Manuel Gallego: "La arquitectura, si tiene algo de arte, es en el contenido subversivo, en lo que transgrede"
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a coruña, Actualizado:
Manuel Gallego Jorreto (O Carballiño, Ourense, 1936) es capaz de hablar en el lenguaje de la piedra, de la madera, de la luz y de la ausencia como elementos constructivos. Edificios salidos de su inaginación conforman el semblante de una Galicia moderna, donde la integración rural y urbana es una utopía realizable y donde que la generosidad democrática es uno de los pilares que sustenta su extensa obra. En enero del 2020 recogió su segundo Premio Nacional de Arquitectura. Luzes conversó con él sobre la vivienda y la ciudad que están por venir y de la emoción y la poesía presentes en la creación.
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A través de la ventana observo una estación de mercancías ya invadida por el liquen y el óxido de una épica industrial de épocas pasadas. El edificio, inmenso, delimita el hilo de un mar que solo se intuye detrás, tapado con vagones, muros, firmes y almacenes de la parte, aun, más industrial del puerto de A Coruña. El estudio de Manuel Gallego está ubicado en una zona de transición urbanística, entre las postrimerías del último ensanche del siglo XX y el popular barrio de A Gaitera, donde la ciudad comienza elevarse hasta terminar en la población de Os Castros, al sur. Su despacho ocupa varias dependencias donde se reparten puestos de trabajo, archivos y planos, con paredes cubiertas por lienzos de artistas gallegos de la segunda mitad del siglo XX, imágenes de proyectos en tableros, archivos de mesas largas con lámparas de épocas variadas y lugares para sentarse y contemplar. Este lugar de trabajo aparece señalado en el portero automático del edificio de viviendas con un letrero que únicamente dice: "Arquitecto". Nos sentamos en una mesa central, que me permite observar el trazado de sus manos a través de ideas y bosquejos, algunos más blancos, otros amarillentos por el paso del tiempo y la exposición a la luz, que forman parte de la familia expuesta de una obra indisociable de la imagen de Galicia para sí y fuera de sí.
Afirma que hoy en día en la arquitectura se está haciendo poca innovación, que hay pocos cambios.
La arquitectura no solo es de los arquitectos. Es del contexto, del ambiente general. En este momento el ambiente general de los valores está a la baja. Pienso que si ya era difícil apartarla más de la sociedad del que estaba, hoy está aún más lejana. La arquitectura hoy interesa muy, muy poco.
¿No aprecia un proyecto de país, por ejemplo, al respecto de la arquitectura?
Hubo un momento en el que parecía que se podía emplear al arquitecto como figura en ese tema. Ya no interesa, es sorprendente.
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¿Es la manera en la que vivimos, no?
En relación con el desarrollo de un barrio, del espacio, los lugares que habitamos… Es la vida, la arquitectura puede devolverle la dignidad a la vida. ¿Cómo? Valorando al ser humano. En cómo puede encontrar cosas, en que puede encontrar libertad. Con la arquitectura puede descubrir nuevos aspectos de la vida, lo que permite escoger. La arquitectura hace mejor la vida material pero puede sugerir cosas, da nuevos significados a lo que tenemos
¿Arquitectura y búsqueda de vivienda son indisociables hoy?¿La arquitectura puede ser una herramienta democrática para eso?
Debería serlo
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¿Experimenta libertad cuando trabaja?
Sí, en algunos instantes sí (ríe). Depende del proyecto. Siempre hay momentos en los que uno se alegra porque topa con un camino abierto. Camina sin obstáculos. Descubres que has llegado a un significado hondo que salta todos los convencionalismos. Arquitectura es conocimiento. Pienso en eso. ¿Qué es? ¿Qué es la cosa artística, el sentimiento? Es fácil de encontrar y descubrir cuándo se ve. Cuando se tiene cerca sabes qué es pero resulta muy difícil analizarlo. Siempre se intenta racionalizar. Algunos pasamos la vida intentando racionalizar, ¿no? (reímos ambos). Siempre que racionalizas, simplificas.
