'Será su Waterloo. Le romperá'. Las declaraciones del senador republicano por Carolina del Sur, Jim DeMint, pronunciadas hace unos días a modo de sentencia, dan una idea de la violencia de la polémica sobre la reforma sanitaria en el que Barack Obama se está jugando el puesto. De momento, ha perdido el primer asalto, ahora que el Senado ha anunciado que no votará su plan de sanitario hasta después del verano.
El presidente esperaba forzar una votación antes de las vacaciones legislativas de agosto. No podrá ser. La reforma seguirá atascada unos meses más en los comités técnicos de ambas cámaras, que manejan los dos borradores del plan, en una atmósfera de creciente crispación política.
'Los republicanos me han pedido más tiempo', reconoció el jefe de la mayoría demócrata, Harry Reid, 'Y no creo que sea irracional. Este es un tema complejo y difícil'. La noticia sentó mal en la Casa Blanca, menos de 24 horas después de que Obama compareciera en rueda de prensa el miércoles por la noche, en horario de máxima audiencia, para explicar su iniciativa.
El debate queda aplazado a otoño con la esperanza de presentar el proyecto a votación antes de finales de año. Obama sabe que, en 2010, los representantes y parte de los senadores estarán pensando en su reelección en noviembre y no habrá quien mueva nada. Sin contar con la posibilidad de que su partido pierda su sólida mayoría en ambas cámaras.
Por ahora, ni el encono republicano, ni la rebelión de los demócratas conservadores contrarios a la injerencia del Gobierno, ni su reciente caída en los sondeos, ni la patente preocupación de los estadounidenses ante la idea de cambiar un sistema que todo el mundo reconoce está roto, han hecho mella en la firme determinación del presidente estadounidense.
'Vamos a aprobar una reforma que abarate el coste médico y dé cobertura a los estadounidenses, y vamos a hacerlo este año', dijo Obama ante los periodistas.
La Sanidad en Estados Unidos no es sólo una batalla de intereses económicos y políticos, sino también un debate cultural que tiene mucho que ver con el concepto de solidaridad y el papel del Estado en la sociedad. 'En un país tan rico como este, la salud nunca se ha considerado como un derecho', dice el doctor Louis Marc, del hospital NYU.
'Aquí no tenemos el mismo sentido de solidaridad social que en Europa', explica Michael Sparer, profesor de la Universidad de Columbia y experto en temas de Salud pública. 'La gente estima que el individuo es responsable de sí mismo. El que hace ejercicio y se cuida piensa que no tiene por qué pagar las facturas de los obesos'.
¿Por qué es tan difícil cambiar el sistema en Estados Unidos? 'Por varias razones', explica Sparer. 'Primero, por la presión de un negocio que suma 2,5 billones de dólares y tiene mucha más influencia que las 47 millones de personas sin seguro; segundo, por un tema institucional: el poder está muy fragmentado en Washington, entre los estados y el Gobierno federal y dentro del propio Congreso, hay muchos comités por los que hay que pasar.
Es muy difícil para un Gobierno llevar a cabo cambios radicales. Con un sistema parlamentario ya tendríamos un sistema de Salud pública. Por último, es una cuestión de cultura política. Existe una desconfianza generalizada hacia el Gobierno que sistemáticamente es burocrático e ineficaz; tiene mucho que ver con la idea del libre mercado, del individualismo y de que el sistema privado funciona mejor'.
Es este último argumento el que los republicanos han sabido explotar a la perfección. 'Muchos estadounidenses no entienden muy bien las propuestas de Obama, pero saben que no quieren que el Gobierno se haga cargo', asegura Janet Currie, profesora de Economía en Columbia.
La iniciativa de Obama no es la primera. Ha habido muchas otras. En 1993, Hillary Clinton trató de crear un sistema de salud pública. Fracasó estrepitosamente. De hecho, por una extraña coincidencia, la secretaria de Estado lleva una semana de gira por Asia y no ha abierto la boca sobre el tema central de su campaña a la Presidencia. En 1997, el senador Ted Kennedy, otro gran ausente en esta contienda debido a su tumor cerebral, consiguió garantizar la cobertura médica a los niños de las familias sin seguro, medida que Obama amplió en febrero.
¿Tiene el presidente estadounidense más posibilidades de cambiar el sistema que sus predecesores? 'Sí', contesta Sparer. 'Primero porque ha aprendido del fracaso del programa Clinton. Fue un programa que se redactó enteramente desde el Gobierno. El Congreso se sintió marginado.
Además, las relaciones entre Clinton y los congresistas no eran buenas. Obama los ha incluido desde el principio; les ha dicho que redacten el plan, aunque ahora están diciendo que se involucre más directamente. Y luego Clinton tardó demasiado en presentar su plan, por eso Obama quiere hacerlo cuanto antes, para evitar el desgaste'.
Un factor a su favor es que muchos ciudadanos de clase media se han visto atrapados por un sistema del que hasta ahora se beneficiaban. 'Los seguros privados han funcionado muy bien para mucha gente que no ha tenido nada de qué preocuparse', asegura Currie, 'pero en los últimos años han subido tanto los precios que ahora temen no poder permitírselo'. Algo que ha acentuado los temores de los ciudadanos. 'Muchos se preguntan ¿Y qué hay de lo mío?', reconocía el propio Obama en su rueda de prensa.
Sea como sea, tiene que ganar. Quizá no pueda cumplir su promesa de cubrir al 97% de los 47 millones de personas sin seguro, pero ha invertido demasiado para perder a estas alturas. Como decía ayer la columnista del New York Times, Gail Collins, 'ni la nieve ni la lluvia, ni siquiera los comentarios del senador Jim DeMint, harán que Obama desista de su programa de salud. Aunque tenga que ver a todos los representantes, o dar entrevistas a todos los periodistas del hemisferio norte'.
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