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La turbia fortuna del fanatismo

Osama bin Laden invirtió el dinero que heredó de su padre en financiar Al Qaeda y sus actividades terroristas

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En el centro de Riad se alza uno de los más emblemáticos rascacielos de la capital de Arabia Saudí: la torre Al Faisaliyah. Alberga lo importante para una familia mediana saudí: oficinas, restaurantes, tiendas de lujo, una planta reservada a las mujeres... Un detalle, sin embargo, llama la atención: una placa informa del nombre del constructor, el Saudi Binladin Group. La empresa insiste en la segunda i de Binladin, en una sola palabra, pero es el mismo apellido: Osama bin Laden, con sus 500 euros cosidos a la ropa cuando fue liquidado, es hijo y heredero del fundador de este gigante de la construcción, uno de los más importantes del mundo.

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Resulta muy difícil conocer la fortuna exacta del líder de Al Qaeda: puede ser de entre 30 y 300 millones de dólares, aunque la revista francesa Alternatives Économiques la cifraba en 2.000 millones un mes después del 11-S. Difícil, porque el millonario terrorista era un maestro en invertir su dinero en pequeñas empresas, con la ayuda de bancos y asociaciones islámicas del mundo entero, y de intermediarios en paraísos fiscales, evitando así las sanciones financieras de EEUU. Su educación en un entorno adinerado le enseñó los secretos del capitalismo y a manipular los dólares.

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La fortuna del líder de Al Qaeda oscila entre 30 y 300 millones de dólares

Osama tenía 10 años cuando su padre, Mohamed, falleció en un accidente en 1967. El Saudi Binladin Group ya era entonces la mayor empresa de construcción de Arabia Saudí, edificando las primeras autopistas de un país literalmente ocupado por el desierto y uno de los más ricos del mundo gracias al petróleo. Osama recibió entre 12 y 15 millones de dólares entre 1974 y 1994, según su familia, aunque otras fuentes hablan de una herencia de 300 millones. Desde Yeda, donde creció con su madre y su padrastro, se lanzó en sus primeras experiencias: cuando los Hermanos Musulmanes de Siria se alzaron, en 1976, contra el régimen de Hafez al Asad, Bin Laden les envió dinero.

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La crisis de los nacionalismos árabes en Oriente Próximo en los años setenta la muerte de Gamal Abdel Naser, la derrota de Siria y Egipto contra Israel favoreció el discurso panislámico de una rica Arabia Saudí, sede de multitud de organizaciones musulmanas cuyo objetivo es difundir la palabra de Mahoma en el mundo. Bin Laden pretendía ser su embajador y la guerra de Afganistán contra la URSS (1979-1989) era su oportunidad. Su experiencia en gestión nunca terminó sus estudios, pero trabajó en las obras de su padre y sus relaciones le permitieron recaudar fondos. En Afganistán, Bin Laden no fue al frente, sino que acogía a los muyahidines y, sobre todo, no cesaba de viajar a Riad, donde los príncipes le firmaron cheques millonarios. Uno de ellos era Turki al Faisal, jefe del espionaje saudí entre 1977 y 2001, quien lo introdujo en la CIA para ser su hombre en Kabul.

Redes de bancos islámicos

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EEUU congeló sus haberes, pero posee cuentas en paraísos fiscales

Otra fuente de dinero de Bin Laden eran las donaciones. En Arabia Saudí, a la salida de los supermercados, de las mezquitas y de las escuelas, hay urnas para dejar unos billetes, oficialmente para los pueblos palestino y afgano. Esas donaciones están gestionadas por bancos privados, entre ellos el Dar al Mal al Islamí, la Casa del Dinero Islámico, una institución acusada, tras el 11-S, de financiar el terrorismo internacional. Entre los socios de este banco aparecían, en los años noventa, el Al Shamal Islamic Bank, cuyo principal accionista era Bin Laden. Había invertido unos 50 millones de dólares. Su aliado y suegro de la época era Jaled bin Mahfuz, uno de los hombres más ricos del planeta, según la revista Forbes. Antes de ser repudiado por Arabia Saudí en 1994, el terrorista se aprovechó de todas las redes de un país regido por el islam más ortodoxo.

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Las autoridades saudíes confiscaron sus títulos del Saudi Binladin Group y le obligaron a convertirse en un empresario exiliado. Cuando el terrorista llegó a Sudán en 1994, ya estaba a la cabeza del grupo Wadi al Aqiz, presente en al menos 35 países y que dirigía varias empresas de exportación y construcción. En Sudán, compró terrenos e invirtió en el desarrollo agrícola, aunque el objetivo de sus actividades era financiar los campos de entrenamiento en Pakistán y Afganistán. Las cosas no le fueron muy bien, según la oposición islamista saudí exiliada en Londres. Y el terrorista perdió en aquella época mucho dinero.

A partir de 1998, cuando llegó a Afganistán, consiguió la protección de los talibanes por las sumas que dejaba en el país asiático. Tras el 11-S, Arabia Saudí prometió controlar las urnas de donaciones, aunque, como ha revelado Wikileaks, nadie sabe realmente dónde acaba el dinero que reciben las fundaciones islámicas.

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