En su obra hay proyectos que marcan Galicia. ¿Qué hay en la cabeza de un creador capaz de dejar huella de esa forma en nuestra manera de entender el espacio y la imagen que tenemos de él?
Una búsqueda. Siempre buscas. Para eso empleas caminos ya conocidos, el análisis crítico. Todo tiene que tener una explicación racional. Nada es gratuito. Cuando creas bien te estás divirtiendo, como cuando estás con uno amigo debatiendo o estás paseando. Son conocimientos profundos, que siempre estuvieron allí.
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¿Cómo es su proceso? Cuando crea, ¿piensa y repiensa el proceso o es algo natural?
"La arquitectura es un oficio de viejos, de experiencia, de corredor de fondo"
No sale de la nada, es algo que se estudia. Tú buscas coherencia, te preguntas: ¿qué lenguaje tengo yo en arquitectura? Tengo el lenguaje de la dimensión espacial, tengo para eso la luz, la textura del material, el táctil de la materia… Y con todo eso tengo que conseguir expresar ciertas cosas. Construyo un vocabulario nuevo, un lenguaje propio que sirve para decir algo, pero a ti te apetece inventar la palabra, que algo sea nuevo de verdad, crear la palabra. Pienso que las cosas nuevas que se hacen personales tienen la capacidad de ser poéticas cuando salen del fondo. Si no sale de aquel lugar no deja de ser una decoración a mayores. En el Museo de Bellas Artes, en A Coruña, me costó conseguir esa piedra suave como el cuero, sobre la que puedes pasar la mano y tocar. Un sistema de labrado o que no brille, que sea amable, que puedes pegar el hombro y no te sientes herido.
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Es difícil encontrar en sus obras algo meramente ornamental, lo que hace la visión de proyectos suyos cómo algo inevitable en su sencillez. ¿En qué se puede diferenciar un arquitecto de otro creador, de un poeta, de un artista plástico?
En que la emoción vibra en materiales y cosas diferentes. Allí interviene la vida anterior, la memoria, el ambiente donde te mueves, el mundo de la cultura que te rodea. Hay formas que son más explícitas, tienen más significados para uno que para otro. Es difícil. A mí siempre me sorprendió el tema del arte. ¿Dónde está? ¿Es personal? ¿Es una capacidad del creador y de quien percibe? ¿O es algo más subjetivo?
¿Podemos atraparlo o definirlo? ¿Un arquitecto coloca de la nada una vivienda o un espacio público?
Tienes tus razones para hacer eso. Analizando, construyes. Siempre me muevo en los márgenes de la realidad acercándome a los convencionalismos que tengo, a una cierta sensibilidad. Trabajo en las orillas, en la frontera, un lugar donde estoy y no estoy. Arte. Persíguela, la encuentras.
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Podemos realizar un libro de poesía o una escultura pero no dejamos de trabajar con materiales.
Es lo mismo que arquitectura. Las palabras son distintas, pero es lo mismo. Trabajas con relaciones, con metáforas, con simbolismos, pero es menos precisable. La arquitectura es un oficio de viejos, de experiencia, de corredor de fondo.
Su oficio cambió muchísimo nos últimos 40 años. Antes de existir escuelas técnicas entrabas de aprendiz en un estudio…
Y aprendías la técnica. El aprendizaje es fundamental. En ese mundo de la creación tanteas, pruebas cosas. Es muy difícil dar los primeros pasos. Para darlos tienes que tener a alguien que te respalde, que te dé seguridad, no sabes que camino coger.
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Le pasó a usted con Alejandro de la Sota.
Sí.
¿Cómo recuerda aquellos días?
Los ingresos eran difíciles cuando estudiaba, en las pensiones en las que estuve había estudiantes de derecho y otros estaban de aprendices de arquitectos. Uno de mis primeros profesores fue De la Sota. Él se acordó de mí. «Hay allí un tío que debe ser gallego». Era Gallego. Y entré dibujando. Comenzamos a tener una buena relación. Un mundo distinto, era un tipo muy personal y no estaba de acuerdo con todo.
