a coruña
El viejo mundo de las dos guerras mundiales parecía venirse abajo en los sesenta. Una onda de rebeldía contra el racismo, la represión y el militarismo se erguía en los Estados Unidos para luego contagiar Europa y el mundo. Años de esperanza, agitación y sueños que las atrocidades de la guerra del Vietnam y los asesinatos de líderes políticos y activistas por los derechos civiles convertirían en pesadilla. La nunca aclarada muerte del presidente John F. Kennedy desata siempre una ola de nostalgia y redescubrimiento de un tiempo en que todo estaba cambiando. Aquel afán por transformar América en las esferas del poder político, el pionero movimiento antibelicista y la emergente contracultura del rock escondían un insospechado protagonismo gallego.
Esta es la sorprendente historia de cuatro gallegos emigrantes y descendientes de emigrantes que jugaron en el universo norteamericano un papel tan relevante como desconocido. Estuvieron en el epicentro de aquellos convulsos años 60.
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Anthony Bouza, ex escolta de los presidentes Kennedy y Lyndon Johnson que inspiró la serie Hill Street Blues
Kennedy, el mito imperecedero para siempre jamás asociado a los sueños de transformación de una década truncada por una bala. No todo el mundo piensa así. El ferrolano Anthony Bouza, por ejemplo. Leyenda policial viva en los Estados Unidos, tuvo a su cargo a protección de John Kennedy. Y después la de su sucesor en la Casa Blanca, Lyndon Johnson.
A sus 86 años, Bouza, que llego a pasar hasta diecisiete horas sucesivas con Kennedy en sus andanzas sexuales por la Gran Manzana, lo ve como un gigante con pies de barro. "Era un hombre fascinante, pero un mal presidente. Hablaba de hacer grandes cosas, como aprobar los derechos de los negros, pero no tuvo la determinación para hacerlas. Johnson, que era mucho más tozudo, pero mejor político, fue quien dio el paso de convertirlas en las leyes que cambiaron América", sentencia. "Y lo peor de todo, los metió en la guerra de Vietnam, que condenó a la perdición toda una generación americana de los 60".
Anthony Bouza era el arquetipo del sueño americano. Nacido en O Seixo en 1928 y emigrado a Nueva York a los 9 años, se convertiría en los 60 en uno de los agentes más prometedores del servicio secreto de la policía de la ciudad, lo que le llevó a ser escolta de Kennedy. "América era mi tierra prometida y cría en su ideal. Veía injusticias, pero también formaba parte de un tiempo que prometía un mundo mejor".
En esos años, Kennedy encarnaba esa ilusión. Pero Bouza fue de los primeros en saber de las flaquezas del mito. "Sus nunca bien investigadas relaciones con la mafia, por ejemplo. En esos años compartía amante con el capo de Chicago, Sam Giancana, y eso le sirvió al nefasto Hoover para chantajear a Kennedy y evitar que su hermano Robert, mucho más avanzado y respetable que John, lo apartara de el FBI. Yo ya había topado con Hoover, que no me permitió seguir adelante con la investigación del secuestro en Nueva York y posterior asesinato en la República Dominicana del exiliado republicano vasco Galíndez a cargo de Trujillo, tal y como cuenta Vargas Llosa en La fiesta del chivo. Llevo aún esa espina clavada".
"Ah, la noche que John Kennedy murió", reza una canción de Lou Reed. Uno de los mayores misterios del siglo XX. "Vimos apenas la punta del iceberg. Solo nos contaron la octava parte de la verdad". ¿A dónde nos conduce esa verdad ocultada? "En esa época de la Guerra Fría no se podía dar un paso en los Estados Unidos o en Rusia sin que los servicios secretos lo supieran. No obstante, no hay un solo dato oficial registrado sobre la vida y los contactos de Lee Harvey Oswald en Rusia y Cuba. Existía una extraña asociación llamada Juego Limpio para Cuba, el tipo de organización perfecta para ser manipulada por todo tipo de servicios de inteligencia, con la que colaboró Oswald y que desapareció el mismo día en el que asesinaron a JFK. En esas lagunas se esconde la verdad".
En esa época, se encargó también de la seguridad de históricos estadistas que visitaron Nueva York: "Yo estaba en la habitación cuando Kruschev se encontró con Sukarno". Protegió también a Tito, a De Gaulle y a Fidel Castro, que fue quien mayor impresión le causó y con quien mantuvo una relación de amistad. "Me fascinó más que el Ché, que me pareció muy retraído".
