Meses antes de fallecer la causa del coronavirus, el chileno Luis Sepúlveda recordaba sus años de combate: "Fui guerrillero en Bolivia y en Nicaragua. Luché con las armas en la mano porque era lo que había que hacer. No quedaba otra alternativa". Hablaba así durante la grabación de Latin Noir, documental de Andreas Apostolidis que explica la explosión de la novela negra en América Latina en la década de los 70, coincidiendo con la extensión de las dictaduras militares que entonces asolaron el continente.
Como paso previo a su carrera literaria, Sepúlveda ingresaba en 1979 en la Brigada Internacional Simón Bolívar y tomaba parte en la Revolución Sandinista. Mientras tanto, otros compañeros de generación, con el mexicano Paco Ignacio Taibo II a la cabeza, ya estaban sumergidos en las viciosas aguas de ese latin noir publicando historias de detectives. Querían contar aquella América Latina tan convulsa desde lo policial, pero sin intrigas de cuarto cerrado ni misterios de salón, atentos a la premonición nerviosa de sus países. Todos compartirían, andando el tiempo, la poética de Dashiell Hammett, represaliado en la noche del macartismo y piedra inaugural del género: la policía está corrupta y el Estado mata antes de preguntar. Con Pinochet en Chile o Videla en la Argentina, no se trataba de una ficción.
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Pasaron cuarenta y cinco años desde que Taibo publicó Días de combate, primera entrega de la serie Belascoarán Shayne. Pero esa región que abarca más de veinte millones de kilómetros cuadrados de superficie, veinte países y unos seiscientos cincuenta millones de habitantes, sigue siendo un territorio interpretable desde un género nacido entre México y la Argentina como un observador privilegiado del rostro multiforme de la violencia, el narcotráfico o la corrupción. Si aquellos autores se empeñaron en llevar a su arroyo la fórmula del noir hammettiano con un análisis en primera línea de la realidad social de su tiempo, no hay duda de que lo consiguieron. Examinaron las raíces menos visibles del delito y le dieron la razón al Balzac que advertía la sombra de un crimen detrás de toda gran fortuna. Así y todo, el devenir social y político de sus países, en la actualidad, con las calles en tensión y la economía herida por la pandemia, insiste en mirarse en el espejo de un thriller en constante actividad. El retrato en negro no muda de color.
América Latina continúa siendo una de las regiones del mundo más violentas para las mujeres
América Latina continúa siendo una de las regiones del mundo más violentas para las mujeres. En México, las estimaciones señalan unas 10 asesinadas y 26 desaparecidas al día, datos que las fuentes oficiales de 2020 traducen en 3.752 asesinatos. Lejos de esos números, pero no por eso menos estremecedores, el observatorio Mumalá cifra en 320 los casos de muertes violentas de mujeres durante el pasado año en Argentina. Desde ese escenario de terror escribe Dolores Reyes, autora de Cometierra (Sigilo) y feminista vinculada a los movimientos sociales. "Nací en 1978, en medio de las desapariciones provocadas por la dictadura. Y crecí con esa realidad muy presente, una herida a la que luego se sumaron los feminicidios". Reyes se refiere al drama que alentó su novela, un viaje entre lo criminal y el realismo mágico con ecos de Juan Rulfo. Una vidente del conurbano de Buenos Aires, en ausencia de pesquisas oficiales, come tierra para seguir la pista de mujeres desaparecidas. "Contar una historia que cuestione los orígenes de la violencia, la desigualdad o el funcionamiento de la justicia provoca que, sea o no tu intención, acabes pisando el territorio de la novela negra", explica la escritora.
Reyes se implicó a fondo en la lucha por la legalización del aborto en el país, que llegaría en diciembre de 2020, en plena pandemia, tras arrastrar las movilizaciones sociales más importantes de su historia reciente. Argentina se unía así a Uruguay, Cuba o Ciudad de México, cuyas legislaciones reconocen el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, ejemplos bien diferentes a los de Nicaragua, Honduras o El Salvador, con leyes prohibicionistas. En esos pañuelazos participó también Claudia Piñeiro, con una larga trayectoria narrativa y habitual en las marchas, que acaban de celebrar su sexto aniversario. El aborto y la moral religiosa, pasados por el tamiz del policial, conforman el núcleo de Catedrales (Alfaguara), novela con la que la autora de origen gallego ganó el premio Hammett de la Semana Negra de Gijón. Presentada con el habitual pulso narrativo de la casa, recupera la investigación de la muerte de una joven de clase media cuyo cuerpo aparece desguazado en un predio al sur de Buenos Aires. El peso de la familia atraviesa sus páginas. Y, al igual que Cometierra, vuelve a la cuestión de las mujeres sin voz, escondidas bajo el silencio impuesto por el patriarcado. Reyes, que celebra la conexión con Piñeiro, advierte: "No podemos bajar la guardia. Vendrán oleadas conservadoras que pretenderán disciplinar de nuevo nuestros cuerpos. Pero ahí estaremos otra vez las mujeres». Cada dos horas y media, América Latina registra un feminicidio.