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¿Cómo era De la Sota en las distancias cortas?
De coña (reímos ambos). Era un tipo muy pequeñito, más pequeño que yo. Un hombre extraordinario, pero siempre de coña. Hablaba con mucha ironía de la vida. Eso sí, cuando presentabas un trabajo acababas torturado. Porque la arquitectura que yo pensaba como estudiante era otra, no sabía. Sota fue un incomprendido en su momento. Ahora estamos recuperando su figura cuando ya está muerto.
¿Dónde encuentra su lenguaje? ¿Cómo consigue hacerla atemporal?
Necesitas ayuda, y a mí me ayudó De la Sota. Daba pasos por un camino que no sabía que era arquitectura. No sabía qué tenía que ver la vivencia con la arquitectura. La arquitectura es vivencia, la forma de sentir un espacio para vivir. Lo descubrí con él. La arquitectura no tenía que ver con formas ya hechas, o estilos. Estoy mirando un objeto y tengo que ver lo que está dentro. ¿Cuál es el espíritu que lo mantiene vivo? ¿Qué relación tiene con el hombre? ¿Cómo puedo controlar ese espacio? Con los años me enteré de que todo esto es una relación con la vida.
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Usted construye algo que no está, y cuando está modifica nuestra manera de vivir. Hay una intervención social enorme con la arquitectura.
La arquitectura siempre es social. Se toca directamente con el individuo. Esto podía ser hecho con la frialdad y distanciamiento de la normativa de «obligado cumplimiento». Pero no es eso. Es la emoción que te acompaña. En cierto modo, no sé cómo construyo, no sé cómo pienso, sé que procuro entender las cosas. Quiero saber cómo existe aquello, por qué es así. Ante una necesidad o un problema nuevo tengo que darle otra forma. Tengo que entender la relación entre la energía y las fuerzas que modifican la materia. Tengo que averiguar qué hay entre eso y mi intención. Es una introspección. El espacio tiene que ser continuo, fluido, que puedas ligarlo, cerrar una puerta y abrir otra.
Martin Heidegger hablaba de algo semejante en La cosa. Reflexiona sobre si una jarra de vino rota sigue siendo una jarra.
Me interesa mucho ese libro. Es algo cuando tiene algo, cuando le falta ya no es aquello. Trabajamos con lo que no hay. Se trata de dar significado al mundo, coherencia, no hacer añadidos a presión. Todo tiene que fluir de forma natural, lo que es un objetivo difícil de precisar, la naturalidad de las cosas. Deberíamos ser capaces de construir cosas capaces de echarlas al mundo y que habían parecido ser naturales.
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¿Incluso en edificios como la residencia de Monte Pío [la residencia oficial del presidente de la Xunta], hechos para que habite en ellos el poder, es posible llevar a cabo esa sencillez y organicidad?
En la arquitectura siempre hay una intención oculta. En el caso del proyecto para Montepío, la residencia del presidente, ocurre lo mismo. Monte Pío quiere integrarse. Hay una intención que orientar la idea y la forma. Claramente ese edificio quiere estar en la colina, quiere convivir en tamaño con un árbol. Con eso quise destruir el carácter representativo del poder. Tenía que romperlo. De parecerse a algo debía parecerse a un núcleo rural.
¿Una forma de solemnidad democrática?
Monte Pío no es un palacio imperial, es algo sencillo, bajando del monte de O Pedroso y llegando a esa entrada larga, llana, rodeada por el parque. Pensaba en la vivienda de un presidente democrático... El poder no representa nada, esa fue la idea. Había que contar algo y darle la vuelta al tema. En vez de representar y sentir el poder debía darle la vuelta y hacer un edificio que represente al pueblo. Que yo estuviera cómodo en él, que me hiciera sentir representado culturalmente, algo conocido, cómodo, un «estoy en casa». Estoy habituado a vivir aquí: un banquito, un árbol, un muro, una casa pequeña. Podría ser una representación de una embajada, de ahí nació aquel árbol (señala un dibujo colgado en un corcho inmenso, detrás del escritorio principal de su despacho). Esa es la embajada, es universal, un carballo puede ser trasplantado donde sea. Para mí tiene un simbolismo, el carballo de Galicia.