Anthony Tucho Bouza es conocido aún como el emperador del Bronx. En los suburbios de Nueva York y en Hollywood. El alcalde neoyorquino le encargó la finales de los 60 pacificar las calles más broncas, cantadas por el poeta Allen Ginsberg en unos versos memorables: "Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, / arrastrándose a través de las calles de los negros en el amanecer deseando un furioso chute". Y limpiarlas de corrupción policial. La titánica tarea fue llevada al cine en Distrito Apache, interpretada por Paul Newman, y daría pie a la primera serie que cambió el vulgar lenguaje de las series de televisión: Hill Street Blues. Allan y Susan Raymond, padres del documentalismo moderno, pretendían en aquellos años hacer algo utópico: meter las cámaras con total realismo en las comisarías de los suburbios. Se lo propusieron al alcalde de Nueva York, que los despachó por locos. Entonces acudieron a Bouza, implorando su influencia, para rodar en otra ciudad más tranquila. "¿Por qué en otra ciudad?", les preguntó. "Porque el alcalde se opone", le respondieron. "Pero en el Bronx yo son el emperador", concluyó Bouza. El documental de los Raymond, The Police Tapes, ganó el Oscar. "El productor Steve Bochko se inspiró en la cinta para crear Hill Street Blues, que logró un éxito extraordinario".
El carácter de Bouza ("No logró mantener la boca cerrada") acabó por indisponerlo con las autoridades políticas de Nueva York. Unas declaraciones suyas sobre los manejos político de la policía publicadas en el New York Times fueron el detonante. Fue jefe de la Policía de Minneapolis, con una dotación de mil agentes; presidente del Centro para la Prevención de las Armas de fuego en Washington ("Los adversarios de la Asociación del Rifle de Charlton Heston") y perdió las elecciones a gobernador de Minnesota por llevar en el primer punto de su programa la prohibición de las armas. A pesar de eso, Bouza se convertiría en el principal perseguidor de abusos policiales en los Estados Unidos, y en 2002 ganó una legendaria demanda al FBI (fue su tardía venganza contra Hoover), que tuvo que indemnizar con cinco millones de dólares a unos ecologistas acusados de terrorismo con pruebas falsas.
"Mi padre era un fogonero de buques que se hundió en el Atlántico en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando yo tenía poco más de quince años. Vivía en el mar. Creo que no disfruté de él ni 40 horas en toda mi vida. Mi madre se dejó los ojos cosiendo para sacar la familia adelante. Mi generación tuvo sueños y decepciones. Lo que pudo ser y no fue. Pero cuando perdí las elecciones a gobernador y tuve que explicar mis sentimientos en la televisión, dije esto: qué país éste, en el que un pobre inmigrante puede vivir estas cosas".
Joe Casal, portavoz de los veteranos de la guerra de Vietnam en la ONU y asesor de Ted Kennedy y Oliver Stone
El pintor Antón Patiño me contó hace años a imborrable impresión de su primera recalada en Nueva York. Nada más traspasar la puerta del abarrotado YMCA en el que se alojaba, lo recibió un pasillo inmundo en el que un veterano de Vietnam jugaba al golf con su ojo de cristal mientras en alguna habitación atronaba Who'll stop the rain, la canción más escuchada en la jungla por los soldados americanos bajo el interminable monzón.
El horror de la guerra. ¿Quién no recuerda a Brando en Apocalypse now? Yo percibí la realidad del horror cuando a Joe Casal, tras casi tres horas de conversación telefónica, se le quebró la voz. "Yo sentí latir en mi mano el corazón de un vietcong. Un compañero mío acababa de arrancárselo del pecho al guerrillero. Y nos fotografiamos con él, como si fuera un recuerdo. Ese soldado murió reventado a unos metros de mí poco después. Yo mismo aparezco en una foto sosteniendo la mitad del cuerpo de un vietcong desguazado con una ametralladora pesada". Ocurrió en la batalla de La Drang, en la que 395 americanos resistieron el embate de 4.000 norvietnamitas tres días y dos noches. La fiereza de este combate está retratada en el filme We were soldiers por Mel Gibson, que invitó a Casal al estreno en 2003.
