ROMA
En una de las portadas de esta semana del Corriere della Sera, como todos los días, se podía ver una viñeta del dibujante Emilio Giannelli, hoy en día un auténtico clásico de la sátira dentro del prestigioso periódico milanés de difusión internacional.
Bajo el título Almuerzo en el Quirinal, la escena retrataba el presidente de la República, Sergio Mattarella, encabezando una comida en el palacio presidencial, en compañía de cinco miembros del actual Gobierno italiano, de corte populista. Entre ellos aparecía el primer ministro, Giuseppe Conte; el viceministro y líder del Movimiento 5 Estrellas, Luigi Di Maio; el viceministro y líder de la Liga, Matteo Salvini; y el ministro de Economía, Giovanni Tria. Los integrantes del Ejecutivo están comiendo juntos, pero en el lado opuesto respecto al jefe del Estado y muy distanciados de él. En un clima tenso, donde los camareros empiezan a servir, Sergio Mattarella, con cierta sorna, anuncia el menú del día: «¡Coles de Bruselas!». El desconcierto inunda la cara de los mandatarios del Gobierno.
Tal como dibuja la mordaz viñeta, hablar de Bruselas en Roma es tan incómodo como hablar de Roma en Bruselas: la Unión Europea e Italia están pasando por el peor momento de su relación. La escalada de divergencias políticas surgió hace un par de semanas, cuando el Ejecutivo transalpino, de corte populista, anunció que llevaría a cabo la subida de su deuda en relación al PIB, de un 2% a un 2,4%. Es mucho más que un simple dato, ya que simboliza un cambio de dirección dentro de la política económica que caracteriza la UE, encaminada al saneamiento de las cuentas y la reducción del déficit. Sus miembros, en los años ’90, lograron firmar los Pactos de Estabilidad y Crecimiento, cuyo objetivo es mantener unas finanzas públicas más liberadas, dejando el déficit público siempre por debajo del 3% del PIB. Teóricamente un 0,4% de aumento de la deuda no tendría que ser peligroso. Pero, con un simple primer gesto, Italia, en cuestión de tiempo, podría convertirte en el país fundador dispuesto a atacar repetidamente los cimientos –por el momento, sólo económicos– de la Unión Europea.
Por eso los mercados han reaccionado negativamente provocando el aumento de la prima de riesgo en los últimos días, superando incluso los 300 puntos básicos respecto a la deuda alemana. Los inversores se han visto agitados no tanto por la existencia de un gobierno populista en Italia, porque de hecho lleva ya varios meses en activo; sino por la imprevisibilidad del mismo ante maniobras económicas como las que apuntan al 2,4% de déficit sobre el PIB. Entre otras cosas, por la propia naturaleza de la medida.
De hecho: ¿Por qué en los últimos años el déficit/PIB no ha preocupado a los mercados, si ha oscilado entre el 2,9% y el 2,3%? Según las interpretaciones de los expertos en materia recogidas por los medios italianos en los últimos tiempos, esto mantiene relación con la intencionalidad política de la maniobra económica. El actual Gobierno italiano está compuesto por dos formaciones políticas a priori desiguales, el Movimiento 5 Estrellas y la Liga. Sin embargo, ambas se ven unidas en el populismo y en el enfrentamiento –más o menos agresivo– contra la Unión Europea en cuanto «chivo expiatorio» de buena parte de los «males» de Italia. Así pues, si el Movimiento 5 Estrellas pretende aprobar la renta básica universal, tendrá que aprobar la tarifa plana de impuestos para las empresas, medida estrella de la Liga de Salvini.
De este modo, Salvini y Di Maio, al igual que sus partidos, se ven unidos en una suerte de simbiosis atípica que, dentro de su naturaleza sui géneris, podría durar los cinco años de legislatura. La cuestión es que tanto la renta básica universal como tarifa plana para las empresas son dos medidas caras para el Estado italiano, incluso por separado. Por eso, hay expertos que apuntan que el aumento del déficit/PIB al 2,4% tiene como objetivo financiar dos reformas casi imposibles de sostener siguiendo los actuales Presupuestos Generales del Estado. De ahí que los mercados se alarmaran provocando un aumento de la prima de riesgo italiana que, en los últimos días, gira en torno a los 300 puntos básicos. Según Salvini y Di Maio, sin embargo, la medida apunta a «invertir» en el «crecimiento» de una economía italiana ralentizada al menos desde hace una década.En este clima, como era de esperar, las agencias de calificación de riesgos como Fitch, que tienen como objetivo analizar la fiabilidad de un deudor, no dan una buena nota a la solvencia económica italiana. Su nota «BBB», se ha visto justificada de esta manera: «Los detalles acerca de los nuevos Presupuestos y su futura aplicación son un elemento clave de la deuda soberana italiana». Desde Fitch se apunta: «Los nuevos objetivos de déficit en Italia comportan riesgos fiscales». Según el analista político Massimo Franco, del Corriere della Sera, esta preocupación no se debe tanto a la renta básica universal, cuanto a la reforma fiscal basada en una tarifa plana para las empresas, tal como promueve e impulsa el «leguista» Matteo Salvini.
