VIGO
Actualizado:A nadie que lea esto le sonará el nombre de Manuel Giráldez. Ni tendría por qué sonarle. Manuel es socio del Celta desde hace 53 años. El pasado año, el Presidente del Celta, Carlos Mouriño, le concedió la insignia de oro del club, por llevar más de 50 años de socio. En el momento de la entrega del galardón, Manuel le espetó a Mouriño: "Tu a mí no me conoces, pero yo a ti te conocí el 17 de noviembre de 1970".
En aquel año, Manuel se apuntó para ir a trabajar en la construcción a Holanda. Harto de no tener expectativas en la España franquista, Manuel Giráldez (O Porriño, 1947) se subióal carro de la oleada de la emigración gallega a Europa en los años 70. Para emigrar, había que esperar antes en un hotel en Madrid, desde donde te distribuían. Allí recuerda haber hablado en el hotel con Carlos Mouriño, "que se iba a México a casarse con una de Avión (Ourense)", recuerda Giráldez.
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El que era aficionado del Celta y el que sería Presidente partían hacia la emigración con diferentes perspectivas. Pero en el fondo, en el corazón de los dos iba tatuada la cruz de Santiago del escudo del Celta.
Mouriño haría las Américas bien hechas y Manuel Giráldez sobreviviría como trabajador de la construcción en Amsterdam, entre 1970 y 1974. Amante del fútbol, pudo vivir en primera persona a emergencia de un club y de un jugador que revolucionarían el fútbol del siglo XX: el Ajax de Johan Cruyff. "Poder estar allí en Amsterdam e incluso ver entrenar a Cruyff con aquel Ajax, era increíble".
El Ajax le deslumbro. pero, desde lejos, Manolo nunca dejó de cultivar su pasión celeste. Desde allí seguía los partidos, cuando el fútbol solo era cada domingo, sufriendo mientras escuchaba por onda corta el programa Radiogaceta de los Deportes, de Radio Nacional.
Emigración
El Celta se convirtió desde mediados del siglo XX en una de las grandes referencias de la emigración gallega por el mundo. Un equipo con identidad y que provocaba un sentimiento riquiño a pesar de que, a los que lo seguimos, estuvo la mayor parte del tiempo más cerca de matarnos de un infarto que de darnos la alegría de un título.
Sin ser un grande, el Celta se convirtió en un club que tenía trascendencia social e irradiaba un fondo sentimiento galleguista. En 1971 decidió apoyar la compra de la Casa Museo de Rosalía de Castro, aportando una peseta por cada espectador que asistiera al Celta- Real Madrid, alcanzando las 35.000 pesetas. O cuando los jugadores, portando una bandera de Galicia gigante sobre el césped, en 1977 en plena Transición, reivindicaron el Estatuto de Autonomía para Galicia.
Aquella imagen de Celta riquiño hacía equilibrios con la que proyectaban sus mandatarios durante décadas. Como dice Manuel Giráldez, "con lo que hemos tenido, yo no soy aficionado a los presidentes del Celta, yo solo soy aficionado al Celta".
Gran parte del listado de presidentes formaron parte del catálogo de sospechosos habituales. Hay nombres como Rodrigo Alonso Fariña, condenado a la cárcel por el caso del aceite Reace, uno de los grandes macrofraudes de la historia del franquismo, o como el reconocido contrabandista Celso Lorenzo, que incluso tuvo en su directiva a otro histórico del contrabando, Vicente Otero, Terito.
El crédito social del club fue dilapidado por los sucesivos gestores a lo largo de décadas. En los últimos años, la directiva presidida por Carlos Mouriño fue coleccionando despropósito tras despropósito en su relación con los socios, en la gestión social del club o en el valor de la lengua gallega como marca de identidad.
Abel Caballero
Y todo alineado con hala relación imposible que Carlos Mouriño mantiene con el acalde de Vigo, Abel Caballero. Cada partido que el Celta jugaba en casa, los abonados de la grada de Tribuna presenciaban un ritual cargado de tensión. Mouriño estaba sentado en su butaca en el palco y debía levantarse y echarse hacia atrás para que Caballero pasara por delante hacia su asiento en el estadio, de propiedad municipal.
