'Hay que verlo para creerlo'. La tierra bramó y se tragó a la capital del país más pobre de América Latina. El devastador terremoto que asoló el martes Haití, con epicentro a sólo 15 kilómetros de Puerto Príncipe, ha producido una 'inimaginable' catástrofe, en palabras de su presidente, René Préval, que ha recorrido sus calles observando 'cadáveres aplastados' y escuchando 'los gritos de las personas atrapadas'.
A Préval le cuesta creer lo que ven sus ojos. Porque la hecatombe, que parece el resultado de un arma nuclear, amenaza con alcanzar cifras que da miedo repetir. 'Más de 100.000 fallecidos', aventura Jean Max Bellerive, el primer ministro del país.
Y es que el seísmo no respetó a nadie en una ciudad siempre frágil, que se creía acostumbrada a las desgracias hasta que se encontró con esteterremoto salvaje. El palacio presidencial, el edificio de la ONU que ha confirmado 14 muertos pero podría haber perdido a cientos de empleados, la catedral, el hotel más conocido de la ciudad, el Parlamento y cientos de las endebles viviendas de un país siempre sufrido, siempre maltratado por la naturaleza y por los hombres, registran cuantiosos desperfectos. O se han hundido para siempre. Al igual que escuelas y hospitales, cuando más falta hacían. Hasta la 'prisión central ha sido destruida. Ha habido fugas de prisioneros', según la portavoz de Oficina Humanitaria de la ONU.
'Sáqueme de aquí, por favor', le dijo una mujer atrapada bajo los escombros de una guardería derruida a un reportero de la agencia Reuters.'Me estoy muriendo y tengo dos niños conmigo'.
'La situación es caótica', contaba Stefano Zannini, uno de los trabajadores de Médicos Sin Fronteras (MSF) que pasó las horas siguientes al terremoto realizando evaluaciones de las infraestructuras de salud en la ciudad. Su equipo visitó cinco centros médicos, incluyendo un gran hospital, comprobando que casi ninguno funcionaba. 'Muchos estaban dañados, y además pudimos ver allí una cifra estremecedora de muertos', señaló.
Gran parte de los más de 2,5 millones de habitantes del área metropolitana de Puerto Príncipe han perdido su hogar. 'Algunas áreas de la ciudad están sin luz y la gente se ha concentrado en las calles, alrededor de hogueras, buscando consuelo unos en otros', explicaba Zannini.
El caos reina en la capital y en la zona atravesada por el seísmo. Cadáveres tendidos en el suelo por todas partes, personas enterradas en vida, esperando una ayuda que parece imposible, mientras persiste el temor a las réplicas de un terremoto que superó los 7 grados en la escala Ritcher. Ya ha habido tres réplicas de 5,1 a 5,9 grados. En Haití, la tierra no temblaba así desde hace 200 años. El miedo es tal que la gente prefiere acampar en plazas públicas o deambular por las calles antes que volver a sus hogares.
Los hospitales se encuentran colapsados, según las autoridades y los organismos de ayuda internacional. 'Hemos visto fracturas abiertas, graves heridas craneales, y lo peor de todo es que en este momento no podemos proporcionar a la gente los servicios quirúrgicos adecuados', señaló Hans vanDillen, otro de los coordinadores de MSF. La Cruz Roja estima que hasta tres millones de personas pueden verse afectadas por un terremoto que se empeña en encabezar el ránking de las catástrofes naturales del planeta.
La Embajada española también ha resultado 'seriamente afectada' por el seísmo, según anunció la secretaria de Estado de Cooperación, Soraya Rodríguez. El embajador, Juan Fernández Trigo, sufrió heridas en un brazo. Las autoridades españolas han podido contactar con la práctica totalidad del centenar de personas que integra la colonia en Haití y han comprobado que se encuentran bien. Aunque, todavía no se descarta que haya víctimas o desaparecidos.
La reacción internacional la encabeza EEUU, que ha movilizado miles de militares, barcos y aeronaves para asistir a las víctimas. En un gesto de buena voluntad, el Gobierno de la vecina República Dominicana ha suspendido las repatriaciones de haitianos, medida que ha copiado el Ejecutivo de Washington. Miles de emigrantes de Haití trabajan en las ciudades y en las plantaciones dominicanas desde hace décadas.
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