Los mexicanos acudieron a votar en junio pasado tras una campaña que dejó una cosecha roja de noventa políticos asesinados y cientos de agresiones contra cargos públicos. Los resultados dibujaron una frontera interna en la capital del país: los barrios del este votaron en bloque por Morena, el partido del presidente López Obrador, y los del oeste, por la coalición de los grandes partidos tradicionales. Sobre el mapa, en las redes se bromeó con esa especie de muro redivivo de Berlín, línea divisoria que separa las zonas más acomodadas de aquellas con escasos ingresos o directamente pobres. No se trata de una casualidad. Abriendo el foco, América Latina es la región más desigual del mundo y la pandemia empeoró las diferencias. A principios de 2020 se contaban 76 ciudadanos con un patrimonio superior a los mil millones de dólares. Ahora, a pesar de la crisis, a mediados de este 2021, superan ya el centenar. Mientras unos pocos se enriquecen, el PIB se contrajo un 7,7% en la zona por efecto del coronavirus. La pobreza afecta a uno de cada tres habitantes, dicen los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
América Latina es la región más desigual del mundo y la pandemia empeoró las diferencias
El mexicano Iván Farías, que acaba de publicar en España Un plan perfecto (Real Noir), señala la fecha de inicio del imparable ascenso de la desigualdad en su país: "Aquí comienza a agravarse desde que en 1994 entra en vigor el tratado de libre comercio con los EUA y Canadá, que supone que muchas empresas mexicanas terminen en manos de multinacionales». En apenas cinco años, la pobreza creció hasta el 28%, mientras empresarios como Carlos lim, quizás la persona más rica del mundo, se beneficiaban de la desregulación del mercado de trabajo. Ese paño de fondo está presente en la cáustica amoralidad de su novela, poblada de personajes consumidos por la avaricia que buscan aumentar sus posesiones materiales al precio que sea. No obstante, el protagonista es un ladrón con un código moral que evita el empleo de la violencia. "No solo del narco vive la novela negra en México", apuntan en la editora. Pero al otro lado de su presencia habitual en la ficción −en Netflix ya se puede ver Somos, basada en la masacre de Allende, perpetrada hace una década por Los Zetas−, los cárteles se nutren cada día de los elevados niveles de pobreza en el país.
Por el camino, su samaritanismo de Instagram deja alguna estampa disparatada: la hija del Chapo Guzmán, en los peores días de la pandemia, se dedicó a repartir cajas de alimentos con la imagen impresa de su padre. Farías mira más allá del río Bravo, desbordado cada año con millares de migrantes centroamericanos, para explicar la cronificación de una trama sin fin: "La violencia y las diferencias económicas son compartidas con los Estados Unidos, sólo que ellos tienen mejor prensa. Pero es suficiente con leer a Dennis Lehane, a George Pelecanos o a Richard Price. Ahí está la cantidad de gente que vive sin techo o en los coches, los millones de armas, los lugares donde no existe el Estado. Mientras sigan siendo un país neoliberal y corrupto, los mexicanos seguiremos arrastrados por eso».
En Chile, las protestas de finales de 2019, iniciadas con las manifestaciones de estudiantes, descontentos por el aumento de los precios del transporte público, acabaron con la convocatoria de un plebiscito para cambiar la constitución de Pinochet. Una esperanza en marcha, pero a cambio de muertos, orturados y alta tensión social. La indignación se trasladó a Colombia, donde una dura reforma fiscal agitó los ánimos a finales de abril. El presidente Iván Duque ordenó el despliegue de cuatro mil miembros del ejército en Cali para frenar el incendio en las calles. Una partitura semejante a lo que vimos en Chile cuando Sebastián Piñera declaró al país "en guerra" y echó mano de diez mil uniformados para encarar el conflicto. Argumentos todos de este siglo, pero no muy distintos a los que incorporó a sus obras a vieja guardia del latin noir. El último punto de giro podemos buscarlo en Nicaragua: Daniel Ortega deteniendo políticos de la oposición, incluidos antiguos guerrilleros que liberaron el país de la dictadura en 1979, ante el miedo a perder las próximas presidenciales de noviembre.