Con los cuerpos a escasos centímetros, cada uno estiraba su cuello cómo los avestruces, girándolo hacia otro lado para evitar el saludo. Era la escenificación pública más clara del patético enfrentamiento entre el Ayuntamiento y el Celta.
Unos del PSdG y otros arrimados al PP sin disimulo, para conseguir que la Xunta calificara los terrenos de la Ciudad Deportiva Afouteza -fortaleza, osadia, en gallego- en el vecino municipio de Mos, como proyecto de Interés Autonómico, bautizado de manera rimbombante como Galicia Sports 360.
Con la entrada de Marián Mouriño como nueva Presidenta, parece que entre sus objetivos estará limar las diferencias con Abel Caballero.
Multitud de asociaciones ecologistas, vecinales y políticas, presentaron hasta 4.000 alegatos contra este macroproyecto. Rechazan la rectificación de suelo rústico y el impacto que supondrá a nivel ambiental y paisajístico. En esta zona de turbulencias, incluso la presencia de Ana Pontón, la líder del BNG, al lado de Carlos Mouriño, en el estreno oficial del himno del Centenario, fue afeada en las redes y en los órganos del partido por sus militantes, alérgicos a las fotografías con el presidente.
Arma afilada en lo político
El Celta siempre fue un arma afilada lista para aguilllotinar el campo político. En 1999, el entonces conselleiro delfín la Xunta de Manuel Fraga, Xosé Cuíña, anunció el fichaje estrella para el PP de Horacio Gómez, por entonces presidente del club. En la foto de portada de Faro de Vigo paseaba con Cuíña por la Calle Príncipe.
Pocas semanas después, el periódico El País tituló. "Horacio Gómez, candidato a concejal de Urbanismo, tiene una casa ilegal". Con semejante carta de presentación, su paso por la política acabaría siendo fugaz e intrascendente.
A Manuel Giráldez, que en más de cinco décadas peregrinó como socio por las gradas de Marcador, Gol o Río Alto, lo que pasa en la Tribuna, la bancada cara de los ricos, le queda lejos. Pero desde su butaca de Río,que se irguió para el Mundial de 1982, vivió muchas décadas de la historia del Celta, muchos disgustos sobre todo y unas cuantas alegrías.
Entre finales de los 70 y principios de los 80, el Celta bajó dos años seguidos de primera a Segunda B, y volvió a subir dos años seguidos desde esta categoría a primera. Equipo ascensor, lo llamaban. Cuatro años no aptos para los que padecieran problemas coronarios.
En aquellos años setenta pasaban cosas muy raras. Por ejemplo, en 1977 en el Celta se dio un caso insólito en el fútbol español. Su portero, el argentino Carlos Alberto Fenoy fue el pichichi del equipo. Marcó cinco goles en esa temporada, todos de penalti. Cada vez que había un penalti, allá iba Fenoy decidido a ejecutarlo, en un caso irrepetible en el fútbol español.
El funeral de los descensos
Los descensos fueron un funeral pero Balaídos, acostumbrado, supo llevar el luto con dignidad. En la por entonces llamada Segunda B, gran parte de la bancada se convirtió en un desierto de cemento. Muchos, como Manolo Giráldez, acudían al estadio como un ejercicio en el que la fe estaba por encima de la convicción.
En aquellas tardes desapacibles de fútbol tedioso y césped embarrado, nunca faltaba El Cordobés. Aquel hombfrecillo, un forofo anciano, arrastraba cada domingo sus pies cansados por la bancada de Preferencia, agitando su bandera celeste gigante.
El Cordobés debería ser elevado a imagen icónica en el merchandising del club. Como Tocho, otra leyenda popular, que con su transistor pegado a la oreja, cantaba a las afueras de Balaídos y por las calles de la ciudad, los resultados de la Liga de fútbol y de lo que se prestara: "Gol en la Condomina-dos abajo el Estudiantes en Magariños-gana el Octavio de uno en el descanso".
Cuando el Celta jugaba fuera, Tocho ofrecía información puntual con más asiduidad, casi al minuto. Tocho, que aún deambula por la ciudad, fue el primer social media no oficial del club. También deberían hacer camisolas con su cara para vender en la tienda del Celta, o igual que alguien lo homenajeara en el Día de la Radio, con su pequeño transistor que parecía un apéndice de su oreja. Hace unos meses, en algún rincón de Vigo alguien tuvo la buena idea de pintar a Tocho en un mural, elevándolo el icono gráfico.
