berlin
En las escuelas alemanas enseñan los eventos del Holocausto desde una edad muy temprana. Hannah, la hija de mi mejor amiga, tiene ahora ocho años, es vegetariana y está indignada con el tema del calentamiento global. El otro día me habló con pasión de que pronto los Polos iban a desaparecer. Und die Eisbären? ¿Y los osos polares? Ahí le di un giro a la conversación, argumentando que mi alemán es pésimo, al tiempo que le ofrecía helado de chocolate. Desde ese día, no dejo de pensar en cuál será su reacción cuando en un par de años comience con la materia de Historia y descubra lo que sucedió en Berlín, su lugar de nacimiento, y lo que hicieron sus compatriotas hace menos de cien años.
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El otro día vimos Ferdinand, el toro que amaba las flores y que no quería pelear. Hannah me hizo parar la película cuando el torero saca la espada para matar a Ferdinand. Entonces, también le tuve que explicar que no todos los españoles somos imbéciles, y que la mayoría odiamos las corridas de toros. Lo que no conseguí explicarle es por qué continuamos permitiendo la tortura de estos animales. A veces creo que el mundo debería estar regido por niños. Su sensibilidad y su lógica son insobornables.
El sistema escolar alemán, como otros, no es perfecto. Pero una de sus premisas más venerables es que están dedicados a mantener viva la memoria del Holocausto. A pesar del horror que eso supone para los nuevos estudiantes, la historia no se reescribe, ni se ignora, como a la derecha le gustaría hacer en España o como sucede en Estados Unidos, donde en lugares como Florida está prohibido hablar del calentamiento global o mostrar libros demasiados realistas sobre el Holocausto o la esclavitud.
El absurdo de instar sus jóvenes a recordar siempre que un genocidio no puede volver a suceder, es este presente en el que el Bundestag censura y reprime las manifestaciones que denuncian la matanza de palestinos. El Gobierno alemán está dando una lección de historia hipócrita y tristísima. E n su afán por respetar al pueblo judío confunde el apoyo al Gobierno fascista de Netanyahu, con su repudio de los campos de concentración nazis. Nunca vi a una administración tan embrollada.
Desalojo
Hace unas semanas, en el desalojo del campamento que los activistas contra el genocidio de palestinos montaron en la explanada que se extiende frente al Reichstag, la policía berlinesa prohibió hablar en otro idioma que no fuera alemán o inglés. Su lógica era que tenían que entender lo que decían los manifestantes para saber si podían arrestarlos por antisemitismo. El disparate se agrandó cuando los miembros de una asociación irlandesa hablaron en gaélico.
Desde que el gobierno de Olaf Scholz decidiera continuar vendiendo armas a Israel y apostar por la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), la policía tiene manga ancha para dar golpes y arrestar, prácticamente, a su antojo. Algo garantizado en cualquier democracia, como hacer una crítica al Gobierno de Israel, puede ser considerado antisemitismo: es decir, un delito. Cualquiera que apoya a Palestina es considerado terrorista.
Hace un mes, el banco estatal Sparkasse, a petición de la policía, congeló la cuenta de la asociación Jewish Voice for Peace, demandando una lista de nombres y direcciones de todos sus miembros. Algo así de aterrador se hacía durante el nazismo. En las últimas semanas varias asociaciones queer berlinesas, Oyoun, Phantalasia y Alia, que apoyan al pueblo palestino, fueron clausuradas o vieron sus subvenciones canceladas.
Por su parte, los medios de comunicación alemanes, a excepción del Neues Deutchland (ND, antiguo órgano oficial de la DDR, le siguen el juego al Gobierno. El brutal desalojo de los estudiantes que protestaban en la Freie Universitat (FU, irónicamente, la Universidad Libre) hace unos días, fue una muestra de la carte blanche de la policía. Por una parte, a los estudiantes se les enseña desde pequeñitos que hacer genocidios está mal, pero cuando crecen les echan encima a los gigantes brutos de la Polizei por querer evitar uno.
Fascismo
Gracias al fascismo del Gobierno de Israel, Alemania está sufriendo una regresión drástica de las libertades civiles de sus ciudadanos. Berlín, y más concretamente el barrio de Neukölln, es el hogar de millares de palestinos quienes, como los judíos alemanes, también tuvieron su genocidio. Por supuesto, la Nakba (la masiva eliminación étnica de palestinos realizada por Israel en 1948) no se estudia en las escuelas alemanas. Es más, cuando se trata de hablar sobre la posición del Gobierno teutón, el argumento de los ciudadanos alemanes es siempre "que es un tema complicado". Cuando lo cierto es que defender la matanza que está llevado a cabo Israel es el más fácil.
Lo que sería realmente complicado es sentarse a hablar y dejar de matar. Es posible que en unas cuantas generaciones, el lodazal en el que se metió el gobierno alemán al defender un genocidio (al que la Administración continúa sin llamar por su nombre) forme parte del programa de estudios de las escuelas germanas. Parece que nunca acaban de aprender que Völkermord, igual que la palabra genocidio y genocide, está compuesta de Völker (gente) y mord (asesinato).
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