El contexto parecería propicio para una novela de Leonardo Sciascia o Jean-Patrick Manchette, líder espiritual del neo-polar francés de los 70. Pero, en opinión del guatemalteco Francisco Alejandro Méndez Castañeda, para un análisis eficaz no hace falta que la conciencia sea la única musa del escritor. El reflejo de un escenario tan turbio habla por sí mismo. "Nada mejor que la novela criminal para describir las consecuencias de la crisis capitalista y el auge de los populismos, pero no es estrictamente necesario que los investigadores sean, pongamos por caso, de inspiración marxista. Es suficiente con presentar una pesquisa que siempre nos acabará trasladando a un sistema corrupto".
Coinciden entre las últimas novedades que llegan del otro lado del charco Y líbranos del mal (Seix Barral), del peruano Santiago Roncagliolo, o Perro muerto (Alrevés), del chileno Boris Quercia. Méndez Castañeda, premio nacional de literatura en Guatemala, viene de editar en México Si dios me quita la vida, nueva entrega del comisario Pérez Chanán, aún inédito en España. Señala un trazo distintivo del policial latinoamericano respecto al de estas latitudes: "Diría que el cinismo, el humor negro, la manera en que abordamos la muerte. La realidad de nuestros países es tan irracional que hasta se puede arrancar una carcajada de los interrogatorios más salvajes de la policía. Pensemos en Agosto, del brasileño Rubem Fonseca, o en algunas novelas del cubano Leonardo Padura». Antes bien, la revisión de algunos datos en frío, al otro lado de la literatura, no provoca risa. En Venezuela, líder de la región en homicidios, fallecieron cerca de doce mil personas el año pasado por muerte violenta. La paradoja es que los números descendieron a la mitad respecto a 2018. Una explicación la encontramos en la depresión económica. La delincuencia también emigra.
El recurso al lawfare −empleo de la justicia para la persecución política− está a la orden del día en la región, abundante en thrillers jurídicos. En Brasil, millones de ciudadanos votaron en 2018 a Bolsonaro pensando que Lula de la Silva era un delincuente. Una campaña por tierra, mar y aire lo llevó a la cárcel y lo inhabilitó para presentarse a unos comicios que lo daban ganador. Los tribunales han anulado la condena, reconociendo que no fue juzgado con imparcialidad. En Bolivia, una ofensiva jurídica similar acabó con Evo Morales, en el exilio desde finales del 2019, hasta que un año después el país recuperó la democracia con la victoria de Luis Arce. Hoy las comedias trumpistas amenazan la democracia en Perú.
El resultado de las recientes elecciones mostraron que el maestro rural Pedro Castillo ganó por una margen de unos 44.000 votos, pero Keiko Fujimori se empeñó en no aceptar la derrota argumentando, siempre sin pruebas, que existió fraude. Sigue impulsando un movimiento en el tablero que tiene traza de intento de golpe de estado, con el objetivo de deslegitimar la victoria de su rival y propiciar una intervención del ejército. La última reaparición de un personaje tan siniestro como Vladimiro Montesinos, exasesor presidencial, haciendo llamadas telefónicas desde la cárcel para alterar los resultados, confirma una nueva pata en la estrategia desestabilizadora.
Cesar Alcázar, editor del sello Safra Vermelha y organizador del festival Puerto Alegre Noir, el mayor evento literario del género en el Brasil, describe la contaminación que está dejando el discurso bolsonarista en la esfera pública: "Su llegada provocó un retroceso abismal en el debate político. Ahora ya no hay ideas ni propuestas, solo triunfan las provocaciones y las reyertas en las redes sociales, las noticias falsas, las constantes teorías de la conspiración". Fue allí, en Puerto Alegre, donde el prefeito −a autoridad municipal− llegó a aparecer en un vídeo pidiéndoles a los vecinos que dieran su vida para salvar la economía. "Se respira un fuerte rechazo contra los intelectuales, mucha hostilidad contra los trabajadores de la cultura.
Hay un continuo negación de la ciencia», apunta Alcázar. Pero a mediados de junio, centenares de brasileños asistieron a las numerosas manifestaciones que tuvieron lugar en varios estados para exigir la renuncia del presidente, acusándolo de dar prioridad a la Copa América frente a la tragedia humanitaria que siguió a la pésima gestión de la pandemia. Las marchas se desarrollaron en cuatrocientas ciudades, el doble que en las movilizaciones celebradas en mayo. Y aunque se prefiere no cantar victoria, comienzan a viralizarse con más intensidad las causas del sector progresista. Durante las protestas, los análisis indicaron que Bolsonaro perdió el combate en las redes ante el impulso de Lula, vencedor en contenido positivo y capacidad de movilización. En 2021 no habrá Puerto Alegre Noir, pero Alcázar espera recuperarlo el año que viene. No recomiendan la lectura de Entierre a sus muertos (Companhia de las Letras), de Ana Paula Maia, para tener un retrato perfecto de la actual atmósfera del país. Y pronuncia una palabra que no se apaga nunca: "Esperanza". A pesar de que el retrato de este viaje insista en el negro.
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