En la celebración de aquellos ascensos consecutivos, el celtismo llegaba a la cumbre máxima de exaltación. El Celta invitaba a todas las peñas a desfilar antes de que comenzara el partido. El carril amplio que dejaba la pista de atletismo que rodeaba el césped, se convertía en una avenida por donde desfilaban oleadas de celtistas llegadas desde lugares que entonces, a principios de los 80, evocaban viajes eternos en carreteras tortuosas, sobre todo procedentes de la provincia de Lugo.
El Maradona de Viveiro
Desfilaban celtistas de Chantada, de Vilalba, de Ribadeo, de Monforte. Delante de todo, solían poner una, a Peña Celtista de Viveiro. Ellos traían a un tipo fascinante que abría la comitiva, causando asombro en niños y mayores: Hermelino Ben Chao, un malabarista del balón conocido como el Maradona de Viveiro.
Hermelino tenía un físico regordeteo y un pelo negro rizado que lo asemejaba a Diego Maradona. Daba toques y más toques con el balón sin tocar el suelo, dando vueltas al estadio. Un espectáculo asombroso. En aquella época hasta dejaría estableci¡do un récord Guinness, después de más de una docena de horas dándole toques al balón, de ellos más de 73.000 consecutivos. "Le pude haber dado más, pero el notario se aburría y quiso acabar", declaró después el Maradona de Viveiro, que pasó de celebrar ascensos en Balaídos a un peregrinaje de plató en plató de televisión.
Después del Mundial, Balaídos se convirtió en algo más que en un templo del fútbol. La imagen del Celta se proyecta al mundo cuando en 1990, la pop star Madonna actúa enn el estadio y se pone la camiseta celeste en una imagen histórica.
El promotor de conciertos Bibiano Morón, artífice de llevar a la estrella del pop a Vigo, fue quien consiguió la camisola. Además de lograr otro hito, que un grupo local de la movida, como era Siniestro Total, le hicieran de teloneros a Madonna.
"En la prueba de son de Siniestro había un tipo muy enfadado. Era el hermano de Madonna, que era su manager y decía que aquel grupo era horrible y no tocaría antes de su hermana. Le dije que si no tocaban ellos, no tocaba nadie", recordó Bibiano en el documental Periféricos. Madonna fue el preámbulo del gran Celta europeo que iba a llegar en la década de los 90, y que culminaría con la participación en la Champions League a comienzos de 2000.
Trabajadores de Citröen
Manolo Giráldez se ganaba el salario, como cientos de socios del Celta, en la factoría de Citröen, al lado justo del estadio de Balaídos. En las noches de fútbol europeo, los trabajadores que tenían que hacer el turno de noche coincidiendo con los partidos, llevaban siempre los auriculares puestos. Cada gol era celebrado golpeando con la herramienta en la cadena de montaje, y aquel aliento de acero podía escucharse por detrás de la bancada de Río, la más próxima a la factoría de Citröen.
Aquel Celta de mediados de los noventa en adelante, tuvo un título en sus manos, con la final de Copa de 2001. La tercera final a la que llegaba el Celta, y la tercera final que perdió. Eran los años de un ídolo indiscutible del celtismo: Alexander Mostovoi.
A pesar de la derrota de la final de la Sevilla, alguien pensó que la adoración al ídolo debería ser perpetua. Un grupo de individuos hizo una colecta para hacerle una estatua. Mostovoi hasta apareció en la prensa local tomando las medidas en el taller del escultor Maxín Picallo, pero la idea se desvaneció al mismo tiempo que se iba desvaneciendo el sueño europeo.
Dicen que aquel era el mejor Celta de la historia. El Celta que hacía cantar al público A Rianxeira yFútbol de salón. En aquella época, los niños iban con sus padres a la Madroa, el lugar de entrenamiento, para tratar de hacer una foto con su ídolo, Alexander Mostovoi. Hay un niño que guardia como oro en paño aquella foto con Mostovoi. Se llama Antón Álvarez Alfaro, los próximos le llaman Pucho y en los escenarios es C. Tangana.
