caracas
Actualizado:“Si hubiese sido una marcha, hubiese sido un fracaso sin duda”. Freddy Guevara, vicepresidente de la Asamblea Nacional controlada por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y declarada en rebeldía por el Tribunal Superior de Justicia, reconocía ayer a última hora de la tarde que las cosas no habían salido del todo bien para sus intereses. Y eso que la jornada llegó a ser bautizada como “la toma de Venezuela”. Nada más lejos de la realidad. No es que no se acercasen a tomar un país, es que apenas se hicieron con la plaza Altamira, su feudo en el este de Caracas. Un puñado de adolescentes encapuchados y varias decenas de manifestantes es exiguo ejército para plantearse asalto alguno. Sobre todo cuando la lluvia ejerce de antidisturbios y logra dispersar a la gente sin necesidad de lanzar gases lacrimógenos. La jornada de ayer es espejo de una estrategia que, al menos en la capital, tiene síntomas de agotamiento. Algo que tampoco puede interpretarse como el fin del conflicto. Mañana domingo se vota a la Asamblea Nacional Constituyente y entraremos en otra fase, siempre decisiva. Otra enésima fase decisiva.
Antes de abordar lo ocurrido durante la (ejem) “toma de Venezuela”, haremos una acotación: Caracas no es todo el país. Es decir, que aunque lo de ayer en la capital pueda considerarse un fracaso en términos cuantitativos y cualitativos para la MUD, en 53 de los 335 municipios venezolanos se han registrado actos de violencia, según la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena. Los problemas siguen estando ahí fuera y, recordemos, un centenar de personas (de ambos bandos) ha muerto en 120 días de protestas.
Tras las aclaraciones, proseguimos. Son las 12.00 del mediodía en Altamira, la supuesta “hora cero” de la oposición, el punto y seguido de la estrategia que debía frenar los comicios del domingo. Apenas unos cientos de personas, siendo generosos, ocupan la calle. Los chavales ya han colocado algunas barricadas y le han prendido fuego, que siempre viste muy bien en las fotos de la legión de periodistas extranjeros que damos color al evento. Y de repente, empieza a llover. Y las llamas se apagan. Y todo el mundo se refugia bajo el porche del hotel Palace. Y allí estamos todos, juntos y revueltos, los periodistas con los chalecos antibalas y las máscaras contra el gas, los adolescentes embozados con los cócteles molotov y las botellas de gasolina y algunos activistas opositores con gesto de nerviosismo porque ya empiezan a percibir que se masca la tragedia. Casi todos los que nos desplegábamos entre la acera y el interior de la plaza Altamira cabemos, comprimidos, en el atrio del Palace.
“Esperamos que mucha gente se una y haya una gran marcha a pesar de la lluvia. Todavía es pronto”. Leysli Sosa, de 21 años, mantiene algo de esperanza poco después de que escampe. Lo que ocurre en la plaza, sin embargo, no le invita al optimismo. Por la tarde comprobará que esos refuerzos nunca iban a llegar. Cesa la lluvia y los encapuchados vuelven a dar fuego a la barricada. En un momento, llega un camión y, en un punto ciego, su conductor entrega a varios jóvenes un rollo de alambre de espino con el que completar el bloqueo. El material es nuevecito.
A pesar de lo espectacular que pueda parecer la narración, todo tiene un aire teatralizado. Hay demasiada poca gente como para que nadie se atreva a buscar la confrontación con la Guardia Nacional Bolivariana, que está a una distancia muy muy prudencial, pero también hay demasiados periodistas como para que se vayan con las manos vacías. Así que todo el mundo representa su rol. Primero, los chavales, que van de aquí para allá con sus enseres bélicos y a cada oportunidad te piden “un bolo (bolívar) para un fresco” para luego añadir algo sobre la “resistencia” que disfrace que lo que te piden es que les pagues una cocacola. El papel que juegan en los disturbios los menores en situación de exclusión es algo para analizar en otro momento. Luego estamos los periodistas, buscando algún testimonio diferente para terminar, sin darnos cuenta, poniéndole la grabadora a algún colega despistado. Por último, dirigentes de la oposición y miembros de ONGs que aspiran a serlo van pasando de corrillo en corrillo, celebrando minirruedas de prensa en las que proclamar que “la lucha sigue”, descalificar la oferta de diálogo de Nicolás Maduro y asegurar que el paro se ha extendido por toda la ciudad. Como si no nos desplazásemos en motorizado y pudiésemos ver con nuestros propios ojos que una vez dejas atrás Chacao la vida continúa, ignorando que la zona más opulenta del este ha vuelto a encerrarse entre troncos cruzados y basura desparramada. A media tarde hubo algún choque, pero anecdótico.
Cuando hoy vean las imágenes de encapuchados, piensen en una plaza semivacía con casi más fotógrafos que tipos dispuestos a lanzar piedras. A unos kilómetros de allí, en el Parque de los Caobos, en el municipio Libertador, se celebraba la Feria del Libro, con decenas de stands. En el Cuartel de la Montaña, en el barrio del 23 de enero, se conmemoraba el 63 aniversario del nacimiento de Hugo Chávez. Y en medio, un montón de dificultades reales (escasez, ineficiencia, inseguridad y presiones internacionales, entre otros) pendientes de solución. Tomando todo esto en cuenta, deberíamos plantearnos hacia dónde dirigimos el foco.