El Gobierno italiano no parece preocupado al respecto. En relación a una prima de riesgo descontrolada, el presidente del Gobierno italiano, Giuseppe Conte, asegura que su equipo «conoce bien la economía italiana». Di Maio, se muestra más contundente y populista: «Queremos que nos aprueben los ciudadanos, es bueno si quienes han aprobado a otros ahora nos suspenda». El presidente de la República, Sergio Mattarella, es más cauto, siguiendo su rol institucional: «Es importante mantener un diálogo con la Unión Europea y evitar choques que no ayudan». Bien es cierto que tanto el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, en cierta manera, apuntan a que sus homólogos europeos ganen las próximas elecciones europeas para desgastar a los «establishment» continentales, lo cual explicaría la política agresiva con todo lo que tiene que ver con la UE. Pero un continuo enfrentamiento de Salvini y Di Maio contra quienes no apoyan sus reformas en Italia y en Europa podría aislar a largo plazo al Gobierno transalpino del conjunto de la UE.
Las asperezas entre Roma y Bruselas empezaron, de forma oficiosa, en verano de 2011, momento en el que Berlusconi recibe de forma confidencial una carta firmada tanto por el que fuera en ese momento presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet; como por su sucesor, el actual jefe de la institución, el italiano Mario Draghi. El Gobierno de Silvio Berlusconi, que ya había realizado importantes recortes en 2010, según Frankfurt no había hecho lo suficiente. Por eso, en el documento reservado, se hace mención a la necesidad de intervenir en las pensiones, en la administración pública, en el gasto público y en una reforma constitucional que endureciera la contabilidad pública. El objetivo último de estas reformas era aumentar la credibilidad económica de Italia, porque de encontrar dificultad, el rescate de Italia habría sido un verdadero problema.
Todo ello, mientras la prima de riesgo subía hasta alcanzar los 390 puntos básicos a principios de agosto, cuando se envió la carta. Cuando en noviembre el diferencial con el bono alemán alcanzó los 574 puntos básicos, Berlusconi se vio obligado a dimitir dejando sitio al tecnócrata Mario Monti, que durante algo más de un año simbolizará la gran era de los recortes en el país. Tras las elecciones de 2013, la última legislatura se ha visto marcada por el protagonismo de Matteo Renzi dentro del centro-izquierda defendido por el Partido Democrático (PD), pero su personalismo –que no impidió ver la fragilidad de algunos bancos italianos que estuvieron coqueteando con un posible rescate– no ha permitido una continuidad gubernamental en el país, ya que se vieron tres Gobiernos en una misma legislatura. Indirectamente la tibieza política del «establishment» italiano frente a la crisis económica ha implicado, indirectamente, el hundimiento definitivo de los partidos tradicionales y el auge de las formaciones populistas.
La crisis económica de 2008, diez años después, sigue desatando consecuencias en los países europeos y sus poblaciones. Los Estados nacionales, 20 años después de la caída del Muro de Berlín y del bloque comunista, no han sabido reaccionar con contundencia a la crisis. En líneas generales, los países miembros de la UE no han conseguido una protección social íntegra que pudiera frenar un descontento económico y social inevitable. La política de la austeridad no ha permitido que las poblaciones europeas pudieran disfrutar de esas mejorías que los partidos tradicionales prometían sobre el papel.
Lo cual también ha ocurrido en Italia. El Movimiento 5 Estrellas de Luigi Di Maio y la Liga de Matteo Salvini ganaron las últimas elecciones generales prometiendo precisamente a los italianos una nueva política que pudiera desplazar al «establishment» italiano que llevaba 25 años en el poder y que no había resuelto la crisis, no obstante Berlusconi, Monti, Letta, Renzi y Gentiloni. Lo han conseguido, eso sí, uniéndose. Hoy, según las encuestas, ambos partidos populistas lograrían ante unas nuevas elecciones cerca del 30% de los apoyos respectivamente.
Mientras tanto, el Gobierno italiano aprovecha, según la ocasión, para retratar a la UE como una suerte de «enemigo», destinada por naturaleza a «entorpecer» la recuperación del país transalpino, de ahí que Salvini apele regularmente a su eslogan electoral «Primero los italianos» inspirado en el «America First» de Donald Trump. Para Bruselas, sin embargo, el país itálico, como un alumno aplicado que ha pasado a ser rebelde sin remedio, ha pasado a ser una piedra en el zapato, símbolo de su impotencia para mantenerse en la teoría y en la práctica, el mejor camino para ofrecer un futuro al Viejo Continente en plena era global. El pulso mutuo destinado a demostrar quién tiene mayor voz propia está desgastando la sexagenaria relación entre Roma y Bruselas, en un contexto en el que, históricamente, ambos siempre han presumido de que Italia fuera una de las fundadoras de la única organización supranacional del mundo.
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