Un día, el Celta buscaba un propuesta para hacer el himno del Centenario, y Pucho se ofreció en las redes: "¿Puedo probar?". El Celta dudó pero, al fin, dio luz verde y muchos escupieron en las redes contra esta idea. Consideraban que el club entregaba un símbolo sagrado, su himno, a un advenedizo. Pero Pucho no es ningún arribista. Es un celtista de los de verdad, de los que tiene la ilusión tatuada de cicatrices, de los que conoce la trayectoria hasta de los futbolistas del Celta Fortuna.
"Oliveira dos cen anos"
El creador Pucho o el artista C. Tangana es un tipo inteligente, de curiosidad insaciable y siempre muy respetuoso con los que antes caminaron por el suelo por donde él ahora transita. Oliveira dos cen anos es un temazo, pero para saber de verdad lo que es, hay que escucharla en Balaídos, en la bancada de Marcador, a ser posible.
Un himno de verdad, que tanto sirve para celebrar el éxtasis en la victoria como para lamer las heridas amargas en la derrota. Para un celtista, cantar "un escudo no meu peito", es tener en la cabeza todo el tiempo la imagen de Iago Aspas besando el escudo despois de cada gol.
La Oliveira llega para quedarse, como antes se quedó la Foliada do Celta, la canción de A Roda ue comenzó tomando los casettes de los coches y acabó sonando durante décadas en los altavoces de Balaídos.
Pero antes hubo otro himno oficioso del que pocos tienen constancia, Trueno Azul, de Siniestro Total. No está registrado como grabación, pero sí en directo como versión del Thunderstruck de AC/DC. La letra igual no pasaría hoy los filtros del Comité Antiviolencia: "No habrá piedad, no habrá perdón, no pasarán sin una lesión". Una gamberrada considerable, sobre todo conociendo que Julián Hernández detesta el fútbol.
El día del estreno de su himno en Balaídos, C. Tangana prefirió estar con las Tropas de Breogán en Marcador Bajo, que en el palco al lado del Presidente Carlos Mouriño. Es casi una metáfora de lo alejados que están la afición y la dirección del club, que transmite una imagen de improvisación constante en los actos de celebración del Centenario.
Un club que no sabe estar a la altura de la afición
El mismo día en el que el Celta cumplía cien años, la afición convocó una celebración espontánea al lado de Balaídos. Una acción ante la incapacidad de un club que casi nunca sabe estar a la altura de lo que su afición representa. La improvisación del Centenario aun fue más vergonzosa en el llamado partido de las leyendas, donde nombres que representan la historia de la entidad, como Javier Maté o Xurxo Otero solo fueron avisados tarde, mal y arrastro, el día antes de celebrarse el partido.
Una llamada de la que en ese momento era Presidenta in pectore, Marián Mouriño, desbloqueó una situación que los aficionados habían convertido en un clamor en lana red.
Al celtismo, nada de esto lo aleja de su pasión. Si antes no nos alejó el penalti de Alejo, la ocasión de Guidetti o la crisis de los avales.
Pero no nos cansamos de llevar la bandera celeste del Cordobés y de pasarla de generación en generación. De abuelos a nietos, de Lavadores hasta el Bao, del Morrazo hasta O Baixo Miño o a O Condado. De autobuses cargados que cada partido llegan a Balaídos dejando a la gente al lado de Marcador.
Seguir soñando
Todos viajamos en el autobús del que baja Manolo Giráldez cirugía , de 76 años, con la Peña Os Zoqueiros de O Porriño. Primero llevó a los hijos, ahora también lleva a los nietos y no quiere dejar de soñar.
Soñar con que los que lo relevaron en la factoría de Citröen, los compañeros del metal, vuelven a golpear eufóricos con la herramienta contra la chapa para que la celebración de los goles en las noches europeas tenga eco en toda la factoría. Con que el aliento del acero se vuelva a escuchar en el estadio desde la bancada de Río.
"Sigo jugando al Euromillón porque si un día me toca, compro el Celta para dejárselo a mis nietos", dice con ironía Manolo Giráldez, esperando un día besar la gloria. Mientras tanto, el celtismo resiste impasible, siempre al borde de la cirugía coronaria de bypass.
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