“Este no es un problema de gente, es un problema cualitativo. Hemos llenado autopistas, avenidas, ha habido combates, la gente ha participado… Hay una fase superior de la lucha”. Gustavo Lemoine es uno de los tipos que se mueven como pez en el agua entre los jóvenes manifestantes. Les marca cuando se vienen arriba, les insta a que bajen el alambre para que no se lleve el cuello de algún motorista despistado (algo que ya ha ocurrido, según me explicaba un sargento de policía) y aparece y desaparece cuando la ocasión lo requiere. “La gente tiene una determinación de luchar para que no venga el comunismo. Y eso es muy serio. Ya no es un problema de cantidad”, insiste.
Explicar el panorama de la plaza Altamira era imprescindible para entrar en el meollo político. Porque el discurso de Lemoine es transversal en la oposición, va desde el militante de base hasta los principales dirigentes. Todo se resume en: no hay negociación posible y las protestas solo finalizarán cuando se vaya Maduro (a estas alturas, por fin, este sector admite que la votación de la constituyente va a celebrarse). Lo dejó bien claro Henrique Capriles, eterno candidato presidencial y gobernador del Estado Miranda, en una comparecencia celebrada por la tarde en la que anunció que la movilización se mantiene 18 horas más y que el domingo, cita con las urnas, volverán a bloquearse las autopistas y carreteras, aunque, según dijo, no intentarán impedir que la gente vote. Al menos, en el oeste, ya que en Chacao, prácticamente un “territorio liberado” en poder de la oposición, han cerrado los colegios electorales. De hecho, el Gobierno ha tenido que habilitar el Poliedro y el Estadio Franklin Gil para que los votantes de los municipios donde el antichavismo es mayoría puedan acudir a las urnas sin riesgo.
La machacona insistencia en la idea de que no se está dialogando con el Gobierno es clave para una oposición que siempre mantiene difíciles equilibrios internos. Cualquier gesto es malinterpretado por los socios-posibles-adversarios. En los últimos días se había extendido el enésimo rumor de que podría existir algún tipo de pacto bajo manga. Y eso, para algunos, es inaceptable. Lo aseguraba uno de los jóvenes encapuchados por la tarde, antes de que una nueva tormenta volviese a dispersarles. “Los dirigentes de la MUD no están haciendo absolutamente nada, solo farándula, no ayudan cuando más se les necesitaba. Por lo que se ve, han llegado a algún acuerdo. Esta semana es crucial y hay mucha menos gente que antes. No se explica en absoluto”, protestaba. “Cabe eso”, admitía Adriana Vázquez, una de las manifestantes que todavía seguía en Altamira a las 17.00 horas, en referencia a la posibilidad de una negociación.
El otro punto del discurso, mantener las protestas “sine die”, puede quedar muy bien en las comparecencias pero resulta difícilmente sostenible. Especialmente, cuando estas están tan concentradas y afectan al día a día de gente acostumbrada a vivir bien. Aunque suela escucharse a quien más vocifera, hay gente que empieza a hartarse de tener que dar mil rodeos para salir de su barrio. Quizás ahí esté el origen de situaciones delirantes como la que viene a continuación. Son las 15:30 en la carretera que va desde la Cota Mil, una autopista que circunvala el este de Caracas, con Altamira. Encontramos una barricada de troncos, un coche que parece que quiere pasar y jaleo entre quienes guardan la barrera y los ocupantes del vehículo. Todo normal hasta que uno cae en la cuenta de quién es la persona que pretende atravesar el bloqueo. Se trata de Sergio Contreras, dirigente de Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López, que apelaba a su cargo para que hiciesen con él una excepción. Casi termina a puñetazos. Mientras se marcha, protegido, un joven le grita que no volvería a votarle jamás. Aunque luego intentaba proteger su identidad, porque una cosa es vilipendiar a tu camarada y otra es que los demás lo hagan.
Descartada la descabellada idea de que el Gobierno suspendiese las elecciones (¿alguna vez un gobierno en algún país ha suspendido una cita con las urnas en un contexto como este?), los líderes de la MUD tienen que empezar a considerar en cómo gestionar la frustración de los suyos mientras siguen clamando que el lunes seguirán en la calle. La frustración es un concepto clave. Consciente de ello, Capriles trató ayer de desviar la atención señalando al expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, a quien se ubica como principal negociador entre chavismo y detractores. “Es absolutamente falso que haya nada, buscan crear falsas expectativas”, proclamó.
Mañana, las urnas se abrirán en Venezuela. Cuando los opositores decidan, también lo harán las calles de los municipios del este de Caracas. Aunque los más exaltados clamen por el paro indefinido. Habrá que ver qué piensan entonces algunos de sus miembros, como Alexander Alfonso Lander Luna, que explicaba su presencia en la plaza con este discurso: “Estamos luchando por salir de este comunismo, contra unos gobernantes que entregaron el campo a obreros, que no tenían la capacidad académica ni gerencial para sembrar nuestros campos, por eso hoy pasamos hambre, tenemos inseguridad y no podemos protestar. No debe haber negociación con un gobierno de corte comunista-castrista, solo juicios militares”.
Cosas seguras por el momento: las protestas siguen y el domingo los venezolanos votan. Básicamente, lo mismo que teníamos claro ayer. A partir de ahí, entramos en el siempre fértil terreno de la hipótesis y especulación. Que es también un juego muy popular en Venezuela.
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