Sería la arquitectura más depurada, entonces.
Es local porque viene de la tierra, pero es universal, absolutamente universal. Es otro de los temas que siempre me rondan la cabeza. El carballo es dramático, sus ramas se entrecruzan. Tengo ese árbol al que voy a saludar todos los días en mi paseo.
Un lenguaje local, pero universalizante.
¿Quien no se reúne alrededor un árbol? Estar debajo de sus ramas nos da el placer de estar y toca lo más profundo de la persona. Esto es lo que tiene que tener la arquitectura, que el espacio pase la a ocupar parte de tu espacio existencial. Por eso no es cuestión de si es hermoso o feo, de si está o no de moda. Tienes que hacerlo como el único camino que tienes. Luego olvidarte y comenzar de nuevo. No se puede repetir. Todo es distinto, todo avanza.
Ojalá llegáramos a tal refinamiento tecnológico en el que pudiéramos vivir bajo de las ramas de un carballo.
Ese es el interrogante del futuro.
En la residencia del presidente de la Xunta ejerce una filosofía que no es la de un Albert Speer, no hay representado un poder autoritario o fascista Me recuerda en la intención a la cancillería federal de Bonn.
Lo ideal sería que ese lugar no tuviera arquitectura. Como decía antes, la mejor embajada de Galicia sería un roble rodeado de un lugar donde sentarse. Haces un viaje, te paras, te sientas debajo de un roble, respiras y ya puedes continuar en la autovía. Estaría rodeado ni siquiera por un recinto, sino por bancos de piedra. Pensé en este lugar como un lugar para que el presidente se sentara y reflexionara. En el proyecto tuve mucho trato con la policía. Todo lo que me trasladaban era control, control y control. Yo les decía que con tanto control esto iba a ser una cárcel. Tiene que tener libertad, un espacio de soledad. En la cumbre hice un pequeño hueco para sentarse, donde los sonidos no llegan, hay un silencio absoluto, un lugar donde no le pueden ver, ni siquiera la policía. Es dramática esa obsesión con la seguridad, dramático hasta donde podemos llegar con el control y el miedo. El miedo también está presente en cierta arquitectura para impresionar y no para vivir. Sobre todo en el arquitecto. Totalmente. Haciendo las cosas a la moda… El miedo lleva a la seguridad y la seguridad expresiva se encuentra inconscientemente en la moda, en lo que está aceptado por todos. La arquitectura, si tiene algo de arte, es en el contenido subversivo que tiene, en lo que transgrede. Transgrede para pensar, para romper la censura. En la casa del presidente la censura pesó, pero no excesivamente.
El primer presidente que habitó este proyecto fue Fraga, que no tenía mucho de sencillo… Era algo más príncipe.
"La mejor embajada de Galicia sería un roble rodeado de un lugar donde sentarse"
Recibió bien el proyecto. No me dijo nunca nada, pero al año siguiente de que empezara a vivir allí, en una obra, nos cruzamos y me dijo "tengo que darte las gracias". Le pregunté que por qué. Dijo: "Por la casa que me hiciste". Quedé gratamente sorprendido. No soy partidario de Fraga, pero me agradó que la persona que vivía allí se sintiera tono con la casa.
¿Cómo trabaja usted con la dimensión humana? Su visión de la arquitectura es muy distinta de la "arquitectura espectáculo", tan marcada en la Galicia de los últimos 40 años con proyectos como la Cidade da Cultura, de Peter Eisenman.
Es otro tema, está jugando la otra cosa. La escala humana se me aparece como dibujo (señala el bosquejo), desde aquí se ven los barcos, consigues la luz y la dimensión, a uno le da la sensación de un sitio solemne, la casa del Ayuntamiento es el centro democrático de encuentro. Esto se extiende a una plaza enfrente. Los edificios públicos son espacio público.
