Sintra le dice al turismo masivo que no quiere ser Disneylandia
La gran cantidad de visitantes de la ciudad portugalesa ha empeorado la calidad de vida de sus habitantes por un aumento del tráfico, el ruido y la desaparición de las tiendas de productos de primera necesidad.
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madrid, Actualizado:
Los vecinos de Sintra, en Portugal, han dicho "no" al turismo masivo que satura las calles de este municipio de las afueras de Lisboa, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1995 y donde sus vidas se han vuelto insoportables por el tráfico, el ruido y la desaparición de las tiendas de productos de primera necesidad.
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Lo primero que uno se encuentra al llegar a la estación de tren de Sintra es una fila de conductores de tuk tuk, que esperan a los turistas para preguntarles en diversos idiomas si están interesados en un recorrido por el centro histórico, mientras que por las estrechas calles de la zona los autobuses turísticos recogen pasajeros para visitar los monumentos.
En las ventanas de los barrios residenciales y en algunos restaurantes y escaparates se pueden leer pancartas con lemas como "Sintra no es Disneyland" o "El tráfico caótico perjudica a todos, a habitantes y visitantes".
Estos carteles forman parte de una iniciativa ciudadana llamada QSintra - En defensa de un sitio único, que exige al Ayuntamiento medidas contra el turismo de masas.
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La presidenta de la asociación homónima, Madalena Martins, es una de las sintrenses que ha sido testigo de la gentrificación en la localidad y contó que, "asfixiados por la situación", decidieron realizar una campaña más visible a través de estas pancartas que, remarcó, va dirigida al Gobierno y no a los turistas.
El tráfico es el aspecto que más desespera a los vecinos, ya que la gente tarda horas en hacer trayectos de minutos, porque la saturación de vehículos impide la entrada al pueblo, con lo que el GPS dirige a los conductores por las calles que rodean la vía principal, que son muy estrechas.
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Los atascos se suman a la desaparición progresiva de los establecimientos de bienes de primera necesidad, que se ubican en la periferia, lejos para llegar andando.
"Aquí en el pueblo no hay tiendas de alimentación, no hay panaderías, no hay bancos; sólo hay tiendas de souvenirs y locales que puedes encontrar en cualquier otro sitio", señaló Martins.
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Aunque el turismo afecta más al centro, en los barrios colindantes también están cambiando las cosas: es el caso del Largo Dom Fernando II, una plaza en la que se instala un mercadillo los domingos alternos, donde antes se vendía fruta, verdura o artesanía.
Según Martins, ese rastrillo "ha perdido un poco de interés", porque cada vez se parece más a las tiendas de recuerdos del casco antiguo.
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En Largo Dom Fernando II, Salvador Reis, que vive en Sintra desde siempre, tachó de "imposible" la situación, que está llevando a la despoblación de la localidad, porque los propietarios han convertido sus inmuebles en alojamientos turísticos, lo que ha encarecido el precio de la vivienda.
"Una casa en alquiler para cuatro personas que hace cinco o diez años podría costar 500 o 600 euros, ahora cuesta 2.000", subrayó Reis.
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A unos 300 metros de allí está São Pedro 26, un restaurante de cocina de autor que lleva 15 años en el barrio y que no vive del turismo, ya que sus clientes son en su mayoría residentes en Portugal y vienen de áreas próximas a Lisboa.
Sin embargo, desde hace tres meses apenas tiene comensales, porque "no pueden llegar" debido al tráfico que hay en Sintra, lamentó desesperada la dueña del local, la argentina Isabel Pinto Coelho.
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"Está siendo el peor año de todos", se quejó la empresaria.
Lo mismo le ocurre a Noémia Monteiro, propietaria de una papelería con más de 40 años en este barrio de las afueras de Sintra. Para sobrevivir, Monteiro se adaptó a los nuevos tiempos y comenzó a vender souvenirs, pero que ahora nadie adquiere. La falta de aparcamiento aquí provoca que los turistas solo vayan al centro, cuyo acceso es más fácil.
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"Necesitamos a los turistas, necesitamos a la gente local, necesitamos a todo el mundo, porque no se puede vivir sin la gente, pero nos estamos asfixiando", clamó Monteiro.