El viaje de la vergüenza: cuarenta años de la visita del rey a la dictadura de Videla
El 26 de noviembre de 1978, Sofía y Juan Carlos aterrizaron en Buenos Aires pese a los pedidos de la oposición para que cancelaran ese viaje. El encuentro con los militares se cerró con millonarios acuerdos económicos.
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bilbao, Actualizado:
Patricia Roisinblit había imaginado ese momento una y mil veces. Pero no así. Nunca así. Aquel 15 de noviembre de 1978 quedaría marcado como el día en el que vino al mundo su segundo hijo. Sin embargo, el alumbramiento no fue en un hospital argentino, sino en un campo de concentración. Así que le dejaron parir y luego la mataron. El bebé acabó en manos de un agente civil de la Fuerza Aérea que se hizo pasar por su padre. Tuvieron que pasar 21 años para que el hijo de Patricia y José Manuel Pérez Rojo, también asesinado, conociera el peor de los pasados y recuperara su verdadera identidad.
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Noviembre de 1978 no sólo fue el mes en el que robaron al niño y mataron a la madre. Mientras todo eso pasaba en el infierno argentino, los Reyes de España preparaban la maleta para desplazarse hasta la casa del demonio. Exactamente 11 días después de que la dictadura se apropiara de Guillermo Pérez Roisinblit, Sofía y Juan Carlos iniciaban una polémica visita oficial a Argentina, sumergida entonces bajo el terror del régimen militar.
Este vergonzoso capítulo de la historia de la monarquía quedó plasmado en varios documentos diplomáticos, hoy guardados en varias cajas de cartón que reposan en el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino. Según ha podido comprobar Público, allí constan los antecedentes de este viaje: desde que se produjo el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, el régimen de Videla buscó en todo momento una excelente sintonía con Madrid. No en vano, el Gobierno español fue el primero que reconoció oficialmente a la dictadura.
La invitación llegó tres meses después del golpe. En una conversación telefónica, Videla invitó al Rey Juan Carlos a visitar Argentina. Inicialmente se especuló que el viaje real tendría lugar en torno al 12 de octubre —fecha de conmemoración del “Día de la Hispanidad”— de ese mismo año, pero luego todo se retrasó. No obstante, las relaciones entre la dictadura de Videla y el recién conformado Gobierno de Adolfo Suárez irían en aumento, al punto de que ambos Ejecutivos llegaron a suscribir un goloso acuerdo de cooperación económica.
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De manera paralela, crecían día a día las denuncias a nivel internacional sobre las graves violaciones a los derechos humanos que se registraban en aquel país latinoamericano, marcado por una terrible ola de desapariciones de militantes políticos y sindicales. Estos casos, que comprendían también a ciudadanos españoles, eran reportados habitualmente a Madrid por la embajada y los consulados de este país en Argentina. En otras palabras, las autoridades de este país eran plenamente conscientes de lo que ocurría al otro lado del océano.
A pesar de todo ello, el 12 de agosto de 1978 Videla se despertó con la mejor de las noticias posibles: según acababa de notificar la Oficina de Información Diplomática (OID) de España, los reyes de España viajarían en noviembre de ese año a Buenos Aires, en el marco de una gira que previamente les llevaría a México y Perú. Algunas semanas después, el dictador argentino aprovechaba una escala técnica en el aeropuerto de Las Palmas —se dirigía a Roma para asistir a la investidura del Papa Juan Pablo I— para vanagloriarse del anuncio y volver a hablar de los fuertes vínculos con "la Madre Patria".
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El asunto llegó también al Congreso. El PSOE registró una moción contra este viaje oficial y reclamó la comparecencia del entonces ministro de Exteriores, Marcelino Oreja, quien no veía nada extraño en la visita de los reyes a la dictadura de Videla. “El gobierno español rechaza las posiciones de humanitarismo selectivo y se opone a utilizar el tema de los derechos humanos como arma arrojadiza contra los adversarios políticos”, afirmó el ministro. Poco después habló Manuel Fraga Iribarne, entonces secretario general de Alianza Popular, para mostrar también su respaldo a la visita.