"Nos dijeron que estábamos allí para proteger a los civiles, pero los niños se te acercaban con granadas escondidas y volabas con ellos. Matábamos mujeres, niños y ancianos antes de que llegaran a nuestro lado. Sin saber si eran inocentes. El odio y el miedo eran tales que llegabas a un punto sin retorno", confiesa. "Se habla del horror a la ligera, sin sospechar la que extremos puede llegar… Recuerdo un combate, después de una emboscada, acabábamos de matar a un montón de gente y alguien, en broma, agarró un trozo del lomo de uno de los fallecidos, por encima del brazo. Prendemos una hoguera y nos pusimos a asar hamburguesas que nos mandaban en grandes latas. Alguien mezcló con las hamburguesas un trozo picado del vietcong. Y se lo dieron a comer a un novato, hasta que tropezó con un trozo de carne con pelo y se enteró del que había comido. Todos rieron, era una broma que se hacía a todas horas. Al recordarlo, te estremeces, ¿cómo puede uno llegar a eso? Yo solo tenía 20 años cuando me enviaron a esa maldita guerra. Allí dejé enterrada una parte de mi humanidad que nadie me devolverá nunca".
Joe Casal nació en Sada en 1947 y emigró con sus padres, republicanos, a Nueva York, pasando antes por Argentina. Se establecieron en Long Island, donde aún vive Joe, que cursaba clases nocturnas de ingeniería cuando empezó el reclutamiento masivo para Vietnam. Los Casal ignoraban que una nueva ley obligaba a los estudiantes de cursos nocturnos a incorporarse al servicio militar a los seis meses. "Me llamaron en 1966 y me dieron a elegir entre incorporarme al servicio obligatorio o ir voluntario, con lo que tenía la opción de elegir cuerpo y llegar más preparado. Me llevaron unos meses a Kansas y acabé en Saigón como experto en claves cifradas. Al llegar, me enteré de que mataban un casi a diario porque el vietcong pagaba una recompensa por cada uno de nosotros que abatía. O lo capturaban, para torturarle. Allí conocí a otro oficial de comunicación que también era gallego, un tal Fernando, de Pontevedra. Le conocí solo por radio. Cuando hablábamos entre nosotros a voz en grito y me pedía ayuda aérea o artillera para una unidad en combate, lo hacíamos en gallego, para que no nos entendiera el vietcong que estaba a la escucha".
Casal vivió un infierno en Vietnam. Cayó herido en una emboscada y notificaron su muerte por error a sus padres. "Mi madre tardó años en aceptarme, porque creía que era un impostor". Lo peor fue el regreso, medio inválido y despreciado en su propio país, que se avergonzaba de los soldados que había perdido en la guerra. "Compartí hospital con Ron Kovic, el soldado en silla de ruedas que encabezó el movimiento de los veteranos de guerra e inspiró la película Born on the fourth of july de Oliver Stone". Stone, que estuvo como soldado en Vietnam a las órdenes de Casal, lo tendría como asesor en el rodaje de Platoon. "Esa película es lo que más se acerca a lo que pasó de verdad en Vietnam". En una convención celebrada en 1970 en Nueva York, en la que estaban representados 800.000 veteranos, eligieron a Casal como su interlocutor en la Conferencia de las Naciones Unidas. "En esos años trabajé con varios senadores, entre ellos Ted Kennedy, hasta que la salud me lo impidió. La metralla en el cuello me dejó casi un año paralítico en 1983, y el agente naranja que echaban en la jungla me produjo cáncer de esófago, del que ya me operaron dos veces. Pero logré volver a andar. Lo peor es el alma. Eso no se cura. Llevo años a tratamiento psiquiátrico y aún despierto aullando algunas noches. Entonces tardo más de una hora en darme cuenta de que ya no estoy en la guerra".
Se hace el silencio al otro lado del teléfono. "Espero saber contar con respeto una vida tan extraordinaria", le digo a modo de despedida. "Ojalá no la hubiera vivido", me responde.
Richard Fariña, padrino de Dylan, y Jerry García, patriarca de la psicodelia
"De no haber muerto tan enseguida, se lo habría puesto difícil a Dylan", dijo Joan Baez del poeta y cantante folk neoyorquino de origen gallego Richard Fariña, el malogrado artista que dio al autor de Like a rolling stone, con quien mantuvo una gran amistad, la oportunidad de tocar por primera vez en 1961 en el mítico The Troubadour en el Greenwich Village, donde Fariña era ya un valor sólido del movimiento contracultural que sacudía los Estados Unidos.