¿Como ve las ciudades hoy?
Ahí sí que me acuerdo de Heidegger. Pensar, construir, habitar. Es complicado. Lo primero que veo es que una ciudad no es una foto fija. Todo se mueve, cambia, está lleno de fuerzas vivas que se están moviendo con todo lo que hacemos. La ciudad tiene un modo de habitar que depende de la cultura, de la educación, de la economía, de la historia, de cómo aparece ese hombre allí (señala el bosquejo), sus convenciones, su lenguaje... Es tremendo. Cuando veo una ciudad lo primero que intento pulsar es qué está ocurriendo allí dentro. Cada parte de la ciudad es un poblado distinto. ¿Qué podemos hacer para que la gente viva mejor? El espacio modifica la vida. Hay un espacio colectivo donde puedo cubrir todo, donde todo tiene capacidad de expresarse y es un escenario abierto para la vida en común. Hay esquinas que también son para la soledad.
"En la casa del presidente de la Xunta la censura pesó, pero no excesivamente"
Decía Tierno Galván que la ciudad es el hogar público. Hoy en día se critica la poca atención que se le da al espacio público: desaparecen los bancos, plazas pobladas con terrazas, calles invadidas por los coches…
De esa manera se convierte el espacio público en el espacio de nadie. No tengo una receta. Lo primero es hacer espacios que se puedan usar, circular a pie, que tiene que ser algo que admite más usos que uno solo, un escenario donde caben muchas escenas. La mitad de las plazas que se hacen ahora son lugares de piedra, no escenarios por los que circular. Cuando hago un edificio sé que voy a alterar el espacio. La presencia, la actividad que va a ocurrir. Es como si allí (señala el espacio que tenemos enfrente, en la calle, la estación de mercancías del puerto de A Coruña, San Diego), si eso lo convierto en huertas va a modificar todo el espacio público. Cuando tengo que hacer algo analizo el sitio donde está y cómo llegó a ser lo que es, su personalidad. Desde el Obradoiro muchas veces miraba hacia allá y pensaba en qué haría el presidente. Tenía que encontrar un edificio que fuera observable pero sin dejar ver lo que hace el presidente, si enciende la luz o si va al servicio… (ríe). Todo edificio convive. La ciudad está infestada toda de pequeñas casas.
Y cambia.
No nos damos casi cuenta de los cambios. Cuando hago un edificio tengo que interpretar la energía del lugar, ¿hay algo o está muerto? Hay algo más allá de permitir que se escuche la música en un edificio que sea un auditorio. Hay que recuperar la arquitectura necesaria. No solo es la necesidad de uso de vivienda u ocio, la arquitectura es necesaria para reconducir el movimiento de la ciudad, esa dimensión urbana es apasionante. Un arquitecto traduce inconscientemente. En Galicia es aún más apasionante.
¿Por qué?
Porque en Galicia tenemos siempre presente el rural. No existe la ciudad y luego el rural, todo es un conjunto y así se tiene que articular. La relación que hay es una articulación entre espacios desperdigados. Tenemos el reto de hacer núcleos potentes que alteren el territorio. No cabe planificar el rural sin lo urbano, la organización de lo rural producirá lo urbano y la del urbano producirá lo rural. El ruralismo no tiene sentido. No se puede hacer del rural un producto de uso urbano, que es en lo que parece que quieren convertirlo, en un tópico de repeticiones de arquitectura popular para hacer un canto al pasado. No tiene ningún sentido. Se ha perdido el pudor, se están haciendo cosas repetidas como si fueran nuevas.
¿Mantenemos las utopías en la arquitectura?
Si es arquitectura siempre habrá algo que no cabe dentro del propio proyecto, siempre hay algo que va más allá, como puede ser el mundo, como puede ser otra situación. Siempre hay un desnudar el problema, ofrecer algo… Si no cuenta nada, ¿para qué demonios es? Cuando escribes poesía, por ejemplo, siempre hay una obsesión.