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En B, de Bárcenas

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El extesorero del PP Luis Bárcenas, a su salida de la sede de la Audiencia Nacional. / EMILIO NARANJO (EFE)

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El 15 de julio de 2013, la declaración de Luis Bárcenas ante el juez Pablo Ruz hizo temblar los cimientos del cine español. El extesorero del PP ponía en evidencia a los guionistas indígenas con un sermón caudaloso en el que sacó a relucir a la vieja guardia del partido, de Javier Arenas a Mayor Oreja, supuestos receptores de sobres con dinero negro que redondeaban al alza sus sueldos oficiales. Bárcenas —cuyo oficio conocido hasta entonces, además de senador, había sido la gerencia y la tesorería— firmaba un texto ágil e incisivo basado en hechos que él calificaba como reales.

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La sala no registra media entrada. Un puñado de curiosos. Una decena de plumillas. Un señor que declara desde hace horas. Detrás de él, pero dentro de la pantalla, las caracolas de Francisco Correa y el cerebro gris de Pablo Crespo, que escuchan pacientemente al fontanero que mantuvo fluidas las tuberías de Génova que conducían de la caja B del PP, objeto de otro juicio. Hoy ha venido a la Audiencia Nacional para negar que recibió comisiones de Correa, el cabecilla de la trama Gürtel, a cambio de favorecer a empresarios con contratos públicos. Durante el barcenato, el declarante se habría quedado presuntamente con el pico de las mordidas, según la Fiscalía, lo que le reportó más de un millón entre 2000 y 2007, al que habría que sumar 300.000 euros del partido.

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Captura de vídeo de la señal facilitada por la Audiencia Nacional de la declaración del extesorero del PP Luis Bárcenas, hoy durante el juicio del caso de corrupción política Gürtel, para quien la Fiscalía pide 42 años y seis meses de cárcel. EFE

B es un filme de David Ilundain que reproduce la comparecencia de Bárcenas ante el juez Ruz. El guion es obra del extesorero del PP, aunque en los créditos figure otra persona. La película estimula la secreción de interjecciones y onomatopeyas entre el público. Es muy buena (siempre y cuando una declaración judicial pueda ser muy buena), aunque no se sabe quién interpreta mejor a Luis Bárcenas, si Pedro Casablanc o el propio Luis Bárcenas. Puede parecer absurdo, pero sucede con frecuencia: mucha gente representa toda su vida el mismo papel, sin que a nadie parezca importarle. Al contrario, uno va al cine a ver una de Woody Allen para ver a Woody Allen, como espera que en la próxima serie Antonio Resines encarne a Antonio Resines, y no a un personaje desconocido.

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Cuesta imaginárselo debajo del fregadero atascado, pero aun así Bárcenas sería el fontanero más impecable del país. Él le recomendó a Rajoy que se pasase por su sastre, que la factura, ya si tal… La sede de la Audiencia en San Fernando de Henares le queda lejos, pero sobre todo corta: la alfombra roja que conduce al búnker es una calle desangelada de un polígono industrial en los estertores de la ciudad; Génova estaba más a mano. Quizás las naves y los solares vacíos que envuelven el juzgado le den un aire de cinéma verité (ya saben, la España real), si bien el decorado de B, que reproducía la sala donde declaró ante Ruz, se antojaba más acogedor. Han cambiado hasta los magistrados, aunque el filme gana enteros porque se rueda en escenarios naturales. La fauna es la habitual: hay un tipo pizpireto que calza un pantalón claro al que llaman el Bigotes; también está Miguel Durán, el de la ONCE, pues resulta que es abogado; igual que Concepción Crespo, quien aprovecha el receso para charlar con su padre, Pablo Crespo, implicado en el caso.

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A Correa se le subió a la cabeza el rollo, cree el acusado, quien deja claro que en 2003 Rajoy se quitó de encima al jefe de la Gürtel después de que un empresario y su yerno le dieran un toque: hacía negocios en nombre del PP, porque “creía que el partido era suyo”. Correa, un botones hecho a sí mismo, luce más la guita que Bárcenas, que para eso se la ha ganado mitin a mitin. El hombre que entretejió la caja B en la contabilidad oficial del PP entre 1990 y 2008 parece, en cambio, que nació trajeado. Puede mentir, pero lo hace con elegancia. O sea, convencido de que todo lo que desborda su boca es una verdad revelada, aunque para ello sea necesario reescribir la historia.

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