Hijo de padre gallego emigrado a Cuba y madre irlandesa, Fariña nació en Brooklyn en 1937 y tuvo una corta (murió a los 29 años en un accidente de moto) pero azarosa vida. A los 18 coqueteó con el IRA, lo que le valió una orden de expulsión temporal del país, y en 1959 asistió a la entrada de los revolucionarios de Fidel Castro en La Habana. Descrito en varias biografías como un rompecorazones, estuvo casado con dos grandes cantantes de folk. Primero con Carolyn Hester y después con Mimi Baez, con quien formó un dúo musical que actuó a la vez que Joan, la hermana de ella, en el histórico Festival de Newport que encumbraría a Dylan en 1964.
La primera esposa de Richard Fariña, Carolyn Hester, grababa en 1961 su tercer álbum en los estudios Columbia y había contratado para tocar la armónica en un par de temas a un desconocido Dylan. La amistad que surgió entre ambos poetas y músicos es uno de los temas centrales de Positively 4th Street, el respetado libro de David Hadju sobre Dylan. Fariña se divorciaría de Hester en 1962, tras conocer en París a una Mimi Baez de apenas 17 años, con la que se casaría en la primavera de 1963. Ambos formaron un célebre dúo apadrinado por Joan Baez, cuya primera grabación (Celebrations for a Grey Day, una composición que había cantado ya Dylan en varios conciertos) fue elegida por el New York Times como uno de los diez mejores discos del año 1965. Su prematura muerte en un accidente en 1966 cortó su prometedora carrera musical casi en su inicio, pero aun así algunos de sus temas como Pack up your sorrows o Birmingham sunday permanecieron en el recuerdo tras ser grabados nuevamente por Joan Baez, que dedicó a Fariña su canción Sweet sir Galahad, y Birmingham Sunday volvió a las listas de éxitos al convertirse en la banda sonora de la película 4 little girls, dirigida por Spike Lee, sobre la matanza racista en una iglesia de Alabama en 1963.
Fariña murió en abril de 1966 en un accidente de motocicleta en Carmel, California, a dos días de la publicación de su libro Hundido hasta el cielo, reeditado en 2008 con un prefacio de Thomas Pynchon, su amigo en aquellos años y uno de los novelistas americanos más celebrados en la actualidad, con Roth y McCarthy. Pynchon dedicó a Fariña su obra más emblemática, El arco iris de la gravedad.
En una entrevista a Sing out!, el órgano oficial del movimiento folk estadounidense en los 60, Richard Fariña decía que estaba predestinado a ser un bardo por sus raíces célticas, irlandesas por parte de madre y gallegas por parte de padre. Dylan seguramente oyó hablar de Galicia en aquellos iniciáticos años de la contracultura no solo por boca de Fariña. En aquellos escenarios tuvo a su lado a menudo a Jerry García, líder de The Grateful Dead, con quien grabaría el disco Dylan & The Dead durante una gira por los Estados Unidos.
Jerome John Jerry García, uno de los principales animadores de los mastodónticos festivales que abrieron el rock al fenómeno de masas, como Woodstock o Monterrey, fue el abanderado del movimiento que convirtió San Francisco en la capital mundial de la psicodelia. Rolling Stone le otorgó el puesto 15 en la lista de los mejores guitarristas de la historia del rock. Su álbum American Beauty (1970) encierra las claves y la iconografía de la película homónima de Sam Mendes, ganadora de cinco Oscar, que rebusca el espíritu de América en los olvidados valores de los 60.
Casi un miembro más de legendarias bandas como Jefferson Airplane o Crosby, Stills, Nash & Young, el fundador de los Dead era nieto de un coruñés. Manuel Papuella García no quiso seguir la tradición de su familia, propietaria de un negocio de transporte, y embarcó como marinero en un barco que lo dejó en San Francisco. La pasión por la libertad de su ancestro gallego marcó el ADN de Jerry García, que dejó este mundo hace casi veintiséis años sin traicionar la máxima compartida con su colega Neil Young: "Es mejor quemarse que oxidarse". Cuenta el escritor Blair Jackson, autor de García, an american life, que Jerry tomó el nombre de Grateful Dead de una leyenda oral que habla de un hombre que encuentra una banda de muertos en un camino. ¿No les suena de algo?
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