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¿Qué pasa en la cabeza de un maltratador?

Solo sabe establecer relaciones de poder, donde no hay cabida para la igualdad. Su personalidad es egocéntrica, envidiosa, carente de empatía, emocionalmente inestable.

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Mural que recuerda a las mujeres asesinadas por violencia machista en los últimos años. Imagen de Archivo. — Isabel Infantes / Europa Press

Madrid, Actualizado:

"Cuando por fin decidí dejarlo, me dijo que si me iba no quería saber nada de su hija de meses, porque él sabía que eso era lo que más me iba a doler. Yo me organicé para ser independiente económicamente. Pero encontró otra forma de hacerme daño: atacar mi imagen, inventar mentiras sobre mí y difundirlas a todo mi entorno", cuenta Salvadora. "Podíamos haber sido felices juntos, yo lo quería. Lo único que le pedía era un trato digno, una relación de igualdad".

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Precisamente, ahí está el problema. El agresor solo está dispuesto a establecer relaciones de poder, donde no hay cabida para la igualdad ni la reciprocidad. Para él, "tener una pareja consiste en doblegar al otro para asegurarse una posición de dominio", dice a Público el psiquiatra Luis de Rivera, autor del libro Maltrato psicológico.

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Para ejercer ese dominio, recurre a unas herramientas muy concretas que siempre se repiten. "Son mecanismos automáticos de defensa para autoengañarse, para no reconocer la responsabilidad de sus actos, para defenderse a sí mismos", explica la psicóloga Luisa Nieto Corominas, psicóloga formadora en la Mancomunidad de Servicios Sociales THAM, que trabajó durante seis años en la fundación Aspacia para prevención de la violencia de género.

La cosificación es una de ellas. Para el que abusa, su pareja no es más que un objeto de su propiedad, sin necesidades, deseos o elecciones propias. Por eso, sus sentimientos no importan y todo vale a la hora de subyugarla.

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Pero todo esto no ocurre de golpe, claro. Es un proceso que lleva meses o años. Si no, la rana saltaría de inmediato de la cazuela hirviendo. Al principio, el violento nos atrapa con sus grandes dotes de seducción: parte de su encanto es que sabe encandilar mejor que nadie.

Estrategias de acoso y derribo

Una de sus armas de destrucción es la minimización: quitar importancia al daño que ha hecho, que ve como un hecho aislado, algo normal. "No es para tanto", dice, argumentando que la víctima exagera, que "se queja de vicio".

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Luis de Rivera: "El maltratador ideal es un perfecto chantajista emocional y un gran manipulador"

También son expertos en desviar el problema para que la responsabilidad nunca sea suya, con lo que es imposible arreglarlo. Es lo que los psicólogos llaman "proyección", que hace que la razón de su actitud violenta recaiga siempre en la otra persona, que "lo saca de quicio", "lo provoca", "es una histérica"... De igual manera, para todo lo que hace encuentra justificación. Es el as de las excusas y las explicaciones.

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Porque resulta que "el maltratador ideal es un perfecto chantajista emocional y un gran manipulador, capaz convencer a todo el mundo, víctima incluida, de que es ella la que está equivocada, la que tiene la culpa", explica de Rivera.

Otro recurso habitual es la negación: no recuerda haber dicho o hecho ciertas cosas. O lo niega directamente, hasta el punto de acusar a la víctima de mentirosa. Sin embargo, cada vez que la otra persona quiere dialogar, aclarar las cosas o explicar lo que siente, el agresor se las arregla para no estar disponible para esa conversación civilizada. O está cansado, o salta por un detalle en el minuto uno, o está muy ocupado.

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Poco se puede hacer para sortear ese obstáculo, más cuando esgrime la estrategia de deseabilidad social: de cara al público, se las ingenia para resultar encantador, simpático, generoso, divertido... Es un truco para lograr alianzas y para que, si la víctima le habla a alguien de lo que ocurre de puertas para dentro, quede como una chiflada.

Psicópatas narcisistas

¿Pero qué puede pasar por la cabeza de una persona para dañar así a alguien con quien comparte una relación supuestamente amorosa? Hay varias teorías. La psiquiatra Marie France Hirigoyen, pionera en estudiar este tema y autora del libro Acoso moral, define al agresor como "perverso narcisista", un individuo egocéntrico, obsesionado por el poder, seguro de su superioridad, envidioso, emocionalmente inestable, carente de empatía, experto en utilizar al otro en sus relaciones personales.

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Este perfil encaja con el modelo del psicópata integrado en la sociedad propuesto por el psicólogo experto en mobbing Iñaki Piñuel. Su personalidad nociva no llega al punto de poder clasificarse como trastorno mental, incluso, puede pasar desapercibido porque se caracteriza por una gran habilidad para el camuflaje.

Por otra parte, posee rasgos paranoides "que le permiten convencerse de la razón y justicia de su actividad destructiva", tal y como apunta Rivera. Este psiquiatra habla de "trastorno por mediocridad inoperante activa", una combinación de ineptitud, envidia y necesidad de control, para explicar qué mueve al agresor a actuar así.

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Es esa necesidad de "demostrar quién manda", aderezada con muy poca tolerancia a la frustración, lo que mueve al abusador a aplastar al otro hasta "ponerlo en su sitio". En la violencia de género, el hombre parte de la base de que es superior a la mujer y, si ella hace cualquier amago de desbaratar esta teoría (porque tiene éxito en el trabajo, porque no obedece sus órdenes, porque sale con sus amigas, porque no tiene la cena lista a la hora adecuada, etc), él debe "bajarle los humos", recordarle "cuál es su lugar".

Conductas aprendidas

Para la socióloga Marta Monllor, profesora en la Universidad de Alicante y agente de Igualdad en el ayuntamiento de Ibi, no es tanto una cuestión de personalidad psicopática –prácticamente imposible de tratar o "curar"–, sino de educación y patrones aprendidos en el seno familiar.

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Le preguntamos a Nieto, que trabajó durante años como directora técnica en la fundación Aspacia (donde se especializan en enseñar a los agresores a "desaprender" esas conductas machistas dictatoriales), si funciona la rehabilitación. En las terapias grupales con hombres que han ejercido maltrato, que suelen durar un año, "se suele observar una evolución desde el inicio hasta el día en que se van. Al menos, se logra que tomen conciencia de la situación, que se planteen lo equivocado de sus creencias. Eso ya es un gran paso", señala.

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