implícitamente el poderío del escritor alemán. La obra maestra de Grass, El tambor de hojalata, narra la vida de Oscar Matzerath, una Sherezade deforme, un niño que decide dejar de crecer a los tres años y empezar a tocar un pequeño tambor de juguete como protesta contra el mundo adulto.