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Túnez remata el experimento del islam político en el mundo árabe

Las llamadas primaveras árabes de 2011 condujeron a que los islamistas por primera vez se hicieran cargo del poder a través de las urnas. En Túnez, donde estallaron las revueltas, ha sido donde más ha durado el experimento. Lo que estos días está sucediendo en ese país descubre que la experiencia no ha madurado en gran parte debido a la continuada injerencia extranjera.

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Los partidarios del presidente tunecino Kais Saied corearon consignas durante una protesta frente al edificio del Parlamento. — Khaled Nasraoui / Dpa / Europa Press

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El senador Chris Murphy ha instado al presidente Joe Biden a que investigue si el llamado "golpe constitucional" que se está desarrollando en Túnez ha contado con la intervención de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, una posibilidad nada descabellada que también se ha denunciado desde el interior del convulsionado país del Magreb.

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Los dos países sospechosos están interesados en acabar con el islam político allí donde surja y al precio que sea, como quedó patente con el golpe de estado del general Abdel Fattah al Sisi contra el gobierno islamista egipcio salido de las urnas tras la revolución de 2011, cuando también se denunciaron injerencias emiratíes y saudíes.

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Algunos analistas han querido ver similitudes entre aquel golpe de Sisi del verano de 2013 y el golpe de Túnez de este verano. En ambos casos la voz dominante la llevaban los islamistas, pero mientras en Egipto fueron apartados del poder por los militares, en Túnez ha sido el presidente Kais Saied quien se ha encargado de ejecutar el golpe.

Esta semana el diario saudí Okaz tituló a toda página: "Túnez se rebela contra los Hermanos Musulmanes", sin esconder la satisfacción que ha causado la determinación del presidente Saied para dinamitar a Ennahda, la formación islamista mayoritaria en el parlamento y vinculada de alguna manera con los Hermanos Musulmanes.

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La injerencia es obvia. Había demasiados países interesados en que el experimento no tuviera éxito. Hace algo más de un año, Google ya denunció públicamente las sospechosas actividades de una opaca empresa israelí dirigida por exmilitares que se dedicaba subrepticiamente a "crear opinión" en las redes sociales tunecinas, aparentemente contra los islamistas.

De esa información se hicieron eco los diarios de Tel Aviv Yediot Ahronot y Haaretz. Es evidente que Israel es el último interesado en que los islamistas asuman el poder en algún país árabe dado que los partidos no islamistas son más fáciles de manejar y no tienen el sentido de la justicia característico de los islamistas.

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Este miércoles se ha sabido que los jueces han abierto una investigación contra Ennahda y otros dos partidos bajo la sospecha de que recibieron ayuda económica ilegal desde el extranjero en las elecciones de 2019, otro paso que sugiere que el presidente Saied y quienes están detrás de él están determinados a acabar con los islamistas de una vez por todas.

Acusaciones de financiación ilegal, incluidas contra el presidente Saied, han sido moneda corriente y probablemente están justificadas. Además, las acusaciones contra la financiación ilegal del presidente Saied y sus afines no se limitan a los países árabes sino que incluso implican a Estados Unidos. De ser ciertas, algo que no parece descabellado, simplemente demostrarían la importancia de la lucha que se libra contra el islamismo en la mente y en los bolsillos de muchos países de la región y de Occidente.

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La emergencia de los partidos islamistas a raíz de las primaveras de 2011 ha suscitado una reacción contraria al islam político, y lo que se está presenciando en Túnez es el remate definitivo de ese movimiento, por parte de líderes autoritarios que cuentan con el apoyo de Arabia Saudí, los Emiratos e Israel, especialmente, pero también de las grandes potencias occidentales.

La reacción de la Unión Europea pidiendo "estabilidad" y el regreso al constitucionalismo en Túnez no puede ocultar el visible desconcierto de Bruselas con todo lo que ocurre del otro lado del Mediterráneo, especialmente de líderes como Emmanuel Macron y Angela Merkel, un tema que se les escapa de las manos una y otra vez, y que ellos abordan con una chapuza detrás de otra y dando palos de ciego no exentos de cinismo.

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El caso de Egipto ilustra bien ese comportamiento errático europeo que muy probablemente se repetirá en Túnez. La Unión Europea se rasgó las vestiduras cuando Sisi dio el golpe, pero poco a poco fue asumiendo que Sisi servía mejor a sus intereses que los islamistas, y Macron ha terminado vendiendo a porrillo todo tipo de armamento al presidente egipcio.

Túnez es la última baza que les quedaba por jugar a los islamistas, quienes no han tenido ocasión de consolidarse en ningún país. La cuestión de alcance es si están preparados para gobernar donde sea. Ellos aseguran que sí y sus detractores lo niegan y los combaten sin miramientos, como ocurre en Egipto, Arabia Saudí, los Emiratos o Libia.

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Hay quien considera que las urnas deben decidir, pero las urnas solo son un elemento de la democracia y desde luego un elemento muy dudoso y cuestionable cuando los votantes dan la mayoría a religionistas o nacionalistas, dos corrientes sectarias a las que solo les preocupa el resultado de las urnas y no todo lo demás que implica una sociedad democrática, es decir el respeto a los no nacionalistas y no religionistas.

En el caso específico del religionismo islámico, estamos ante la gran disyuntiva de dar o no dar la oportunidad de gobierno a los islamistas que ganan en las elecciones. Con Egipto se optó por no hacerlo y todo indica que con Túnez se está repitiendo la jugada. ¿Valdría la pena probar en Túnez esa experiencia?

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Quizá, pero lo que ahora ocurre muestra que la crisis terminará de un modo parecido al de Egipto. Como en el caso de Egipto, la injerencia extranjera ha sido determinante para dificultar y abortar el gobierno de los islamistas tunecinos, y vuelve a poner de relieve que hay muchos en la región y en Occidente que temen ese tipo de experimentos y no los toleran bajo ningún pretexto.

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