Ajeno a estos debates, el Rey siguió adelante con los preparativos. El 16 de noviembre de 1978, pocas horas antes de subirse al avión que le llevaría a América Latina, firmó el decreto por el que se otorgaba el Collar de Isabel la Católica al dictador argentino. Al mismo tiempo, en Buenos Aires terminaba de redactarse la resolución por la cual Sofía y Juan Carlos serían declarados "huéspedes oficiales".
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Los reyes aterrizaron en Buenos Aires el domingo 26 de noviembre, procedentes de Perú. En la pista del aeropuerto les esperaba un eufórico Videla, quien aprovechó su discurso de bienvenida para reivindicar los crímenes cometidos por su régimen. Allí habló, una vez más, del "terrorismo subversivo" y de la "dura lucha en todos los campos" que libraba la sangrienta dictadura. "La vulneración de la libertad, la justicia y la convivencia democrática, impuso esa lucha en la que el pueblo entero brindó su apoyo para rescatar la dignidad nacional y los derechos humanos afrentados por la agresión. Argentina triunfó en ese empeño. Hoy se empieza a comprender en el mundo el sentido de nuestra acción, sus profundas razones, su lacerante urgencia", dijo Videla.
El Rey, por su parte, utilizó sus distintas intervenciones para agradecer el trato histórico dispensado en Argentina a los españoles, algo que sonaba paradójico ante los secuestros de compatriotas que vivían en ese país. Se calcula que unos 700 –entre naturales y descendientes- desaparecieron durante la dictadura. En los días previos a su viaje a Buenos Aires, Juan Carlos de Borbón había recibido varias cartas de familiares de víctimas de la dictadura, quienes le pedían que hiciera algo por los suyos.
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Ya en la capital argentina, el monarca recibió a la Liga por los Derechos del Hombre, cuyos representantes le plantearon la situación de los desaparecidos. Distintas informaciones publicadas en esos días apuntaban que este tema había sido abordado en las conversaciones mantenidas entre el Rey y Videla. En ese contexto, el dictador se comprometió a liberar a algunos españoles que permanecían presos en cárceles argentinas, pero nada dijo ni hizo en torno a los que habían sido secuestrados y permanecían en paradero desconocido, que conformaban la mayoría de las víctimas de esta nacionalidad.
Fútbol y tango
Durante la visita de cuatro días, los reyes se reunieron con la plana mayor de la dictadura. También pudieron hablar con el jefe del partido político Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, así como con representantes de la comunidad gallega —una de las más numerosas del país—. Además, hubo tiempo para ver un partido de Boca Juniors en la mítica Bombonera o escuchar tangos en directo.
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La apretada agenda acabó con una declaración oficial previamente consensuada entre la diplomacia de ambos países. Allí reivindicaron unas relaciones bilaterales "enmarcadas por la tradición de cordialidad y afecto", así como por la "no intervención en asuntos internos y la solución pacífica de las controversias". Casi al final del texto se dejó por escrito que "la protección y el efectivo respeto de los derechos humanos constituyen una responsabilidad principal de todos los gobiernos que se han adherido a la declaración universal de 1948", algo que en la Argentina de 1978 sonaba a chiste.
Asimismo, "en un ambiente de cordialidad y franca amistad" se acordó la elaboración de un "protocolo de cooperación económica, comercial, industrial y tecnológica". Según el ministro de Industria y Energía de entonces, Agustín Rodríguez de Sahagún, el viaje se cerraba con acuerdos económicos que rondaban los 300 millones de dólares.
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El regreso de la Reina
Aquella visita fue sabiamente explotada por la dictadura, que llegó a publicar un folleto especial en el que resumía lo vivido a lo largo de esos cuatro días. "Fueron cien horas inolvidables, de apretada agenda, en las que los jóvenes monarcas pudieron sentir, de cerca y plenamente, la conmovedora adhesión que les brindó el pueblo argentino en todos los niveles", se remarcaba en una de sus páginas.
No sería la última ocasión en la que Videla estrecharía la mano de la familia real: dos años después, en mayo de 1980, la Reina Sofía viajó a Buenos Aires para participar en los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de la ciudad. Allí volvió a fotografiarse con Videla, un dictador poco habituado a recibir visitas.