El delito de ser madre soltera en Marruecos
La primera patada del bebé de Najia
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TÁNGER-MÁLAGA.- “Serán castigadas con una pena de cárcel de entre un mes y un año las personas de sexo opuesto que, no habiendo contraído matrimonio, mantengan relaciones sexuales entre ellas”. Artículo 490 del Código Penal de Marruecos .
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Se estigmatiza a las madres solteras y a sus hijos, a quienes se marcan como bastardos. Sólo pueden darles su apellido con el consentimiento de su padre o un hermano. No tienen derecho a reclamar una pensión alimenticia al padre biológico. El Código Penal castiga las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Las condenas judiciales no se formalizan, pero amenazan el futuro de sus afectadas. Por eso se convierten en mujeres relegadas a la nada. El Estado las abandona. La sociedad las repele. Y la familia borra sus nombres.
La primera patada del bebé de Najia
Siete meses viviendo en la calle, con toda su dureza. Sin recursos. Repudiada por su familia. Señalada por la sociedad. Y embarazada. Aquellos siete meses, Najia Es-shymy sentía su alma vendida; y su corazón, en tierra de nadie. Todo cambió cuando una mujer se acercó a ella y la rescató. Su tabla de salvación fue la asociación 100% Mamás, que asiste en Marruecos a las madres solteras. Pero también hubo otra tabla de salvación interior. “Después de tanta tristeza, el mayor momento de alegría y empuje que tuve fue la primera patada del bebé. Fue como si mi corazón diera un vuelco. Todos los momentos malos se me olvidan cuando veo a mi hija en este momento”, comenta Najia.
Para decir esas palabras, ha tenido que afrontar muchos retos. Conoce los suyos propios y los contados por otras afectadas. “No es fácil que una madre soltera encuentre trabajo. Cuando lo consigue, suele ser de baja cualificación y el empresario se aprovecha de esa situación con una mayor explotación horaria, porque sabe que ella va a aceptar. Luego, también puede darse una explotación sexual. Esos empresarios saben que se les va a dar lo que ellos pidan. E incluso muchas mujeres no se lo plantean, porque el hecho de darles trabajo lo consideran un favor muy grande”, narra Najia. “Ya me da igual que piensen mal de mí. Sólo pido que nos dejen tranquilas y, sobre todo, que nos dejen ser madres”.
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Cuando aparecen la minusvalía o la violación
Clarie Trichot, la presidenta de la asociación 100% Mamás, da voz a otras afectadas. Aquellas que no pudieron incorporar la suya propia. Clarie trabajaba desde el año 2006 con niños abandonados y crearon un sitio de protección para que las mujeres decidiesen ser madres o no, o bien darlos en adopción. Desde entonces, las futuras madres que llegan viven de unos tres a seis meses en ese centro, mientras les desarrollan un itinerario de formación e inserción laboral para construir su nueva vida como madre soltera. Hablar con Clarie es desmenuzar las páginas de un libro cargado de historias reales, donde los pequeños y sus risas son la esperanza final.
Después de días y días, la asociación convenció al padre de Fátima. Vino desde el pueblo, con un bastón de madera que Clarie recuerda perfectamente. Serio y callado, le explicaron la situación. Le recordaron la minusvalía de su hija. Le anunciaron que había una nieta. Después se hizo el silencio hasta que el padre asintió. Con su bebé en brazos, la madre bajó escalón por escalón hasta el salón donde estaba su padre. Aquella persona a la que no había visto en diez meses y de la que salió huyendo. Esa pausa se hizo eterna. Las miradas y recuerdos hicieron el resto. Los dos terminaron llorando con desgarro. El padre, descolocado, necesitaba pensar una noche. A la mañana siguiente, comunicó que su hija podría volver a casa, pero no la nieta.
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La pobreza que bloquea
“Lo que no nos mata, nos hace más fuerte. Ser mamá nos hace más fuertes”, defiende Hafida Merzak, otra de las voces del documental. Para ella, no basta con mirar sólo a estas mamás, sino también tratar la causa. Cuando Hafida supo que estaba embarazada, su cabeza sólo daba vueltas en busca de una excusa creíble para contar a sus padres. “Me inventé que la empresa donde trabajaba se había mudado a Tánger y que me tenía que ir allí”, desvela. La primera vez que intentó abortar, el médico le pidió cerca de dos mil euros y no tenía el dinero. También le advirtieron de las peligrosas consecuencias del aborto para su salud. La segunda vez se tomó todas las hierbas del mundo para provocar el aborto. Tampoco funcionó. Intentó una tercera vez en el médico, pero la pobreza le cerró esa salida.
No tiene ningún recuerdo bonito de su embarazo. Ni uno sólo. Su ánimo se esforzaba por no sentir para sobrevivir. Sin sentimiento, sin cariño, sin afecto… se distanciaba del futuro bebé. “Pero cuando me daba una patada, me devolvía la realidad y me sentía peor. No tuve alegrías”, confiesa. Cuando el niño llegó al mundo, tampoco lo quería. Quería iniciar la adopción. Ya en la asociación, otras mujeres y madres solteras la arroparon. Le hicieron ver la vida con otros ojos. Empezaron a marcarle el camino a su futuro.